

Por: Miguel Ezquiaga Fernándes, Desde: EL PAÍS, (Noviembre 2021)
El recién entronizado Carlos III puso a prueba a su arquitecto con un primer encargo. Fogueado en el barroco napolitano, Francisco Sabatini (1721-1797) debía demostrar en cuestión de meses si era merecedor de una plaza en la corte que también codiciaba su maestro Luigi Vanvitelli, todavía dedicado a las obras del Palacio de Caserta (Italia), de las cuales el rey nunca quiso apartarle. De modo que Sabatini aprovechó su llegada a Madrid para esculpir en mármol la prueba de que abordaría los retos de su majestad como si fuesen propios. Para el sepulcro de Fernando VI y su esposa Bárbara de Braganza, en el Convento de las Salesas, diseñó a unos geniecillos que aún hoy custodian dos esferas del mundo unidas bajo la corona. Utilizado desde los Austrias, el símbolo parecía anunciar aquí una revolución, la de la capital del imperio en el que nunca se ponía el sol.
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