Por Miquel del Pozo y Alba Méndez.
MODA: ¿No me conoces? (…) Soy la Moda, tu hermana.
MUERTE: ¿Mi hermana?
MODA: Sí. ¿No recuerdas que las dos hemos nacido de la Caducidad? (…) que una y otra procuramos, a la par, deshacer y volver a cambiar continuamente las cosas de aquí abajo, aunque tú vayas a este fin por un camino y yo por otro.
Giacomo Leopardi, OperetteMorali
Las obras de arte son supervivencias del pasado que llegan a nosotros. El color aplicado sobre el lienzo, las notas en un pentagrama o la forma tallada en una piedra pueden sobrevivir al paso del tiempo. Esta es una cualidad única del arte frente a los objetos de uso, que no sobreviven. Nadie se viste hoy con ropas del siglo XV para ir a trabajar, ni tampoco acepta ser operado con técnicas quirúrgicas del siglo XVII. Sin embargo, podemos mirar una pintura realizada hace dos mil años y tener la sensación de que fue creada ayer. O leer a Dante o a Shakespeare y sentir que están vivos, como si nos hablaran directamente a nosotros y no de un pasado lejano. La técnica evoluciona, la moda pasa de moda. El arte, el gran arte, sobrevive.
La arquitectura, situada en una posición ambigua entre el arte y la utilidad, también puede sobrevivir si tiene las condiciones adecuadas para ello. No todo arte es inmortal. Algunas obras nacen saturadas por esa suma de signos exclusivos de una época que cristalizan en la moda, y que, por ese mismo motivo, se vuelven irrelevantes cuando la moda se extingue[1]. Cuando una obra de arte pasa de moda, es decir, cuando pierde su capacidad de interpelarnos, se convierte en un objeto del pasado y muere. El objeto físico no desaparece, pero ya no es un objeto vivo y, por ello, lo guardamos en un almacén del que difícilmente logrará salir. Son obras capaces de ilustrar un periodo del pasado pero incapaces de servir para el presente. Como sucede con un vestido del siglo XV.
La capacidad móvil que tiene la pintura, la música, la escultura, la literatura o el cine, es decir, la capacidad de ser guardadas (o apartadas) del presente cuando pierden su “aura“, es una suerte que la arquitectura no comparte. Cuando la arquitectura “pasa de moda”, la construcción sigue ahí. La arquitectura y la moda no son hermanas, o no deberían serlo.
Una fotografía doble de Helmut Newton de 1981 nos puede ayudar a comprenderlo. En ella aparecen unas modelos en la misma posición, pero en una imagen están vestidas y en la otra desnudas. Sorprende ver como la fotografía en que aparecen vestidas “ha envejecido”, mientras que la otra mantiene la vigencia del primer día. El cuerpo humano, en su extraño equilibrio entre forma y función, tiene algo mágico que la arquitectura siempre ha querido imitar.
Arquitectura y decoración son dos disciplinas distintas y esta imagen lo expresa perfectamente, aunque siempre habrá algún arquitecto que se empeñe en “vestir” sus edificios. Las modelos de Helmut Newton llevan diseños de Karl Lagerfeld, vestidos de innegable “modernidad” en los años 80 que ahora (inevitablemente) vemos como anticuados.
Cuántos edificios construidos durante esos años nos producen hoy la misma sensación, y lo más importante: cuánta de la arquitectura que hoy se construye producirá esta impresión en un futuro quizá no muy lejano. Ahora, no podemos saberlo, pero es posible que el bambú y el plástico, como materiales de fachada, sean demasiado modernos para sobrevivir. Y, también, es probable que la Casa Ugalde no muera nunca. El Tiempo nos lo dirá.
En el mundo actual, donde el consumo constante (también de imágenes) es lo único que mantiene con vida el sistema, los edificios (y sus arquitectos) compiten por ser cada día más modernos que el día anterior. Es una carrera sinfín que recuerda los desfiles de moda, en los que cada año la “nueva temporada” sustituye a la anterior. Pero los edificios, lo sabemos, no pueden sustituirse. La modernidad arquitectónica de ayer está anclada al terreno de hoy y pasaran muchos años, también lustros, antes de que desaparezca. La arquitectura, la buena y la mala, sobrevive.
Construir pensando en la imagen publicada y no en el interior habitable es seguramente el mayor pecado de nuestra profesión. El trabajo del arquitecto exige una gran responsabilidad: un compromiso absoluto con la obra construida que debe ir más allá de las exigencias del cliente y del gusto de la época. El habitar, y no el aparentar, debe ser nuestro gran objetivo. Recordemos la advertencia que hizo Nabokov al afirmar que “las cosas demasiado modernas tienen la curiosa virtud de envejecer mucho antes que las demás”[2]. Nuestro ideal, difícil de alcanzar pero al que no debemos renunciar, es construir una arquitectura que (nos) sobreviva. Una arquitectura que se mantenga viva en el futuro cuando nosotros ya no estemos y nuevos materiales y modas hayan sustituido las presentes, pero nuestro edificio (por suerte o por desgracia) todavía este ahí.
Autores: Miquel del Pozo y Alba Méndez
[1] Antonio Muñoz Molina, El atrevimiento de mirar
[2]V.Nabokov, La verdadera vida de Sebastián Knight
Sobre los autores: El estudio MENDEZDELPOZO|ARQUITECTOS nace en Barcelona en 2011 cuando Alba Méndez (1983) y Miquel del Pozo (1981) reciben la posibilidad de un encargo para realizar un proyecto de 210 viviendas en Asunción, Paraguay. Formados académicamente en la ETSAB (UPC) y (re)formados profesionalmente en el estudio de Lluís Clotet e Ignacio Paricio, donde trabajan durante un periodo de 7 años, deciden abandonar sus puestos de trabajo estables, jefe de despacho (Miquel) y responsable de proyectos (Alba), para aventurarse en un proyecto de 40.000 m2 al otro lado del Atlántico. Así nace el Condomino Moravia, el primero de muchos proyectos.
+info en www.mendezdelpozo.com