El extraño sabor del cerdo agridulce
La vez primera que uno prueba el cerdo agridulce de algún modo espera que el sabor sea agrio. Esta es, sin duda, una historia muy personal que necesitamos contar.
Con 25 años ganamos nuestro primer gran concurso, Europan 7 en Viena. Era el primero que hacíamos y salió así. ¿Alucinante, no? En ese momento estábamos repartidos entre Londres y Murcia, estudiando y trabajando, emprendiendo trayectorias muy dispares. El acontecimiento nos motivó a dejar nuestras carreras individuales y volver a Alicante para montar estudio “profesional”. En aquel momento no sabíamos muy bien que era eso de la “periferia.” Pero tampoco sabíamos lo que era ser profesional. La aventura de este proyecto no duró más que unos meses. Paró súbitamente pero el estudio ya estaba funcionando. Siguiendo la inercia y el estado de euforia nos volvimos a presentar. Volvimos a ganar, esta vez en Stavanger. En ese instante el cerdo te sabe dulce, muy dulce.
Con poco más de 30 años, 12 premios y 6 concursos ganados pero ninguno realizado, ya sabes hacer números y empiezas a entender que si llegas a realizar aquel concurso que te convirtió en “uno de los elegidos” te permitirá cubrir los años ya pasados de préstamos, créditos… Es ese momento en el que te das cuenta de que has pasado de vivir un sueño a tener la obligación de vivirlo. No hay vuelta atrás. Has de responder a las expectativas, cueste lo que cueste. Resistir es una cuestión fundamental y el reto es averiguar cómo. A los 35 años vivimos nuestra principal contradicción: ¿cómo sobrevivir a los concursos de arquitectura cuando son nuestra principal razón de ser pero a la vez nuestra principal impedimento para la supervivencia? Sin llegar a formular siquiera la respuesta el proyecto de Viena llega a su estado final, va a realizarse. Tres años después es una realidad. El sabor agrio del cerdo parece ser una cuestión subjetiva.
Ahora con 38, trece años después y con problemas físicos parecidos a los que apunta Manuel Álvarez Monteserín Lahoz en Yorokobu, podemos afirmar que el sabor dulce que en el cerdo llega al final en la arquitectura es algo relativo ya que no depende del talento del cocinero. No obstante, podemos decir que nuestro primer concurso ganado está por fin en pie. Y aunque ya no sabemos el orden de la historia ni qué sabor te va a dejar finalmente el cerdo sí que tenemos la impresión de que el ciclo vuelve a repetirse. Lo que pueda suceder ahora es una incógnita. En breve inauguramos un nuevo quindenio, ahora con 40, justo la edad que marcan muchas instituciones arquitectónicas como límite de juventud.
De todos modos, más allá de creer o no que estamos entrando en la madurez arquitectónica sí que estamos motivados por el convencimiento de que el cerdo, al final, es siempre dulce.