

Philip K. Dick, “Time out of Joint” (1959); Stanisław Lem, “Further Reminiscences of Ijon Tichy” (1961); Daniel Francis Galouye, “Simulacron-3” (1964); Hugo Correa, “Alter Ego” (1967); Vernor Vinge, “The Cookie Monster” (2003)…
David Gelernter, “Mirror Worlds or the Day Software Puts the Universe in a Shoebox…How It Will Happen and What It Will Mean” (1991)
Durante el último año todos nos hemos visto obligados, de uno u otro modo, a trasladar parte de nuestra vida cotidiana del mundo de lo material al de lo digital. Ya sea para trabajar, formarnos (o ser formadores), asistir [sic] a una actividad cultural, o mantener nuestras relaciones sociales y familiares, la intermediación electrónica, ya de por sí muy presente en nuestras vidas, se ha convertido en algo habitual.
Hemos ido construyendo con ello una especie de realidad alternativa que desplaza, y en algunas circunstancias llega incluso a reemplazar completamente, a nuestra antigua realidad ordinaria. E incluso a nosotros mismos, convertidos en avatares, en representaciones de nosotros mismos, para poder interactuar en este contexto virtual. Estamos haciendo que algunas de las fantasías de autores de ciencia ficción, desde clásicos como Philip K. Dick, Stanisław Lem, Daniel Francis Galouye o Hugo Correa hasta contemporáneos como Vernor Vinge 1, deban dejar de ser contempladas como meras especulaciones.
Este acelerado proceso de virtualización de aspectos convencionales de nuestra vida diaria no deja sin embargo de generarme cierta inquietud en tanto que parece más orientado a tratar de reproducir fielmente, aunque en un entorno supuestamente más seguro y eficiente, nuestra previa experiencia que a producir una alternativa, diferente y más rica. Frente a la oportunidad de construir algo verdaderamente innovador, la urgencia nos está llevando a generar una “realidad” cuyas aportaciones más relevantes se limitan en ocasiones a cuestiones banales. El mundo virtual termina siendo algo parecido a ese “mundo espejo” sobre el que teorizó David Gelernter 2, que no aspira a crear una nueva realidad sino a copiar fielmente la antigua hasta acabar haciendo a ambos mundos, material y virtual, indistinguibles. Una virtualidad destinada casi en exclusiva a reproducir nuestra experiencia sensible desde la comodidad ofrecida por un dispositivo electrónico doméstico.
En arquitectura llevamos tiempo inmersos en este proceso de producción de nuestro propio y particular “mundo espejo”. Lo hacemos cada vez que construimos, de forma cada vez más precisa, el modelo digital de cualquiera de nuestros proyectos; o cuando generamos esas crecientemente realistas imágenes en las que en ocasiones solo el exceso de niebla posibilita discriminar lo virtual de lo material. Unos modos de hacer y comunicar la arquitectura que parecen haber renunciado a componentes esenciales de la representación, la selección y la intencionalidad, que quedan eclipsados por una pretenciosa verosimilitud.
No obstante, si Oscar Wilde viviese hoy quizá diría que lo material sigue imitando a lo virtual más de lo que lo virtual imita a lo material. En ese punto estamos ya entrando en el campo de la arquitectura, con proyectos como la reciente Plaza del Instituto de Tecnología de Kanagawa de Junya Ishigami, cuyo nivel de abstracción hace a la realidad construida indistinguible de su representación digital. Gelernter ya nos advertía sin embargo hace casi tres décadas de que estos procesos imitativos tenían el riesgo de llevar a algunos a confundir la realidad con la virtualidad. La persona con su avatar. El edificio con su modelización. Al arquitecto con un mero robotnik.
Philip K. Dick, “Time out of Joint” (1959); Stanisław Lem, “Further Reminiscences of Ijon Tichy” (1961); Daniel Francis Galouye, “Simulacron-3” (1964); Hugo Correa, “Alter Ego” (1967); Vernor Vinge, “The Cookie Monster” (2003)…
David Gelernter, “Mirror Worlds or the Day Software Puts the Universe in a Shoebox…How It Will Happen and What It Will Mean” (1991)
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ISSN 2605-3284
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