Lo conseguimos, es oficial: compartir mola. Después de años de remar a contracorriente y haber enfrentado resistencias, dudas y contradicciones, pareciera que no hay vuelta atrás: el futuro de la participación ciudadana y la colaboración es la integración en el sistema vigente.
Así lo dejan ver las innumerables campañas publicitarias en las que pintar murales y cultivar en huertos urbanos comunitarios ya no está tan mal visto.
Ejemplo de ello es la reciente campaña de Renault titulada #FeliZiudad, en la que el coche, a la luz de los inminentes cambios que se avecinan, intenta mantenerse como protagonista aferrado al nuevo imaginario construido por las iniciativas de promoción ciudadana y el trabajo comunitario.
Otro caso, convertido ya en producto estrella, es el coliving. Al parecer,1 se trata de una propuesta residencial dirigida a “jóvenes emprendedores” dispuestos a pagar entre un 80% y un 100% más del precio medio de una habitación en un piso compartido. Basado en viviendas de tamaño reducido (8-12 m2) con habitación y baño privado, ofrece la oportunidad de desarrollar los proyectos personales más ambiciosos gracias a la “aventura” de la convivencia en espacios comunes en los que “las sinergias creativas son las protagonistas”.
Vemos en ambos ejemplos cómo los valores verdaderamente importantes de autogestión, cuidado y apoyo mutuo, construidos a fuego lento, se mercantilizan y quedan en un segundo plano cuando la velocidad y el potencial simbólico que aporta la imagen instrumentalizan la arquitectura y el trabajo comunitario en favor de una narrativa: la de una ciudad desconflictivizada2 en la que compartir nos hará más felices.
“El Show de Truman” (1998) Se muestra una sociedad basada en relaciones previsibles que configura un orden social estable y fuera de todo conflicto donde cada cual cumple su papel.Pero, ¿qué responsabilidad debemos asumir quienes participamos de la divulgación e implementación de metodologías de diseño colectivo y comunitario?
Puede que, empujados por la imperante precariedad, nos hayamos visto arrastrados por etiquetas entusiastas3 y una lógica resultadista que invisibiliza la complejidad de las estructuras económicas, culturales y políticas que nutren la raíz de aquellos problemas sociales y urbanos que pretendemos enfrentar.
Sin olvidar la innegable necesidad de generar entornos y discursos que interpelen de forma sencilla a la sociedad, creo importante aceptar la posibilidad de que hayamos confundido lo sencillo y adoptable con lo simple y vacío. Que hayamos sido capaces de contribuir con discursos llenos de conceptos y objetos cargados de un poderosísimo valor simbólico, pero no de materializarlos más allá de en propuestas inocuas y fáciles de digerir que no producen ningún cambio estructural en la forma de relacionarnos y organizarnos como sociedad, pasando así a ser parte del problema.