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Very mindful, very demure. Algunos apuntes sobre el deseo.

Las altas vallas y el arbolado impiden ver el interior de la parcela hasta que una puerta de acero se retira, parsimoniosamente, dejando entrar a un vehículo de alta gama en su interior. Último modelo. Podemos escuchar perfectamente el rugido de la cilindrada iniciar la marcha por una promenade de cemento rodeada de un césped tan perfectamente aseado y de un verdor tan exultante que no se corresponde con la crisis hídrica que nos acecha y que hace dudar de su naturaleza. Ni una sola brizna de hierba por encima de las demás. Al fondo, mientras el coche desaparece, un perfecto cubo blanco de hormigón levantado sobre gráciles pilares. Cuando nos acercamos, los grandes paños de vidrio, sin una sola mancha o gota de lluvia, dejan entrever un lujoso interior de muebles de diseño y materiales nobles. Chapas de madera, mármoles travertinos, hormigones pulidos, chaise-longues tapizadas con la piel de animales muertos y exóticos e islas de cocina infinitas de vetas brillantes. Todo very mindful, very demure. 

No sabemos si la piscina infinita estará en la azotea o en la parte trasera de la vivienda, pero no dudamos de que existirá. En ella, cuerpos musculados y bronceados aprovecharán el tan ansiado aire libre que proclamaba la modernidad como fuente de salud. Lo único que desconocemos de este relato es sí, al llamar al timbre de la casa —si es que no hemos sido interceptados hasta el momento por el servicio de seguridad de la urbanización— nos recibirán Pierre y Eugénie Savoye o Amadeo Llados y Thalía García. El telón de fondo, salvando casi un siglo de distancia, es prácticamente el mismo. Tan blancas son las carillas dentales de Llados como blancas han sido las paredes de las viviendas modernas, las cuales han sido un objeto de deseo inalcanzable que ha ido proliferando por extensiones suburbanas a lo largo de todo el planeta como un hito de estatus y modernidad. Y, al igual que con la estafa piramidal del coach de Miami, cada nueva réplica acrítica resulta un poco más grotesca. Los mismos vehículos de alta gama que fascinaban a Le Corbusier hasta la náusea, tras rozar el peak oil y los 2ºC de aumento de temperatura global siguen llenando hoy los sueños húmedos de inversores en criptomonedas, streamers desplazados a Andorra y entrepreneurs con alergia al sistema fiscal. Probablemente, en esa cocina con isla infinita, sin tabiques, rincones o imanes en la nevera, una tradwive con la voz de RoRo prepare platos extremadamente elaborados con toda clase de gadgets domésticos y, al instante y como por arte de magia, vuelva a estar perfectamente limpia y ordenada. 

Si hay un deseo compartido que —en secreto— anhelamos en la dentadura de Llados, en las carrocerías de alta gama, en los paños de vidrio de la modernidad o en las encimeras sin una gota de salsa de tomate es, precisamente, un constante estado de perfección inalcanzable. Una perfección cimentada, al igual que la vivienda de Le Corbusier o la vivienda de Parásitos, sobre un trabajo continuo, una máquina de confort no automatizada sino en muchos casos precarizada y escondida de los relatos triunfantes. ¿O es que acaso el moho, la suciedad o el trabajo doméstico no han sido eliminados de la modernidad? Al igual que en la película Bong Jon Hoo y como nos indicó Layla Martínez, una vez que somos conscientes de ello no hay vuelta atrás. Nuestro deseo comienza a desvanecerse una vez nos planteamos la irresponsabilidad climática de una “infinity pool”, un coche de alta gama o las consecuencias medioambientales de la extracción de piedras —naturales y sintéticas— para cumplir las hermosas, retorcidas y oscuras fantasías del Kanye West o Kim Kardashian de turno. Y, es que, en el fondo, los premios, los relatos e historias construidas de la arquitectura reciente han obviado como el reverso retorcido del deseo ha sido vehiculado y materializado a través de respuestas, estilos y demandas arquitectónicas.

¿Es factible imaginar otros deseos posibles? ¿Podemos movilizar deseos que vayan más allá de los marcos establecidos para, desde el disfrute colectivo, canalizar alternativas de coexistencia? ¿Es posible reapropiarse de los placeres culpables de desear una vivienda y confort climático sin tener que caer en los tópicos que, una y otra vez, nos han llevado a crisis recurrentes a todos los niveles? Hay algo de todas estas preguntas que sobrevuelan la edición de arquia/próxima que ha comisariado la arquitecta e investigadora Marina Otero Verzier. Acompañando las semanas previas a la edición del IX Festival arquia/próxima —que tendrá lugar en Madrid, los días 24 y 25 de octubre—, en este bloque especial una serie de personas reflexionará sobre la complejidad del deseo en base a los ejes temáticos que estructurarán el festival.

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Bartlebooth es una plataforma de edición e investigación que examina la práctica espacial contemporánea, fundada en 2013 y desarrollada en la actualidad por Antonio Giráldez López y Pablo Ibáñez Ferrera. Bartlebooth ha sido expuesto y reconocido en diferentes espacios y contextos. Ha sido premiado en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo BIAU (2019, 2022), en la Muestra de Investigación de la XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (2018), el Foro Arquia/Próxima “Prácticas Relevantes” (2018), con el Premio Arquia/Innova, y seleccionado en los Premis FAD de Pensamiento y Crítica (2016, 2019). Ha sido expuesto en espacios y contextos como el Pabellón Español en la 16ª Bienal de Venecia (2018), el Pabellón Portugués en la 17ª Bienal de Venecia (2021), el Het Nieuwe Instituut de Rotterdam y el Netherlands Institute for Sound and Vision de Hilversum (Países Bajos), la Porto Design Biennale (Portugal), la Bienal de Pensamiento de Barcelona, el Museo de Arquitectura y Diseño MAO de Ljubljana (Eslovenia), Museo Reina Sofía, Matadero (Madrid), la Architectural Association (Reino Unido) o The Berlage (Países Bajos), entre otros.

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