LA CIUDAD FUERA DE LA CIUDAD (VOL. 1)
Por Raquel Martinez y Alberto Ruiz Desde La Ciudad Viva
“Al calor del boom inmobiliario, las ciudades dormitorio de Madrid reprodujeron el modelo de expansión de esta, creando sus propias ciudades dormitorio – paisajes de arquitectura residencial en manzana cerrada, en muchos casos sin locales al exterior en planta baja; áreas sin vocación de actividad productiva que originaban lugares desiertos durante el día y apenas vivos los fines de semana más allá de la muralla que protege las piscinas y jardines del interior de la manzana.
Se consideró, de forma errónea, que los modelos de crecimiento urbano utilizados en los planes de ensanche de las grandes ciudades podían seguir siendo válidos en cualquier contexto, temporal o físico. Urbanismo trazado sobre plano, que a menudo ignoraba la topografía del terreno sobre el que se asentaba y que, en general, parecía responder más a motivaciones económicas que a criterios urbanísticos sensatos. Se crearon ciudades –porque su tamaño hace difícil considerarlas como barrios – diseñadas a la escala del automóvil, con zonificaciones calculadas a golpe de aprovechamiento lucrativo. Se sustituyeron los lugares tradicionales de relación ciudadana – la calle y la plaza – por centros comerciales; se desafió al osado peatón a que se aventurara en la complicada gesta de cruzar la calle a pie y, eso sí, se llenaron las hipervitaminadas avenidas de carriles bici, no fuera alguien a decir que no somos ecológicos. Con unos cuantos esmirriados arbolitos terminamos de decorar nuestros nuevos barrios y nos pusimos manos a la obra a llenarlos de promociones de vivienda.
Ante el reto de diseñar la arquitectura de estos lugares, los arquitectos solo parecíamos saber optar por dos modelos. Bien el anodino bloque de manzana cerrada, poco arriesgado, funcional y aprovechado, con el que hicimos las delicias del promotor medio; bien el despliegue autocomplaciente de esa arquitectura rompedora y de vanguardia que tanto nos alababan en las escuelas, y en la que cabía cualquier delirio, que llenó de edificios inhabitables las publicaciones especializadas y de demandas por deficiencias los tribunales de justicia. En cualquier caso, condenamos a los vecinos a quedar encerrados en el interior de sus patios de manzana a base de convertir su calle en un escenario desolador, cuando no agresivo. Les convencimos de que el barrio no es un lugar para ser vivido sino poco más que el espacio residual entre dos portales. Que la calle no se anda, se atraviesa (…)”
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