A contracorriente: recordando a Lucien Kroll
El pasado 2 de agosto de 2022, falleció, con 95 años, el arquitecto belga Lucien Kroll, uno de esos arquitectos que no fueron cubierta de ninguna revista importante. Sin embargo, su obra y su manera de concebirla son dignas de ser conocidas. Porque Kroll era un distinto y esa diversidad tan enriquecedora como disruptiva, que aportó tanto a nuestra disciplina, no puede pasar desapercibida, por eso, desde Fundación Arquia, hoy lo homenajeamos contando su historia.
Lucien Kroll nació en Bruselas, Bélgica, el 13 de marzo de 1927. Estudió arquitectura en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de La Cambre y en el Instituto Superior de Urbanismo de Bruselas. En La Cambre conoció a Charles Vandenhove, con quien, tras graduarse en 1951, realizó algunos viajes que lo llevaron a conocer a Auguste Perret, a Le Corbusier y a Gio Ponti. Más tarde establecieron una oficina juntos.
En 1956, Kroll conoció a Simone Pelosse en Lyon, Francia. Pelosse era ceramista, había estudiado con Gaston Bachelard y con André Leroi-Gourhan. Además, era activista de la conservación de su barrio y formaba parte de la vida intelectual de la ciudad en aquellos años. No tardó en convertirse en su esposa y compañera, desarraron varios trabajos juntos.
Kroll cuestionó el modelo del arquitecto autor y autoritario, que impone una imagen de lo que la arquitectura debe ser. Bajo su punto de vista, la arquitectura tenía sentido solo si respondía a las necesidades de las personas, permitía crear lugares y reflejaba la vida:
“La arquitectura no es un ‘espectáculo’ sino uno de los componentes de nuestro mundo, como lo son los fenómenos naturales. La arquitectura no es una mercancía ni un narcisismo personal o colectivo. Es un vínculo empático entre los humanos. Entre todo y nada, todo está entrelazado: es complejidad, combina estrechamente la ciencia y el humanismo. La ‘participación’ no es un modo de vender o una simple cortesía hacia los habitantes. Es considerarlos como elementos esenciales para lograr esta complejidad. A las tres cualidades descritas por Vitruvio en su De architectura: firmitas, utilitas y venustas, hay que añadir humanitas. – Lucien Kroll”
Al desarrollar su obra, el arquitecto invitaba a participar activamente a los futuros usuarios de sus proyectos, transformándolos en elementos orgánicos que cambian constantemente. Así, sus edificios se caracterizan por presentar imágenes variadas y sugerentes, son collages tridimensionales que presentan volúmenes y texturas muchas veces inesperados.
Una de sus obras más significativas es “La MéMé”, la residencia de estudiantes de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de Lovaina (UCL) en Woluwé- Saint-Lambert, Bruselas (1970-1977), la que realizó en colaboración con los propios estudiantes. Su intento de seguir las ideas individuales en lugar de atenerse a un orden prefijado por una concepción total convierte a la fachada en una especie de Frankenstein, un conjunto de fragmentos de diferentes materiales. Así, desestructuró toda tradición arquitectónica, atendiendo a las tensiones sociológicas, constructivas y formales de los moradores.
Otro ejemplo, entre muchos, es su trabajo en Perseigne, Alengon, en Normandía, donde el arquitecto remodeló en 1978 un complejo residencial sin mayor interés con ayuda de los vecinos. Los pisos superiores fueron parcialmente desmantelados y reconstruidos con tejados en punta, y recubiertos de nuevo. A algunos se les añadió un piso más. De esa forma se ganó en diversidad, lo que debía ayudar a los vecinos a identificarse con su lugar de residencia, mejorando el clima general.
En palabras del historiador de arquitectura Wolfgang Pehnt, Kroll era un aliado de los personajes que Viollet-le-Duc calificó como soñadores: aquellos que no enseñan a las aves qué tipo de nido construir, sino que las ayudan a construirlos según su propia naturaleza.
Y la historia llega a su fin, y este caminante murió caminando, cuenta su amigo, el arquitecto francés, Thierry Durousseau. Quizás caminando a contracorriente. Aunque, según Kroll, él no iba a contracorriente más que de los arquitectos: son ellos quienes van a contracorriente de todo el mundo, y no son más que un escaso millón en todo el planeta.