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Comedores comunitarios: estructuras afectivas en contextos de escasez

Durante el siglo XX, Venezuela experimentó una de las tasas de urbanización más rápidas del mundo. Actualmente, cerca del 90% de la población del país vive en ciudades. En Caracas, una ciudad de casi tres millones de habitantes, cerca de la mitad de la población vive en asentamientos autoconstruidos, conocidos localmente como “barrios”. El término barrio sugiere la expresión más cruda de la pobreza material. Sin embargo, los barrios también son evidencia de adaptabilidad y negociación, ingenio constructivo y uso efectivo de recursos, así como de redes de cooperación que perduran en el tiempo. Todas estas condiciones tienen manifestaciones materiales y espaciales, desde la manera en que viviendas en voladizo permiten el paso de escaleras debajo de sí hasta la extensión de ámbitos domésticos al espacio público. Sobre todo, los barrios son el resultado de redes de cooperación y solidaridad entre residentes: las nuevas viviendas se construyen con el apoyo de vecinos, quienes aportan conocimientos, materiales y tiempo. Estas relaciones, que se profundizan en el tiempo, son esenciales para sobrellevar retos de la vida cotidiana.

Desde hace más de una década, Venezuela atraviesa una profunda crisis marcada por el declive económico, la conflictividad política y el colapso generalizado de infraestructuras y servicios. La dimensión más urgente de esta crisis ha sido una emergencia humanitaria compleja. Para finales de 2023, cerca del 83% de la población vivía por debajo de la línea de pobreza, más del 78% de los hogares sufría de inseguridad alimentaria y un 30% de niñas y niños sufría de malnutrición crónica.

En este contexto de urgencia y escasez, la ONG Alimenta La Solidaridad ha desarrollado un programa que ataca la malnutrición infantil en barrios y sectores vulnerables en todo el país. En Caracas, ALS ha instalado una red de setenta comedores donde más de cinco mil niñas y niños reciben una comida diaria, así como un seguimiento nutricional y atención médica. Estos comedores funcionan en casas de madres voluntarias, quienes asumen un rol protagónico al tiempo que sus espacios se transforman diariamente. En efecto, cocinar y comer junto con otras madres extiende el ámbito doméstico al exterior, ocupando escaleras, pasajes y patios, borrando límites entre espacios públicos y privados y afianzando dinámicas propias del barrio. Igualmente, a partir de llevar diariamente la coordinación de los comedores, las madres voluntarias asumen un rol que se extiende más allá de la comida, afianzando su liderazgo en la comunidad a partir de coordinar esfuerzos entre todas las madres del comedor, servir de enlace con organizaciones que suplen necesidades educativas o recreativas y participar en programas de formación social, lo cual conlleva integrarlas en actividades y procesos que rompan relaciones de dependencia económica.

Entre 2019 y 2022, INCURSIONES desarrolló un proyecto de renovación en La Vega, (Municipio Libertador, Caracas), que emplea el diseño como herramientas de desarrollo, promoviendo la consolidación del liderazgo femenino y la cohesión comunitaria. El proyecto incluyó seis comedores, de los cuales cuatro fueron ejecutados, beneficiando a más de cuatrocientas niñas, niños y cien madres, además de las comunidades locales.

Proyecto piloto, comedor de La Vega. Detalle que muestra como los barrotes de la ventana fueron convertidos en una estructura de juego para las niñas y niños.

Una aproximación a la escasez como una condición que impone su propia lógica y que, como directriz de diseño, permitió abordar problemas urgentes como ventilación, higiene, iluminación o seguridad por medio de operaciones puntuales y precisas. Pero que permitieran responder creativamente a preguntas importantes, como el rol del espacio en el desarrollo de niñas y niños, su seguridad, el liderazgo de las madres o el fortalecimiento de relaciones entre vecinos. De esta forma, el diseño simultáneamente concentra su huella y amplifica su impacto.

En contextos de escasez —aquellos en los que la urgencia de los problemas supera la posibilidad de resolverlos con los recursos disponibles— el diseño tiene una doble responsabilidad: mejorar las condiciones materiales y agregar valor. Es decir, hacer posible procesos o relaciones que no serían posibles de otro modo. A primera vista, esto puede parecer una paradoja. Sin embargo, si consideramos que el esfuerzo humano coordinado es una forma de riqueza, en los comedores el valor agregado es la capacidad de articular esfuerzos. Esta articulación es vital para romper ciclos de urgencia y dependencia, reducir riesgos asociados al entorno construido y desarrollar un sentido de pertenencia. 

En este proyecto, las condiciones de precariedad material, económica y constructivas requirieron una reformulación del proyecto como territorio de experticia profesional y exploración creativa. Esto ocurrió de tres maneras: 1) reestructurando las fases del proyecto, 2) amplificando tolerancias constructivas y 3) gestionando infraestructuras afectivas. En primer lugar, fue necesario producir planos y detalles que se adaptaran sobre la marcha a condiciones encontradas en el sitio y a cambios de dimensiones o formato de materiales de construcción. Segundo, introdujimos holgura en la ejecución por medio de solapes intencionales y contraste entre componentes constructivos. Esto nos permitió asumir la imprecisión como condición del proyecto. En término tanto de condiciones físicas como de coordinación entre distintos equipos de obra. Por último, las redes de apoyo presentes en los barrios, las mismas que permiten sobrellevar dificultades cotidianas, se incorporaron a los procesos de ejecución, desde la limpieza, el acarreo y almacenamiento de materiales, hasta la alimentación del personal y la participación de voluntarios locales en la construcción, afianzando un sentido de pertenencia sobre los espacios.

El proyecto piloto, el comedor de La Vega, sirvió para poner a prueba estrategias que luego fueron reinterpretadas y adaptadas en distintas condiciones. En este caso, se trataba de una casa al final de una escalinata. La casa tenía un pequeño espacio abierto en el que niñas y niños esperaban mientras las madres cocinaban adentro. Luego de mejorar la habitabilidad del espacio (ampliar la cocina, mejorar la iluminación y ventilación natural, reparar goteras en techos y nivelar pisos irregulares), centramos nuestro esfuerzo en lo que era para las madres la preocupación central: cómo mejorar la relación visual entre la cocina y el área de espera exterior, cuya desconexión hacía difícil supervisar a las niñas y niños y los exponía a peligros. En lugar de una solución basada en controlar o limitar el movimiento, pensamos una propuesta basada en el incentivo: cómo invitarles a permanecer cerca de la ventana, el espacio de relación más franco entre la cocina y el área de espera. Para ello, ampliamos la ventana y convertimos los barrotes de seguridad en una estructura de juego, que los hace atractivos e invita a explorar el espacio separado del suelo. La necesidad de holgura constructiva nos permitió exagerar las dimensiones de la reja más allá de su función principal, haciendo de ella un lugar de juego y descanso. Al mismo tiempo, era necesario proveer al comedor de un punto de agua para lavarse las manos. Para este paso, normalmente resuelto con un cubo de agua compartido, incorporamos un grifo y una batea a un largo banco en concreto, incluyéndolo, de esta forma, en la rutina de espera y acceso antes de comer. Por último, modificamos la puerta de entrada para permitir el control visual desde el área del comedor.

El formalizar las rutinas del comedor –espera, higiene, comida—por medio de dispositivos espaciales lúdicos y atractivos se convirtió en una estrategia que repetimos exitosamente en otros comedores, permitiendo a las madres organizar la rutina, facilitar su labor y aliviar preocupaciones por la seguridad e higiene de sus hijas e hijos. En estos proyectos, nuestra labor como diseñadores se centró primeramente en servir de estructura de apoyo a las madres que diariamente proveen alimento bajo condiciones de extrema escasez. Esto nos permitió construir fuertes relaciones efectivas con ellas, que nos permitió abordar la tarea de transformación espacial de forma específica, conectando con las redes de solidaridad del barrio que hicieron de los proyectos espacios en los que materiales, labor y conocimiento crecían al mismo tiempo que las relaciones entre los actores se fortalecían, robusteciendo el vínculo afectivo entre usuarias y con el espacio. Para nosotros, como diseñadores, la escasez impuso una lógica propia, que activó la creatividad, la capacidad de interrogar al problema, nuestro entendimiento del acto de diseño y conceptualización del proyecto como territorio profesional, introduciendo metodologías relevantes más allá de las estrechas condiciones en que desarrollamos estos proyectos.

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Incursiones es un laboratorio de ideas y proyectos para transformar las dinámicas y escenarios compartidos de la ciudad, por medio de la construcción de escenarios que amplíen las oportunidades de interacción y encuentro ciudadano. Fundada en Caracas en el año 2015, Incursiones se ha consolidado como una plataforma de diálogo entre instituciones, academia y comunidad para co-crear e implementar propuestas en torno a algunos de los retos más urgentes e importantes que enfrentan nuestras ciudades. La oficina ha desarrollado varias líneas de trabajo, abarcando acciones, instalaciones temporales y proyectos permanentes, además de talleres y programas educativos, lo que ha permitido conectar con un amplio público tanto dentro como fuera de Venezuela. Incursiones ha recibido reconocimientos como el AIEF Grant, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el premio Panorama de Obras en la XII BIAU, el primer premio en la XIII Bienal Nacional de Arquitectura de Venezuela en la categoría de arquitectura efímera, además de una nominación al Mies Crown Hall Americas Prize. Ha participado en la X Rotterdam Architecture Biennale (2022), Bienal de Arquitectura de Chile (2019), el London Architecture Festival (2019), y como talleristas el Festival Mextrópoli (2018).

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