No tenemos referentes. No ha habido mujeres en arquitectura.
Para poder hacer un camino personal o profesional nos hacen falta modelos. Y en la formación que se recibe para ejercer la arquitectura las mujeres brillan por su ausencia, como si casi no hubieran existido, o de haberlo hecho se hubiera tratado de una excepción. Y, por supuesto, que esto no ha sido así. Sino que la construcción del relato histórico arquitectónico las ha invisibilizado.
Ya os hable en otra entrada de este mismo blog de las primeras en ejercer la profesión de lo que han pasado siglos; sin embargo, aún nos queda por trabajar en la docencia en integrar las voces calladas.
En el libro “Mujeres y Poder. Un manifiesto” 1, Mary Beard busca los orígenes de la minusvaloración de la palabra de las mujeres en la cultura occidental. Nos relata cómo, en la Odisea de Homero, Penélope desciende de sus aposentos privados a la sala pública para pedir que se cantara algo más alegre para honrar a los héroes, a lo que su hijo Telémaco le dice: “Madre mía, vete dentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y la rueca… el relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa”.
Y en caso de tener voz propia, ésta es escuchada de manera condescendiente porque la cultura no nos ha enseñado a oírlas (a oírnos) con una valoración del timbre en la que una voz más aguda es entendida como inadecuada para hablar en público. Son las voces graves, masculinas, las que se sitúan por el contrario como las más adecuadas para hablar en público. Al escuchar una voz femenina, no es percibida como autoridad, no hemos aprendido a oír autoridad en ella, no oímos el mythos.
No solamente nos es quitada la voz sino que nos es vetada la educación y el acceso al conocimiento por considerar nuestra existencia y utilidad en función de cómo servimos a los hombres, tal como entre otros, describe Rosseau en su famoso e influyente libro “Emilio” (1762).
Por lo tanto, esta falta de autoridad hace que desaparezcan las mujeres de la historia; que cuando sentimos un nombre de mujer nos quede menos grabado en nuestra memoria (además que la nombran una o dos veces, como mucho, y la repetición también es una manera de validar y grabar) y que a su vez oigamos menos a las voces femeninas de las profesoras.
Dentro de estas voces olvidadas quiero rescatar, una disidente, como fue Sibyl Moholy – Nagy 2 . Junto con su marido Laszlo y sus hijas se exiliaron en Estados Unidos en 1936. A partir de la muerte de su marido Laszlo Moholy-Nagy en 1946, inició su propia carrera profesional como historiadora y crítica de arquitectura, que basó tanto en su experiencia vital, desde la Bauhaus a los Estados Unidos de América, como en numerosos viajes y en la experiencia docente del Instituto de Diseño de Chicago, a partir de 1951 fue contratada como profesora por el Pratt Institute, donde permaneció hasta 1969 3 .
Sibyl Moholy-Nagy abogaba por estudiar la ciudad real tal cual funcionaba, y era extremadamente crítica4 hacia el alejamiento y desconocimiento que el Movimiento Moderno proponía respecto a la ciudad histórica. Para ella, la ciudad histórica tenía que ser estudiada, analizada y conocida para poder aprender de ella. En oposición al programa de planificación y construcción científica iniciado por Gropius en la Bauhaus y perpetuado por arquitectos modernos, como Mies, ella estaba convencida que la ciencia y la tecnología por si solas no podían construir una ciudad.
Fue una crítica feroz del movimiento moderno, denominado ‘estilo internacional’ en EE. UU, oponiéndose a la banalización de la arquitectura en la mera copia formal y defendía una búsqueda más conceptual, enraizada en el lugar y en el momento.
Entre sus libros quiero destacar Native Genius in Anonymous Architecture, de 1957, en el demuestra su independencia de criterios y sus convicciones. En él realizó una aportación verdaderamente pionera y que se adelantó en tres años al famoso libro de Bernard Rudofsky Arquitectura sin arquitectos. El libro está dedicado como homenaje a Frank Lloyd Wright por un texto escrito en 1910 en el que declaraba que la base de la arquitectura estaba en la arquitectura indígena, porque estaba relacionada con el medioambiente y la vida real de las personas, siendo las funciones sinceramente concebidas e invariables, con un resultado en general bello e instructivo.
Sibyl Moholy-Nagy5 enseñó en este libro, a través de fotografías que en su mayoría eran propias, los valores de la arquitectura vernácula, popular o sin arquitectos, de los que destacaba los detalles y la capacidad de adecuación al entorno, denunciando que estos saberes habían sido ignorados por la cultura arquitectónica contemporánea que desdeñaba las tradiciones locales. Para ella las causas básicas de la arquitectura eran: diversidad de forma y función; economía de recursos y de mantenimiento; y su duración como valor material y símbolo espiritual 6 . En el libro se discuten cuestiones relacionadas con el clima y el lugar; la forma y la función; y los materiales y las habilidades. El último capítulo, resalta un sentido de calidad que está presente en lo vernáculo, pero ausente en los desarrollos inmobiliarios que ella veía explotar en todo el país. Pretendía con este libro ayudar a responder a una necesidad, para ella aún no cubierta, que era que los arquitectos de hoy, como los constructores de ayer, tenían que crear una arquitectura anónima para el ser humano anónimo de la era Industrial 7 .
Evidentemente, si tenemos referentes que se han animado a ser, pero nos las han escondido.