Esta casa parece… parece… Espera que lo tengo en la punta de la lengua… ¡Una nave industrial!
Una frase así, pronunciada en un volumen más alto de lo normal y acompañada de una cara que mediaba entre la incredulidad y el enfado, fue la que pronunció un cliente cercano (tremendamente cercano) hace unos meses en nuestro estudio, tras presentarle los últimos avances en el proyecto de su vivienda. El objeto de este post no es dar a conocer uno de nuestros últimos trabajos; pero quizás sí es necesaria una breve descripción del mismo. Se trata de una vivienda para una pareja situada en un área suburbial de Alicante. Una zona que comparte esa situación tan típica de nuestras latitudes en la que un ámbito rural, que perdió su uso agrario hace décadas, tras años y años de edificación dispersa y descontrolada, comienza a consolidarse en un suburbio supuestamente “ordenado”, tras la aparición del planeamiento.
En el estudio tratamos de implicar al cliente en nuestros procesos de trabajo; intentamos hacer verdad aquello que Santiago de Molina comentó en su ponencia inaugural de aquel fantástico congreso EQUIciuDAD 2012, en la que decía que casi cualquier trabajo de arquitectura es en realidad un proceso de participación, incluso cambiar los azulejos del baño de la casa de tus padres. Pues bien, como decíamos, en el estudio tratamos una y otra vez de hacer esto cierto, pero sin embargo, como resultado de esta supuesta implicación obtuvimos ese inesperado resultado. Y digo inesperado porque nuestra propuesta, vista desde nuestra óptica, y tras superar un proceso de selección previo, incorporaba toda una serie de elementos “propios” que trataban de acercar la propuesta al cliente: las cubiertas a 2 aguas, el porche orientado a Sur, el patio, etcétera. Por tratar de explicarlo con más detalle, el proyecto rehusaba un léxico heredado del moderno, para operar sobre otro que pudiera tener una condición figurativa (reconocible para el usuario); todo ello evitando una forma de “regionalismo” y compartiendo una condición contemporánea de la cual podemos encontrar múltiples ejemplos. Sin ir más lejos, hace no mucho Anatxu Zabalbeascoa le dedicaba un artículo a la casa F&A de nuestros amigos albaceteños del Colectivo DU y decía de ella que se trata de “la casa que dibujaría un niño”, una condición formal “amable e intuitiva” que pensamos comparte con nuestro proyecto.
Sin embargo, este intento por “acercar” la arquitectura a su usuario falló; y es que como señala Joaquim Español, los lenguajes de formas se articulan por superposición de códigos profundos, culturales y personales. Si bien habitualmente los primeros son compartidos, debemos recordar que muchos de nuestros clientes son ajenos a nuestra cultura arquitectónica, por no hablar de las experiencias personales propias. En este caso, si bien operábamos con cuestiones que a nuestro entender podían ser fácilmente reconocibles, las referencias a la cultura del proyecto contemporáneo, las alteraciones de los arquetipos convencionales, y una cierta condición material abstracta, dieron como resultado la incomprensión de nuestra propuesta. Pero aquí reside precisamente nuestro trabajo: debemos superar el clásico mantra “somos unos incomprendidos” para sustituirlo por la conversación con nuestros clientes en base una serie de códigos compartidos que debemos encontrar y construir.
Por suerte, en la siguiente reunión nuestro cliente reconoció “su casa”, y seguimos trabajando en ella.