Después de varios años, la famosa carta de Annie Choi “Dear Architects, I am sick of your shit”1 volvió a caer en mis manos, tan contemporánea como siempre. Tan clara y transparente como el primer día; expresando de forma rotunda lo que muchos de nuestros amigos y conocidos piensan y no se atreven a decirnos, o simplemente están cansados de hacerlo sin reacción.
Por supuesto, refleja una visión acotada, generalista y paródica de nuestro gremio, su relación actual con la sociedad y con su círculo de convivencia.
Sin embargo, también creo que expresa una brecha ferviente entre nuestra realidad y la de nuestro entorno. Esta fisura existe, obviamente, en todas las disciplinas de trabajo; pero en el caso de la arquitectura todos convivimos y participamos por igual del resultado de éste, ya sea en espacios públicos o privados. Por eso, debería haber mucha más cohesión y acuerdo en el entendimiento de esta disciplina.
Nuestra visión a menudo se centra en la referencia histórica, en la formalización artística, en el desarrollo proyectual y su proceso creativo. Todos estos aspectos y sus referentes son básicos y necesarios para producir espacios, pero a menudo se alejan de las principales motivaciones de los usuarios, que intentan adaptar sus condiciones a los espacios ya disponibles. No se plantean lugares necesarios, ni condicionantes potenciales, sólo ofrecemos respuestas teóricas que no alcanzan al colectivo ajeno a la arquitectura y soluciones prácticas cada vez más precarias a la realidad presente.
Vivimos alejados de la problemática económica, de los movimientos sociopolíticos que dirigen la localización de las intervenciones. Nos desvinculamos de los agentes intermedios que si determinan que nuestros esfuerzos creativos se traduzcan en mayor bienestar, eficiencia o comodidad. No hay un diálogo directo y profundo sobre implantación tecnológica, aprovechamiento energético y sobretodo coste de uso, alquiler, venta, etc.
Es urgente y responsable que empecemos a plantear y denunciar esta situación en la que las viviendas no se dirigen a vecinos, sino a bancos. Los planes urbanísticos no tienen escala ni filosofía humana, sino financiera. Es nuestra obligación como profesionales alejarnos de esa idea arrogante en la que nosotros dirigimos altivamente la forma en la que se habita y se usa cualquier edificio o ciudad. Deben existir figuras o planteamientos en los que una vivienda no sea un bien de lujo, que exija una larga esclavitud hipotecaria para el ciudadano medio, y que lo condicione a largos trayectos diarios, o falta de espacio y flexibilidad de éste. Debe dejar de entenderse la ciudad como el lugar vacío entre carreteras, motor de polución y destructor de tiempo. Tenemos que comenzar a exigir lugares perfectamente adaptados al cometido planteado, no contenedores de inversión variable.
Como arquitectos, tenemos el cometido de implicarnos activamente en todos estos problemas ciudadanos y, a su vez, transmitir ese mensaje de manera didáctica. No sólo en su estudio hipotético, sino en la negociación consciente de todos los agentes intervinientes. Así quizás logremos romper esa brecha imaginaria que separa las inquietudes de Annie Choi (y tantos otros) frente a las sus compañeros arquitectos, preocupados por las horas de sueño y las formas orgánicas que evocan sus divertidos diseños.