Urbanismo televisivo

Japón bajo el terror del monstruo (1954)

Una de mis series favoritas, que procuro ver entera cada año, es “El ala oeste”. Para los que no la conozcan —les conmino a que la recuperen, urgentemente— la trama sigue las cuitas de Josiah Bartlett  y su equipo al frente de la presidencia de Estados Unidos. En uno de los episodios Bartlett —magníficamente interpretado por Martin Sheen— explica que para tomar una decisión tiene a gente muy inteligente que habla con gente muy inteligente y que esa gente muy inteligente le proporciona toda la información para poder decidir.

Bartlett asume con gravedad que, pese a esta cadena de conocimiento, la responsabilidad final es únicamente suya y que debe vivir con sus decisiones, puesto que es él quién las toma.

 

En España, lamentablemente, esta asunción del ejercicio del poder y las responsabilidades que conlleva suele ser diferente. El recurso de remitir cualquier responsabilidad a la información recibida, que toma la forma de ‘los técnicos’ o últimamente ‘el informe de viabilidad’, es endémico y con él una pretendida exención constante de las consecuencias de cualquier decisión.

Sin embargo, siendo esta una situación preocupante, resulta aún más terrible la sospecha de que ni siquiera existe esa información previa de la que hablaba Bartlett y que el capricho, muchas veces injustificado, o la decisión banal no soportada por criterios racionales, constituyen la base de nuestra gobernanza.

Esperanza Aguirre —sin entrar en disquisiciones políticas y atendiendo exclusivamente a la cuestión técnica— afirmaba en 2007 (así lo cuentan los arquitectos Fernando Caballero Baruque y Jaime Caballero Mendizábal) que su modelo urbanístico de limitación de alturas (3 mas ático) respondía a la imagen del barrio residencial americano de la serie “Mujeres desesperadas”.

Lo hacía además demostrando su escaso interés en propuestas contemporáneas que empleaban como materia de trabajo la sostenibilidad.

El resultado, un urbanismo extensivo insostenible y clasista, replicaba todos los errores del modelo urbano de la burbuja inmobiliaria. Más aún, como bien señalan ambos arquitectos, la reducción del espacio público de conexión y vertebrador de la vida ciudadana, generó una ciudad de islas cerradas, introspectivas y poco dadas a lo civil, a la civilización (en palabras de Antonio Miranda) como vehículo de formación de mejores ciudadanos.

No es el único caso en que Aguirre ha empleado un ejemplo peculiar para justificar una decisión urbanística. En la reciente comisión de la asamblea de Madrid sobre el ilegalizado campo de Golf del Canal de Isabel II la candidata a alcaldesa y antigua presidenta afirmaba que el proyecto había sido una decisión propia tras ver algún modelo similar en «Tokio y en algunas películas».

No es el de Aguirre el único caso ni se trata aquí de una cuestión partidista sino de comprobar como decisiones que afectan al modelo de ciudad, se toman en ocasiones con exceso de ligereza, banalizando así lo urbano común, el lugar donde los ciudadanos aprenden a serlo y a relacionarse.

El espacio de todos, que debe servir a todos y ser responsabilidad de todos.

Hablábamos recientemente en la presentación de un libro de la esperanza y la confianza en la regeneración de un renovado espíritu crítico ciudadano. En una educación que cuestione y pegunte. Que exija a Bartlett ser el mejor presidente posible —al menos en lo televisivo— y que esté presente en esas cadenas de decisión que no pueden —a la vista de las consecuencias está— ni ser caprichosas ni, mucho menos, quedar al albur de lo que pongan en la tele ese día.

Porque igual podrían haber puesto “Godzilla”, que también es en Tokio.

Por:
(Almería, 1973) Arquitecto por la ETSAM (2000) y como tal ha trabajado en su propio estudio en concursos nacionales e internacionales, en obras publicas y en la administración. Desde 2008 es coeditor junto a María Granados y Juan Pablo Yakubiuk del blog n+1.

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