La arquitectura en manos de profesores (II).
Después de casi cuatro años fuera de España, he recuperado la curiosidad por algunos asuntos, y no sé si por suerte o por desgracia, voy ganando en certezas al respecto.
El primero es el de la enseñanza en arquitectura en España. Tengo mucho interés en conocer cómo se ha adaptado a toda esta frustrante falta de libertad derivada de las acreditaciones americanas de las que algo ya hablé en un post anterior aquí. Recuerdo el caos (ordenado) de las clases en la escuela de muchas asignaturas donde la inspiración y la experiencia vital y profesional de algunos profesores convertían las clases en larguísimos monólogos, muchas veces divertidos e inspiradores, en los que nos hablaban de cine, música, sociología, ecología (entonces no era tan habitual hacerlo) o filosofía.
Confieso que en su momento recibía aquella información con una mezcla de escepticismo e interés; uno nunca sabe si está frente a un sabio o a un pedante, si bien ahora que he sabido tiempo después de la libertad con que algunos profesores se han enfrentado a tutorías de asignaturas y proyectos, incluso tesis e investigaciones, cada vez encuentro más acertado el hecho de que cada profesor pueda aproximarse a un mismo tema desde ángulos diferentes movido por la intuición, el conocimiento, la experiencia o el mero disfrute.
Qué queda de eso en la enseñanza actual en España es algo que confieso desconocer pero que tengo ganas de saber. Aquí, en el contexto de este país y de las ya muchas escuelas de arquitectura que conozco, admito, apenas queda nada.
El segundo es el de las ganas de construir. Después de haber conocido a tantos profesores que no son arquitectos ni lo han sido ni lo serán y solo se limitarán a dar sus clases una y otra vez, quizá salpicadas por algún conocimiento extra adquirido a través de alguna investigación particular que presentar en un congreso (la única verdadera motivación muchas veces detrás de la investigación el hecho de poder viajar); me apetecería muchísimo volver a construir, sentirme arquitecto de nuevo. Con ello, no quiero volver a la polémica del post anterior sobre profesores sin experiencia constructiva. Admiro tanto a Anthony Vidler, Joan Ockman o Pier Vitorio Aureli, arquitectos sin obra construida, o al menos no conocida por mí, que entiendo perfectamente la posibilidad de ser profesor sin construir edificios; en el momento presente hablo de otra cosa: la emoción de proyectar un edificio y construirlo, ni más ni menos.
Ando a la búsqueda, aquí y ahora, en este que llaman algunos exilio político, otros, con bastante mala fortuna, emigración de lujo, y una amiga, irnos del país para mantener nuestro status, de esa sensación intermedia de felicidad y satisfacción en la que uno abraza la posibilidad de que su corta pero vivida experiencia como arquitecto sea útil, sus pocos conocimientos sobre historia y teoría no suenen obsoletos y ser así, aunque sea solo durante un momento fugaz, un instante ahogado entre las cientos de horas de clase anuales que uno ofrece, un profesor como aquellos que ahora recuerdo, con añoranza y admiración, que tanto disfruté alguna vez.