Sobre la crítica (y 4): buenogranderojo
Ser un nerd de Brooklyn en la época en que era legal, divertido e incluso socialmente aceptado apalearlos/ tirarlos a un contenedor lleno de cualquier basura podrida y maloliente/ meterlos de cabeza en cualquier canal que cumpliese las condiciones del apartado anterior o, simplemente, humillarlos ante cualquier ser con cromosomas XX debe de afilarte la lengua hasta extremos insospechados, diría. Parece que este fue el caso del diseñador y tipógrafo Paul Rand(1914-1996), que hubiese merecido el paso a la historia del diseño tan sólo por tres de sus obras: los logotipos de UPS, IBM y Ford. Sí, esos que te vienen a la cabeza sin pensar. Pero es que no se contentó sólo con esto e hizo unos cuantos más. Rand, dotado de una gran capacidad para hablar y escribir bien, soltó una de esas verdades sobre el diseño que todavía no se ha desbancado1: Si no puedes hacerlo bello hazlo grande. Si no puedes hacerlo grande hazlo rojo. Mira tu que no lo soltase por su capacidad increíble de lidiar con diseños pequeños que muy pocas veces tuvo que pintar de rojo. Paul Rand tenía claro que su arma principal a la hora de enfrentarse con un diseño era la emoción.
Obviamente no es el único en pensar así.
El resultado primario de la emoción es el movimiento. Palpable. Físico. A diversas escalas. La sangre corre más de prisa predisponiéndonos a tipos diversos de acción implícita o explícita. En idioma inglés el concepto puede ser expresado, incluso, con esta palabra: movimiento (move). También he visto hacerlo así en castellano. La emoción nos activa. Es, por tanto un sentimiento primario. Esencial. Podríamos decir, incluso, que es un sentimiento constituyente de la vida de, como mínimo, diversas especies de mamíferos, entre ellos los primates superiores, entre ellos el hombre. La palabra, neutra en principio, ha acabado revestida de toda una serie de connotaciones positivas. Solemos asociar las emociones a la diversión. Di-versión: salir de uno mismo. Divergirse. Verse desde fuera. Tomar perspectiva.
Es por eso que la crítica, enunciada como obra autónoma, o, mejor todavía, como metaobra apoyada en otra obra, ha de ser emocionante y divertida de un modo estructural. Primario, de nuevo. El crítico, pues, ha de conectar con estos sentimientos para incorporarlos a su argumentario. La crítica, para ser sincera e, incluso, válida, ha de tener claro este posicionamiento inicial del crítico. Esta subjetividad. Este mojarse e implicarse de un modo maleable, trazable, explicable. Este posicionamiento puede ser (probablemente tenga que ser) mutable y cultivable. Es aquí donde entra de lleno el concepto de diversión, esta capacidad ya citada de verse desde fuera. De disociarse, de no tomarse nada demasaiado gravemente, de ser capaz de atacar el objeto (o el sujeto, a saber) criticado desde múltiples puntos de vista. De reírse y, sobre todo, de reírse de uno mismo.
La crítica es un diálogo. El diálogo implica también movimiento: movimiento de las neuronas, movimiento físico para el lenguaje no verbal2. Movimiento de lo que sea que lo quiera captar: una cámara, nosotros mismos, un micrófono. Un diálogo implica inquietud. Implica no asentarse. Implica divertirse.
Es teniendo claro este factor que podremos empezar a escribir. Es saludable. Disfrutadlo.