

Este trayecto comienza en el corazón doméstico del hogar1 y continúa a través de los tres caminos de piedra, grava y cerámica de colores que recorrían el jardín de Morumbi de Lina o el Ford negro descapotable que Ray y Charles conducían cada día desde su casa a su oficina, y termina en sus mesas, reflejo de su actitud ante la vida y la profesión. Lugares de compilación, de acumulación, de respeto, de curiosidad e investigación.
Lina presumía que ella no tenía un estudio como los de los grandes maestros, nadie pasaba largas noches en vela trabajando en mesas de dibujo. Defendía sus días en la obra, el lugar en el que la colaboración con el resto de profesionales era total.
En 1986, con numerosos proyectos en marcha, cuarenta y seis años después de la apertura de su primer estudio en Milán2 ,cuarenta años después de su matrimonio con Pietro y su mudanza a Brasil, decide construirse una pequeña oficina en el jardín de su Casa de Vidrio.3 Los senderos no solo unían la Casinha con la Casa de Vidrio, sino que unían las enseñanzas que Lina había recogido durante toda su vida: la contextualización de sus años de estudiante en Roma, la modernidad aprendida en Milán, la incorporación activa de la naturaleza cultivada en Salvador de Bahía y la fascinación que en sus últimos años sintió por Japón.
Prácticamente no utilizó su nueva oficina ya que su mal estado de salud le impedía recorrer incluso esos pocos metros y mantuvo su lugar de trabajo en la Casa de Vidrio, donde podemos imaginarla en su Eames Lounge Chair repitiendo que si volviera a nacer, sólo coleccionaría amores, fantasías, emociones y alegrías.
En julio de 1941 llegaron a Los Ángeles en un Ford descapotable desde Detroit los Eames. Dos años más tarde alquilaron un antiguo garaje en el 901 Washington Boulevard que convertirían en su taller. Allí comenzaron a fabricar los fuselajes, las férulas y las primeras sillas. 4
Dentro de la oficina, el despacho de Charles era representativo, 5 pero el de Ray fue propio e íntimo, un espacio de creación repleto, abarrotado de papeles, diapositivas y notas, un ambiente dinámico en el que Ray movía cada pequeña cosa de manera constante como si algo la inquietara, buscando una especie de perfección entre el espacio y las cosas que lo habitaban.6 Su casa era usada de igual manera. Su salón y su mesa de trabajo eran ambas un lienzo: la tabla, la pared, el suelo y el techo, superficies en las que pintar su vida.
Las imágenes de las mesas de Ray y Lina reflejan las herramientas creativas de estas coleccionistas de cosas e ideas sin límites geográficos, dos circos domésticos, en los que las paredes se cubren de fotografías y pequeños cuadros, y las mesas y estanterías se arrebatan de objetos minúsculos agrupados con intenso cariño, tejidos, flores secas, exvotos y animales fantásticos caminando por el suelo.7
Lina Bo Bardi y Ray Eames construyeron un espacio mezcla de profesión e intimidad entre sus casas y estudios. Un camino lleno de “bellas historias”, plagado de objetos y recuerdos que dejaba atrás los asépticos espacios propuestos por los maestros modernos.8
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