Un punto crítico
Ninguna multitud de autores se abalanzó nunca sobre la “muerte del autor” a manos de Roland Barthes. Ningún arquitecto, que yo sepa, se agolpó a la puerta del estudio de Koolhaas cuando declaró “muerta la arquitectura”. Tampoco, mucho antes, cuando se declaró “muerta la novela” ninguna manifestación de novelistas se congregó por las calles de París.
Pero parece que un crítico como Fredy Massad ve en esa declaración de la “muerte de la crítica” un ninguneo de su propia actividad, al menos eso es lo que parece a raíz de lo expresado en su reciente texto “contra crítica”.
Puede que su sentimiento esté fundado en razones de peso:
“A mi parecer, esa manida muerte de la crítica claramente es algo que sólo sirve como coartada a esos que, gracias al prevalente estado acrítico, cosecharon méritos y beneficios intentando impedir que nadie discrepara de su hegemónica opinión. Por eso me interesa conocer los motivos que llevan a De Molina a concordar con esa opinión”.
Por mi parte, solo encuentro en una declaración de la muerte de la crítica una llamada a su necesidad y urgencia. Estas palabras tratarán, pues, de dar razones por las que creo que la crítica necesita, o la demostración de que el muerto está muy vivo, o el anuncio de su resurrección. Coincido con Massad que alguien que aspirara a llamarse crítico no tendría seguramente más opciones éticamente razonables que las anteriores. Pero veo en su mismo texto una demostración más de la ausencia de crítica y del dramático desenfoque de su tarea.
En primer lugar no me gustaría llevar el debate al terreno de la semántica sobre lo que es la crítica y de establecer el canon de la “auténtica crítica”. Y eso aun a sabiendas de que el satisfactorio y conciliador terreno del acuerdo estaría precisamente en ese lugar. Poco me importa el acuerdo. Pienso que la crítica ha muerto, y si no lo ha hecho y me equivocase, al menos en sus cercanías se percibe un olor muy semejante al que emiten los cadáveres. O si no, ¿qué estaba haciendo esa crítica en medio del crecimiento inmobiliario descontrolado, del consumo sin límite de recursos y del territorio? ¿Bastaba con denunciar las faltas morales de las figuras del minoritario “star-system” publicando en el dominical de un periódico?
Precisamente porque me importa el tema y tengo sincera estima intelectual por Fredy Massad no voy a matizar lo que es crítica y si él la ejerce, porque creo que trata de hacerlo honestamente. Pero, y a riesgo de equivocarme adelanto, su modo no es completo ni capaz de juzgar la arquitectura a un nivel mínimamente satisfactorio. Principalmente porque impide todo matiz y, por ello, resulta profundamente narcotizante. ¿Acaso no lo es declarar a un arquitecto falsario, y por eso mismo deducir que su obra por completo no merece ninguna atención? Si la academia se ha recreado en esa actividad con una sonrisa de medio lado y Massad lo hace bajo la bandera de la limpieza moral, poco importa. El resultado apenas estimula otra cosa que el “prevalente estado acrítico”.
He dicho en público, delante del señor Massad mismo, que la necesidad de destapar las falsedades ha sido un autoencargo digno de consideración en aquel momento. Pero una vez que el campo ha sido desbrozado, una vez que los trabajos preliminares sobre el terreno se han realizado, una vez que la demolición y la limpieza han sido ejecutadas, debe comenzarse a edificar lo mejor que se sepa o pueda. Regodearse en que la limpieza no es completa, ni el suelo suficientemente puro resulta sospechoso. Resulta incluso acomodaticia toda actitud que no construya y se arriesgue a decir qué obras deben ser consideradas y cuáles no, armado de razones de arquitectura y no solo de pura moralidad totalitaria. Considerarse desvelador de faltas morales ajenas, sin cesar, hace caer a cualquiera en el riesgo de pontificar. O dicho de otro modo, da la sensación de que quien, una vez suficientemente limpio el terreno sigue arrancando hierbajos, quisiese erigirse en dueño del solar. Si con esa excusa se trata de impedir toda posible construcción, se comete la mayor de las estafas como crítico: la de no señalar al futuro ni permitir su posibilidad, camuflado bajo un autoproclamado título de guardián de unas arcanas esencias sociales o morales.
La primera trayectoria crítica de Massad volcó energías en detectar las fragilidades de los autores de la arquitectura estelar con incierto resultado. Luego las de sus sustitutos. Pero si bien era comprensible esa línea argumental en un momento, desgraciadamente no habló nunca de arquitectura. Si y mucho de arquitectos, aunque si alguno caía del lado de una falta moral, su obra resultaba burdamente invalidada por completo. Estoy en desacuerdo, por completo, con esa falta de matices contraria a toda verdadera crítica. ¿Podría decirse que La Villa Saboya o el Pabellón de Barcelona, por ejemplo, no merecen atención debido a que crecieron a la sombra de dos seres “moralmente deleznables” como Le Corbusier y Mies Van der Rohe, uno preocupado solamente por lucirse en lugar de buscar el real bienestar de su cliente, y otro capaz de terminar tranquilamente algunas cartas con un sonoro “Heil Hitler”?
Hoy la profesión de la arquitectura se desarrolla en un mundo tan complejo que no puede descartarse que haya en la cadena de su construcción o en su toma de decisiones un eslabón moralmente inaceptable. Esa esfera de lo inmoral, donde el trigo y la paja están tan mezclados, impide que hoy nadie pueda asegurar de sí mismo que esté libre de pecado: desde que los empleados que trabajan en una fábrica de algún componente de la obra estén explotados en unas condiciones de trabajo inadmisibles, o que se consuma más energía de la necesaria en el edificio debido a su diseño, o que una obra pública haya olvidado, deformado o minusvalorado una partida del presupuesto, o que se haya hecho una baja… Lo cual no significa que eso suponga ninguna excusa. No la puede haber. Pero, ¿invalida eso la obra?, ¿y todas las demás del mismo autor? ¿no llega a tener la obra una vida propia e independiente de su autor?
Si es cierto que la crítica ha muerto, creo también en la posibilidad de que podamos disfrutar de los errores y aciertos de la crítica futura, al descubrir obras de calidad en medio de otras despreciables. No creo que muchas personas tengan la posibilidad de hacerlo mejor, ni de disponer de mejores medios que Massad. Ser crítico es un trabajo, debe de serlo, incómodo. Pero no creo que lo sea por lo que el señor Massad piensa. Malograr el talento con el regusto onanista y anti-intelectual de una crítica solo moralizante enfocada hacia temas laterales en lugar de dedicarse a analizar el valor de “las obras de arquitectura” en la que parece recrearse, es su responsabilidad.
Estos son los motivos que justifican la declaración de la muerte de la crítica que espero pronto ver resucitada. Ojalá Massad contribuya algo a ello.