La ciudad que finiquitó su espacio público

Cuando circulamos por una ciudad actualmente solo podemos hacer eso: circular. A pie, en bicicleta o en bus. O en coche, o en moto. ¿Pero qué pasa cuando no queremos circular, si no permanecer, ‘simplemente’ estar? A cualquiera que haya tenido que esperar a otra persona en un sitio concurrido habrá experimentado esta sensación: no saber dónde ponerse. Primero te tienes que salir de las ‘corrientes’ de circulación de los peatones de la acera, que pueden ser cauces naturales, puede ser la salida de una boca de Metro, portales de viviendas, garajes, en los alrededores de una parada de bus o tranvía, en las entradas de los comercios, etc. Quitando esas zonas, el espacio que queda libre en la acera es cada vez más pequeño según nos vayamos acercando al centro.
Además, a este pequeño reducto de espacio público para estar (parados), tenemos que restarle el ocupado por la comercialización de nuestras calles: los escaparates, las terrazas de bares, los alrededores de kioscos, los estacionamientos ilegales de motos o bicicletas en las aceras… ¿Qué nos queda? Un minúsculo espacio en medio de la acera, sin poder apoyarnos en nada y como teniendo que justificar que estamos allí solo esperando a un amigo. Disculpadnos por no circular, por no consumir.
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