Las cuatro libertades del Paralex
Ahora ya sabes que el Paralex lo inventó un arquitecto. Ahora bien: ¿sabías que no le preocupó demasiado que otras personas lo copiaran?
Es cierto que, siguiendo los cauces habituales, Francisco Enrique Gómez de Puig patentó su invento o, más específicamente, lo protegió con un modelo de utilidad. Pero lo interesante es que no se preocupó por ejercer esos derechos.
“A mí me interesaba más como mejora de mi trabajo que como industria”. Con esta frase suya se resume lo que en el movimiento del software libre se conoce como “rascarte tu propio picor“. Quería resolver un problema (su problema) y no estaba pensando en dedicarse profesionalmente a su fabricación, aunque estuvo haciendo sus Paralex para otros de forma artesanal.
Pero, precisamente al no preocuparse por que le copiaran, lo que estaba haciendo era posibilitar de facto que el invento pasase de ser una ventaja personal a ser una ventaja común. Lo que hizo, aunque fuera por omisión, fue liberar su creación para que pudiera ser replicada, aprovechada, mejorada o usada como base para nuevas herramientas. Sin saberlo, dejó que se aplicaran lo que desde el software libre se ha definido como las cuatro libertades fundamentales: La libertad de usarlo como queramos, la libertad de estudiar su diseño y funcionamiento, la libertad de copiarlo, y la libertad de modificarlo y compartir esas modificaciones.
Pero, diréis, ¿de verdad era necesario que renunciara a ejercer sus derechos de propiedad sobre el diseño? ¿Por qué tiene sentido o es deseable que las herramientas que nos hacemos sean “libres”?
Para empezar, ¿por qué no? Gómez de Puig no pensaba sacarle partido en sentido productivo. Cuando un arquitecto se crea una herramienta a medida, sea una regla con poleas o un software, está pensando en hacer mejor su trabajo y no necesariamente en dedicarse a vivir de vender esa herramienta a otros. Así que no hay nada que le impida liberarla y que otros la aprovechen.
El creador no tiene nada que perder, y el resto mucho que ganar, porque este enfoque nos da la libertad expresa (y los principios legales) para reutilizar el trabajo de otros, modificándolo y adaptándolo a nuestras necesidades, de modo que no tengamos que partir de cero cada vez.
Esa permisividad de lo libre también ayuda a que incluso las herramientas más pequeñas o específicas puedan dar un salto de escala y alcance, sirviendo a más personas y dando a su creador más feedback y reconocimiento. Este salto es mucho más difícil bajo un modelo restrictivo.
De este modo, además, la sostenibilidad o durabilidad de las soluciones no depende tanto de la decisión (y dedicación) de su creador como de la voluntad o necesidad de cualquiera: cuando Francisco dejó de hacer sus Paralex, otros pudieron seguir haciéndolos.
Así, logramos también mantener la “autenticidad” en las herramientas que usamos y desarrollamos, sin la distorsión que muchas veces provoca la rentabilidad cuando se impone a otros criterios como la especificidad, la compatibilidad o la adaptabilidad.
Y podemos, de paso, aprender otras cosas del software libre, desde sus forjas hasta sus dinámicas de trabajo colaborativo, y buscar ahí las claves para lograr que nuestras soluciones personales trasciendan y se convirtieran en herramientas para toda la profesión.
Es cierto que esto plantea algunos retos. ¿Cómo hacer que esas herramientas tengan buena calidad? ¿Cómo lograr una necesaria interoperatividad sin renunciar a la especificidad y la diversidad de opciones? ¿Cómo hacer sostenible su desarrollo? Pero creo que Francisco coincidiría en que estos pocos motivos ya son suficientes como para que merezca la pena darle, a modo de pequeña apuesta, esas cuatro libertades al Paralex.