Foto © Ana Asensio
Son las 6 de la mañana. Voy en un tren, mirando mi propio reflejo en los cristales desnudos hacia la noche.
Voy en un tren, sin embargo, no estoy viajando. Es sólo un traslado: viajar es un estado.
Viajar es no estar atado a un punto, ni a unas personas, ni a casi ningún objeto. Viajar es no tener lugar, ni paisaje, ni patria, como dice la canción. Es no tener nada de eso, para poder mirar con los ojos limpios sin los posos de los años, de la sociedad, de las expectativas, de esa tela de araña que se teje alrededor de ti como tu hogar.
Viajar no es simplemente conocer otras culturas, otras maneras de vivir. Es cómo recibimos esos conocimientos: transformados en sentimientos, directos al alma sin filtro, sin anestesia, en soledad. Viajar es un estado, y no es algo que se pueda hacer en unas fechas concretas y acotadas, con cada paso programado. Es arrastrarte por las vidas de los demás un instante, pero un instante intenso, concentrado.
Viajar requiere desmantelar la casa que tienes construida alrededor. No sólo las paredes y el techo, sino también esa carcasa que nos rodea, toda protección, para poder ser vulnerables. De algún modo, los arquitectos siempre necesitamos desmantelar las casas de los demás, desmontar las piezas, conocer a las personas que hay detrás, para reconstruir en nuestra mente su forma de vida.
Los arquitectos viajamos constantemente a través de la vida de los demás, y nos trasladamos en pequeños intentos de conocer in situ aquello que se ha estudiado por piezas. En un intento de viajar, observamos esas ilustraciones de los grandes maestros en sus grandes viajes, leemos sus viejas notas en libretas, alabamos cómo influyó en su obra.
Pero nada de eso es suficiente. Viajar es una fase formativa, un punto de no retorno, un cambio irreparable en la persona, un agujero en el ser hecho a propósito para ser llenado de inmediato.
Vivimos unos años extraños, donde la línea recta del camino a seguir, ese que nos habían transmitido (quizás) o que nos habíamos imaginado (quizás), no está tan clara. La línea pierde opacidad, se transparenta, se quiebra o se cubre de piedras. Quizás es el momento de salirnos de la carretera y andar campo a través.
Hablo con muchos arquitectos que luchan por mantener su línea continua, o por el contrario, reinventan su profesión. Los hay muchos que también combinan el ‘antiguo modo de hacer’ con nuevas vertientes de la profesión, y disfrutan esa nueva etapa. Hay muchos estudiantes preocupados por su futuro, y muchos recién titulados en un limbo profesional. Hay muchos que emigran con una única visión: ese futuro profesional, esa línea continua que habían imaginado cuando comenzaron sus estudios con ilusión.
Pero, ¿no será quizás el momento de romper la tela de araña? ¿No es esta inestabilidad el primer golpe de la demolición de nuestra casa? Decía Niemeyer: “la vida siempre me pareció más importante que la arquitectura”.
Quizás es el momento de no estar atado a un punto, ni a unas personas, ni a casi ningún objeto más que ropa, libretas, lápices y cámara. De ser efímero como la vida. Quizás es la hora de sacar un billete sin vuelta, de emigrar sin propósito, y de trasladarnos con sólo un estado de ánimo: viajar.
Superinteresante la reflexión!!
Ya desde nuestro primer año de carrera, algunos de nuestros profesores nos insistieron mucho en la importancia de viajar. Pero no de viajar como un mero turista, sino de ser un viajero. Descubrir paisajes y habitantes, costumbres y formas de entender la vida diferentes a las nuestras. La arquitectura tiene mucho más que ver con las formas de entender la vida que con cualquier corriente artística.
Si estudias la vida de cualquier gran arquitecto se ve la influencia que en ellos tuvo el descubrir nuevas maneras de habitar en sus viajes. Hay quien diría que la ignorancia y los prejuicios solo se pueden curar leyendo y viajando…
El caso de los arquitectos que estamos con un pie en la calle muchas veces me recuerda a «el viaje a ninguna parte», unas veces al de Fernando Fernán Gómez y otras al de Bunbury… si usted me entiende ;)
Jajaja, exacto Enrique. Es una fase formativa, pero que no puede separar la influencia entre lo personal y lo profesional. Afecta a lo más profundo del ser, y al tipo de persona que eres, por tanto, también a qué arquitecto eres.
Estamos en un momento en el que muchos andan cerca de un abismo con su mundo zarandeándose. Muchas personas ya han nacido con ese motorcillo en el cuerpo, pero, para los que no… éste es el momento, sin duda.
¡A saltar del nido los pajarillos! Sólo con alas, desnudos, y sin miedo!.
Qué ganas de de dejarse viajar… muy bello, Ana
Muchísimas gracias Verónica!
Una de crítica, una de reflexión. Jeje. Abrazos.