I.M. Pei por Luca Vignelli http://lucavignelli.com/
La arquitectura puede parecer una disciplina conservadora, lenta en sus avances y progresos que con frecuencia se establecen en periodos largos, tal vez siglos, más allá en cualquier caso de una vida humana, más allá de una generación. Puede parecer. A lo largo de la Historia los avances en arquitectura se han asociado a descubrimientos fundamentalmente tecnológicos: en opinión de Alejandro de la Sota “sólo los nuevos materiales traerán consigo una nueva arquitectura”. Puede parecer.
Sin embargo, en este permanente estado de convulsión disruptiva -en esta tendencia del Mundo hacia lo extremo– la arquitectura se debate entre el letargo obtuso y la sobre-excitación banal, la tradición auto-referenciada y la revolución insustancial, sin duda un estado de transición tras el largo periodo ensimismado de auto complacencia y bombo disciplinar. Seamos optimistas.
Al margen de la arquitectura como espasmo conservador o revolucionario, la sociedad en la que sobre-vivimos parece haberse instalado en una velocísima disolución especulativa, frenética en cuanto a la caducidad de los objetos cuando no de las ideas y de los propios principios, un escenario poco proclive a la reflexión y a la continuidad de nuestra mejor herencia, un terreno abonado para el oportunismo de la inmediatez on demand. En este sentido, la arquitectura debería proporcionar el equilibrio necesario desde su ecuación ancestral o su alter ego rebelde y reactivo, desde la calma de luz domesticada o la agitación parpadeante de los neones. Todo eso pretendimos los arquitectos, todo eso –pensamos- había de ser suficiente. Pero no ha sido así, reconozcamos errores, seamos optimistas.
Tal vez la arquitectura necesite con urgencia una revisión no autorizada como instrumento de la civilidad y la cultura, ancestral y disruptiva a un tiempo desde los valores colectivos que siempre debieron caracterizarla. Si bien la naturaleza de cualquier intervención sobre la ciudad y el territorio debe partir de la experiencia y del conocimiento, si bien la arquitectura necesita un saber indispensable para su ejercicio sólido, poético y solidario, no es menos cierto que la aspiración compatible por la mejora de los anteriores tipos –bien por las nuevas oportunidades, bien por las nuevas demandas, bien por las nuevas sensibilidades- convierten la arquitectura en una verdadera ingeniería del ingenio; una suerte de permanente ejercicio de innovación sobre el Mundo. La arquitectura es reserva y descubrimiento, una insubordinada transformación del canon que se comprime y se expande –como las mareas- en el tiempo. Seamos optimistas.
En ese pequeño espacio que comparte nuestra mejor herencia con el avance decidido y abierto hacia el Mañana, en ese pequeño espacio de tolerancia necesaria y transversalidad decidida desde nuestro modelo de conocimiento del Mundo, en ese pequeño espacio –decimos- se encuentra (tal vez siempre se ha encontrado) nuestra gran oportunidad para la súper-vivencia. La arquitectura podrá asumir los nuevos retos colectivos desde su propia especificidad, con sus propias armas y, también, otras nuevas que deberán ser adquiridas con humildad desde una mirada renovada, cómplice y abierta a la más promiscua colaboración transdisciplinar: arquitectura desde lo más profundo de nosotros pero con los otros. Más allá de cualquier manipulación, insubordinada y libre, la arquitectura es ingenio razonable y desafío necesario. Más allá, si me lo permiten, de cualquier superstición económica, tecnológica, ideológica, académica, legal, moral, estética o normativa. Más allá del fraude conservador o revolucionario: Arquitectura, seamos optimistas!