

Decidle a un ingeniero industrial que tiene que diseñar y fabricar un solo vehículo desde cero, con especificaciones singulares dadas por el cliente, cumpliendo todas las normativas, dejándolo listo para usar a la primera y, además, manteniendo un precio razonable. Su cara os lo dirá todo.
Un arquitecto, en cambio, se pasa la vida haciendo precisamente eso. En arquitectura, cada producto terminado es, con más o menos variaciones, el primero y el último, como un prototipo hubiera de funcionar a la primera. A veces, se trata de un “tipo” repetido con sencillas variaciones, pero con mucha más frecuencia (especialmente con la reciente diversificación de la profesión) nos encontramos saltando entre trabajos de naturaleza y contexto muy diferentes, y empleando herramientas muy distintas. Así, cada vez que abordamos un proyecto nos encontramos reconstruyendo también la forma de desarrollarlo, “dándolo todo” de nuevo, invirtiendo una cantidad ingente de esfuerzo que seguramente lleve a buenos proyectos, pero no tanto a buenas vidas.
Es precisamente ese carácter singular el que hace tan necesario y, a la vez, tan difícil sistematizar. Sin embargo, del mismo modo que la fabricación digital está logrando hacer eficiente la variación formal infinita, intuyo que debe ser posible cambiar nuestra forma de trabajo para aligerar la carga sin renunciar a la especificidad de cada proyecto.
Sistematizar no implica buscar el trabajo mecánico y repetitivo. Al contrario: dedicar tiempo al trabajo sistemático y metódico nos permite ganarlo para el trabajo creativo y singular. Aunque solemos percibir estas cualidades como facetas excluyentes de la personalidad, en realidad, como decía John Cleese en una conocida charla, son simplemente modos de pensar y hacer complementarios que cualquier persona o equipo puede adoptar y equilibrar.
Esa búsqueda por facilitarnos la vida es la que crea, poco a poco, una cultura del trabajo propia que, cuanto más explícita se hace, más fácil resulta de incorporar y transmitir. Unos modos de hacer que la experiencia nos permite sintetizar, si no en recetas concretas, al menos en una serie de principios que se repiten. Algunos podrían ser:
Llevar principios como estos a la práctica requiere dedicar un tiempo “no productivo” al que no siempre se le ve el valor, y ese es el principal reto en todo esto. Una vez entendida su importancia es posible ir destilando de nuestra práctica profesional, proyecto a proyecto, acciones y recursos que nos permitirán desarrollar el trabajo de forma más eficiente (y vitalmente sostenible) sin renunciar a la singularidad.
Comparto algunos ejemplos en los comentarios, y os paso la palabra: ¿Hasta qué punto pensáis que es factible y deseable sistematizar nuestro trabajo? ¿Qué principios o casos concretos de sistematización habéis logrado (¡o intentado!) aplicar en vuestra práctica?