Experimentar la antipatía urbana
La experiencia urbana es una construcción sensorial y perceptiva. Los elementos del entorno, el diseño y las dimensiones de lo que nos rodea tienen incidencia en nuestro comportamiento y en las formas de relacionarnos con el contexto.
Un entorno deficiente nos pone en desventaja: Iván utiliza un par de bastones para caminar. Su paso es el característico de quien se esfuerza en andar con una artrosis avanzada; pero aún con todo, su rutina diaria por la ciudad es la de un campeón en salto de obstáculos. Las aceras no siempre están a su cómodo alcance porque muchas no están adecuadas con vados; otras no son tan amplias como para permitirle un cómodo recorrido, así que debe hacerse paso entre elementos añadidos y asegurarse de no caer en la calzada. Cuando se cansa de caminar no encuentra un banco para sentarse ni un árbol que le cobije con su sombra. En los cruces peatonales, muchas veces ha tenido que lidiar con la imprudencia de conductores despistados y con la falta de cortesía de algún conductor «bocinista».
Una acera inaccesible para una persona con movilidad reducida es una barrera; una acera que no permite el paso fluido y cómodo para los viandantes es un obstáculo; una calle o una plaza que no ofrece sombra, verde y mobiliario urbano para el encuentro o la permanencia es un límite. Los elementos agregados en desmesura en el escenario urbano (papeleras, señalizaciones, mesas de terrazas…) y el producto de la arbitrariedad ciudadana (aparcar sobre la acera o el carril bici, utilizar el cruce peatonal como zona de descarga…), definen un contexto antisocial. La inseguridad, la prohibición de la estancia, del cómodo andar, del encuentro y del sosiego son atentados contra la dimensión humana del espacio público. ¿Por qué lo soportamos?
Para Stavros Stavrides «la experiencia metropolitana es una experiencia de shock» porque la ciudad se vive a través de contrastes e intercambios traumáticos. Según ésta apreciación el resultado de la experiencia urbana es una actitud colectiva sedada porque los sentidos están anestesiados; las personas se vuelven indiferentes «para lidiar con los crecientes asaltos perpetrados a sus sentidos». La antipatía urbana se ha convertido en una experiencia cotidiana, una condición natural, que impresa en el imaginario colectivo traduce la imagen de la ciudad en: ruido, barreras, lugares inaccesibles, incómodos paseos por la acera, alta velocidad, infortunios por accidentes de tráfico, aire irrespirable, carencia de zonas verdes y espacios para el encuentro y el juego…
¿Dónde están los culpables? El urbanismo y las políticas antisociales han sido responsables de la construcción ideológica de la ciudad antipática. Desde la visión de género, por ejemplo, se acusa con evidencias que los espacios se han definido progresivamente en base a la filosofía de la producción capitalista y al formato patriarcal. Las ciudades, desde este foco, excluyen. Si gran parte de nuestros entornos urbanos tienen éste carácter, la planificación y el diseño urbano tienen la responsabilidad de considerar, en primer orden, la opinión colectiva: ¿cómo queremos sentirnos?, ¿qué salud queremos para todos?, ¿qué relaciones queremos tener entre nosotros y con nuestro entorno urbano?