La ciudad a ciegas
Fotografía de @gaudi_no
Una habitación oscura no es un lugar vacío si la opacidad habita los globos oculares; la percepción y la experiencia espacial se complementan con todos los sentidos. Sin embargo, en arquitectura se proyecta la funcionalidad del sistema espacial en relación con el sentido de la vista.
En mi proceso de orientar el desarrollo de este artículo pensaba en la utilidad de escribir sobre la ciudad desde la experiencia de las personas que no ven. ¿Qué puedo decir más allá de un acercamiento superficial a una realidad ajena? Por más que busque comprender y empatizar con una realidad sensible —pensé—, estar en la piel del otro es imposible y sería un atrevimiento fútil de mi parte. Pero, puedo hablar como un ser humano que acepta la condición vulnerable, frágil y cambiante de su cuerpo, asumir que en cualquier momento podemos estar en condición de minusvalía y preguntarnos ¿cómo nos recibe la ciudad en ese estado?
Podemos imaginar que caminamos por una calle a ciegas, ensayar la ceguera cerrando los ojos en un trayecto desconocido. Sin embargo, es aún mejor aprender sobre vulnerabilidad acercándonos a la percepción y experiencia de las personas invidentes —las que se enfrentan cada día con una ciudad organizada en primer orden para la vista— y con este bagaje proyectar ciudades sensibles, vivibles y accesibles para todos. Comentando el ejercicio con algunas personas de mi entorno el resultado fue curioso, todos concluyeron que la ciudad no es para las minorías. ¿Minorías?, ¿quién piensa en las minorías cuando se traza la ciudad?, ¿y si las minusvalías dejaran de ser un asunto de minorías?
El arquitecto Chris Downey propone «diseñar con los ciegos en mente». Él percibe la ciudad desde la invidencia como una oportunidad de doble vía; el desarrollo de los sentidos en un contexto multisensorial que se complementa con el potencial de cambio: «los ciegos son una influencia positiva en la ciudad». Sin embargo, aun pudiendo ver no vemos, quizá porque un entorno cargado de referencias visuales nos insensibiliza: «Los que pueden ver están como encerrados en sí mismos, ocupándose de sus asuntos. Si pierdes la vista, en cambio, es otra historia».
Pensamos en los obstáculos, las barreras arquitectónicas, la inseguridad, la velocidad, pero estos problemas representan sólo una parte del complejo universo relacional y perceptivo de los habitantes de la ciudad a ciegas. Según las cifras que aporta la OMS, cerca de 285 millones de personas en el mundo padecen algún tipo de discapacidad visual. Esta cifra frente al número de población mundial representa lo que muchos llaman minorías, y para estos grupos la arquitectura tiene todavía mucho que aprender y aportar.
En cuanto a propuestas hay mucha teoría sobre la percepción y los sentidos en el espacio que engrosan lo poético, pero la realidad del invidente no es retórica estética, hablamos de funcionalidad. De aquí a los manuales técnicos de adaptación de espacios para invidentes hay un paso; éstos existen, sin embargo en la práctica la ciudad es todavía una reproducción de lo que no queremos sentir, escuchar, oler y aprender.
La ausencia del sentido de la visión determina en arquitectura y urbanismo una relación espacio-sensorial particular que requiere abordar esta realidad desde el reconocimiento de la vulnerabilidad de nuestros cuerpos, en correspondencia con lo multisensorial. Adaptar las ciudades a las minusvalías es un beneficio sustancial para todos, porque es desde la aceptación de nuestra fragilidad que podemos replantear la ciudad como espacio integrador y amable, más cerca de lo mejorable que de lo contrario; aunque todo apunte a que la ciudad se sigue haciendo a ciegas.