Podcast: Trabajo de Campo, con Ergosfera

¿Es posible que la revolución de la movilidad no esté en manos de millonarios de Silicon Valley y startups sino en enrojecidos jubilados y jubiladas que pasean sus vehículos motorizados por aceras al calor del sol de Benidorm? ¿Que sea el propio desborde de la planificación urbana hecho por sus usuarias el que pueda ser un lugar de asombro y aprendizaje? 

¿Es posible que los anhelados futuros urbanos multiespecie no pasen por los cuerpos teóricos de Haraway, Margulis o la ciencia ficción contemporánea sino que ya estén en las prácticas de cuidado de animales que muchas personas mayores tienen ya integradas en sus cotidianidades? 

¿Podemos imaginar que en un país tan hostil con el espacio público como Estados Unidos, sea el olor a hamburguesa, ketchup y patatas fritas una garantía de un lugar que puede ser utilizado las 24 horas del día sin establecer una segregación económica? 

Obcecados con las métricas y grupos de datos, con los grandes nombres y conceptos filosóficos utilizados a modo de gran hit para rellenar un discurso voluble, etéreo y pasajero nos olvidamos de todo aquello que no es posible encajar dentro de estos marcos. Obviamos la experiencia directa y el trabajo de campo por la dificultad, el tedio y el esfuerzo que supone frente a la comodidad de una biblioteca o una pantalla de ordenador. Y, sin embargo, ahí está la realidad, ajena a las terminologías, pero sobre todo incapaz de ser registrada o conceptualizada en su totalidad. Desbordada por la riqueza infinita de matices inaprensibles desde las lógicas técnicas o científicas. Es ahí, en su condición híbrida, bastarda, múltiple y heterogénea cobra todo su esplendor. Y, para eso, es necesario estar ahí.

No sabemos si el trabajo de campo nos dará certezas sobre las preguntas antes planteadas, pero sí sabemos que nos ofrecerá otras miradas, otras profundidades y paisajes a los que es necesario prestar atención. 

Hoy, hablaremos sobre todo esto.

La informalidad es reticente a las lógicas del poder, escapa su control, lo evade y lo elude para proponer otras formas de habitar, otras formas de ser y estar en el mundo. Observar aquello que queda fuera del radar, de los trazos precisos de la planificación urbana, detenerse en los aspectos menudos de márgenes habitados, maravillarse ante su riqueza y diversidad, es parte del trabajo que Iago Carro, desde Ergosfera, lleva haciendo desde 2006.

Descampados, ciudades vacacionales, anfibios, huertas, obras entendidas como espectáculos urbanos, construcciones vernáculas perseguidas por la ley de la estética y conversaciones caminadas han sido algunos de los núcleos de sus investigaciones. Hoy, ya ha entrado el verano, nos reunimos con él para entender mejor la ciudad que habitamos. Bienvenido, Iago.

Iago Carro: ¿Qué hay? Buenas. Gracias por la invitación.

Antonio Giráldez: Una duda que nos surge es que desde la arquitectura y la planificación urbana se suele imaginar la ciudad como algo estático, en permanente estado de control, un organismo en estado constante de escrutinio donde todo, absolutamente todo, es objeto de definición y solución con un diseño arreglado mediante.

Sin embargo, a veces en los márgenes encontramos territorios fuera de la mirada férrea y tirana de la planificación, ecosistemas que son tan o mucho más fértiles de lo que aparentemente vemos en las manchas monocromas de los planes urbanos. Más allá de su fascinación estética, ¿por qué los descampados, estos terrenos aparentemente desprovistos de función reglada, son auténticos viveros de nuevas formas urbanas? 

I.C: Bueno, ¿qué tal? Buenas. Sí, este es uno de los grandes temas que llevamos años trabajando y, aunque siempre estuvo presente en nuestros intereses desde 2006, hay un punto que puede ser significativo para entenderlo.

Cuando empezamos a acercarnos a la red de Arquitecturas Colectivas, empezamos a pensar en todas estas nuevas formas de ejercer la procesión, el tipo de espacios en los que solían aparecer. Digamos que, desde la perspectiva urbana, lo que nos empezó a interesar es lo que había y lo que pasaba antes de que llegara Recetas Urbanas o cualquier otro colectivo y empezar a hacer unas arquitecturas que empezábamos a entender como diferentes, que para nuestra generación significaron un cambio. Desde el urbanismo, aunque por supuesto tenía un interés importante el que empezaban a desplegar todas estas arquitecturas en estos espacios, la cuestión que sin duda alguna tenía un interés mucho mayor era cómo se generaban las condiciones para que aparecieran esos espacios previamente, donde después tanto colectivos de arquitectura como colectivos ciudadanos podían intervenir. Y de ahí empieza un poco, no diré la fascinación, porque la fascinación ya venía de antes, pero sí el ánimo de querer entender cómo se generaban estos sitios, estas condiciones urbanas, empezar a discernir todos los tipos de espacios que se encuadraban dentro de estas dinámicas: los solares vacíos, los descampados, los bordes infraestructurales, ahí entendíamos que estaba el quid de la cuestión urbanística.

También por ver todas las narraciones que llevamos un siglo haciéndonos sobre las cosas que pasan en estos tipos de lugares, en películas, en libros, siempre suceden cosas en estos espacios, cosas desde un primer beso hasta un sitio de entrenamiento de parkour para chavales o hasta que Puigdemont se cambie de coche para ir a votar el 1 de octubre debajo de un puente para que no lo detecten los helicópteros de la Guardia Civil. Es como una genealogía de espacios donde veíamos que pasaban cosas diferentes a lo que pasan los sitios producidos por el pensamiento arquitectónico. De ahí el intentar analizar desde nuestra perspectiva. Una de las cosas que muchas veces dicen de nuestro trabajo es que no pertenece al mundo de la arquitectura, en realidad nosotros lo vemos como un trabajo 100% disciplinar, 100% arquitectónico-urbanístico en el sentido de que es necesario que nosotros pensemos también sobre estos lugares porque son condiciones urbanas diferenciales y porque pasan cosas diferentes. Ni siquiera creo que sea por una visión que tenemos ahora más amplia de la arquitectura —que puede estar al final definida en el tipo de invitados que estáis trayendo vosotros al Blog de Arquia— o lo que sea, sino que es precisamente una cuestión disciplinar averiguar cómo funcionan estos espacios. 

De ahí fuimos llegando a esa cuestión de que lo informal aparece en los espacios sin competencia del mundo formal y que esa falta de competencia del mundo formal muchas veces proviene de que no han sido pensados por arquitectos y que hay algo en ese tipo de espacios, en el tipo de condiciones que tienen, que hace que se produzcan otro tipo de usos. Que por supuesto, como decía, ya fueron los artistas mucho antes que los arquitectos los que se empezaron a fijar en esos espacios, pero quizás somos nosotros generacionalmente los que tenemos que entender. Sobre todo para saber si la arquitectura es una disciplina que sólo puede estar unívocamente vinculada al orden y que por lo tanto lo único que podemos hacer con estos espacios es quitar las manos de ahí y entender que en la ciudad deben existir espacios en los que no exista pensamiento arquitectónico o si realmente el pensamiento arquitectónico puede evolucionar para pensar que así también podemos aportar o no.

Es una de las grandes dudas que queda ahí para resolver a nuestra generación y a las siguientes. Pero, desde luego, en estos espacios encontramos una riqueza amplísima donde se pueden pensar, donde parece que existe una convivencia entre una cosmovisión moderna y una posmoderna, donde puede aparecer la magia de lo inacabado, los sitios sin identidad, donde las nuevas identidades pueden crecer, surgir, desarrollarse, proliferar, etcétera. Donde la cuestión de la autonomía o los comunes también vemos que acaba encontrando espacios súper ricos para emerger. Y bueno, pues eso.

Desde el 2006 llevamos casi todos los trabajos en este sentido, los metemos en un proyecto que se llama Degradación-exterioridad-emergencia, que viene a hablar de cómo estas condiciones urbanas pueden ser un cierto antídoto para las políticas de control estatal, para los sistemas de extracción capitalista y sobre todo para el surgimiento de prácticas autónomas y prácticas comunes. Y básicamente hemos en este trabajo estudiado espacios infraestructurales como los “debajos” del puente, muchos bordes viarios, incluso el ciclo de la edificación. Entender que en la edificación solo nos hemos fijado en un momento dentro de todo ese ciclo, que es el momento cuando está acabada y le hacemos la foto. Pues la edificación, cualquier parcela urbana acaba pasando por múltiples estados a lo largo de su historia, vacío, construcción, una construcción que se puede parar y calcificar, una ruina, un espacio abandonado, un espacio que aún no está acabado, un espacio acabado pero no habitado. Quiero decir, creo que todas esas fases forman parte de la ciudad y muchas de ellas aportan valor a la ciudad porque sencillamente aportan condiciones diferentes, entonces en un sitio en el que apoyamos la máxima diversidad pues estos espacios juegan un papel.

Y bueno, por mencionar algunos trabajos que hemos hecho últimamente, quizás los dos que hemos hecho en Madrid los últimos años, el de Cómo funcionan los límites del distrito de Usera y el de Magia postmoderna en Carabanchel nos han servido muchísimo para poder tener tiempo para dedicarle al trabajo de campo e intentar analizar qué pasa en estos espacios periféricos, cuáles son los elementos, los componentes, etcétera. 

A.G: Y por aterrizarlo en esos espacios concretos, te iba a preguntar, porque estábamos hablando antes de Benidorm y de ese descampado que nos enseñaste por primera vez, de ese patio trasero de Benidorm, ¿qué somos capaces de encontrar en ese descampado o en el de Usera? 

I.C: Pues por ejemplo, el de Benidorm, que es un espacio espectacular, se llama la Partida Armanello y es un territorio que fue cultivo, que después pasó a ser una zona de viviendas de bien -donde vivía, por ejemplo, hasta Zaplana, que fue alcalde de Benidorm- y que en cuanto entra el proceso urbanístico pasan estas contradicciones mágicas del urbanismo, que en cuanto algo se califica como urbanizable, de repente se paraliza su forma de evolución convencional.

En cuanto se empiezan a vender todos los terrenos para hacer la gran operación de ampliación del ensanche de Levante de Benidorm lo que pasa es que se empiezan a abandonar esas viviendas y se empiezan a ocupar. Empiezan a tener otros usos por otro tipo de comunidades, todos los límites parcelarios dejan de tener sentido y entonces se convierten simplemente en trazas catastrales que van generando las estrías en ese territorio. Entonces, todo ese territorio, aparte de los usos de la sustancia arquitectónica que existía, empieza a asumir, por supuesto, el uso de escombrera, de todas las obras de Benidorm acaban echando escombros ahí de forma informal, empieza a asumir, usos de comunidades subalternizadas —personas sin hogar que acaban montándose ahí su pequeño lugar para pasar las noches—, acaba siendo un picadero, acaba siendo un sitio donde conecta con toda la zona de las discotecas —y, por lo tanto, todos los flujos de la gente joven acaban pasando por sus bordes—, acaban territorializando ciertas zonas, poniendo unos sofás aquí y otros allá… Es decir, es un sitio riquísimo. Imaginemos eso, una zona que viene del mundo rural que después pasa a ser una zona perfectamente ordenada con estructuras tipo chalé, jardinería, etcétera, y cómo han ido evolucionando todas esas naturalezas. Es un espectáculo, porque hay diferentes capas en las que las diferentes formas territoriales que existían previamente —con todas estas décadas que llevamos de abandono— han ido evolucionando a diferentes naturalezas, hasta el punto que llegó a haber como una “plaga”, entre muchas comillas, de lo que llamaban de cerdos vietnamitas, porque alguien soltó uno y se empezaron a reproducir y empezó a haber como un rollo de cerdos vietnamitas… De gatos también, de gallinas también, quiero decir, es todo un ecosistema en el que las normas han sido otras. Entonces, lo mínimo que entendemos que se puede hacer desde el pensamiento urbano es intentar entender qué está pasando allí, cómo se ha producido, por qué es diferente a la ciudad que generamos, por qué puede generar fascinación, tanto desde el punto de vista cultural y del arte, como desde el punto de vista de un ciudadano que pueda vivir otro tipo de territorios, espacios y usos, es de ahí de donde surge un poco el interés. 

P.I: Sí, en algunos de estos descampados, al menos en Galicia, pero también en otros territorios, encontramos todo un ecosistema de huertas, de leiras, de espacios autogestionados por jubiladas y jubilados, que nos abastecen no solo de comida, sino que acaban constituyendo lugares de socialización. Últimamente, parte de vuestros trabajos con Ergosfera se han orientado hacia la tercera edad, visibilizando los mecanismos de una ciudad que los ha expulsado hasta los márgenes. ¿Cómo lo ha hecho? Cuéntanos un poco estas investigaciones que estáis llevando a cabo. 

I.C: Sí, pues mira, lo de la expulsión, más que el análisis de un proceso de expulsión, esto lo hemos estudiado en el proyecto que hicimos sobre las residencias de mayores, que coincidió con la pandemia, donde sí que ha habido una serie de procesos de expulsión que podemos analizar desde el punto de vista urbano, cómo las residencias han sido expulsadas hacia las periferias por razones únicamente económicas, de valor del suelo.

Pero a partir de ese proyecto sí que surgió otro, titulado Prácticas Urbanas Autónomas Informales de las Personas Mayores, en las que sí que intentamos ver, dar un paso previo, —que después seguramente hablaremos de este proyecto de las residencias— sí que nos dimos cuenta de que necesitábamos saber o intentar comprender qué era lo que hacían las personas mayores en la ciudad cuando lo hacían de forma autónoma, es decir, cuando no estaba ni el mercado ni el Estado, siendo la gente quien proponía cuáles eran sus actividades. A partir de ahí empezamos a estudiar, por una parte, cinco prácticas generalizadas, que son los principales casos de estudio y que son populares y presentes en un montón de contextos espaciotemporales diferentes. Pensamos en sentarse en la entrada de casa, reunirse en la marquesina del bus, mirar obras, alimentar y cuidar a animales liminares en las ciudades o cultivar huertas.

Y también otras prácticas, tres prácticas más singulares, que nos servían un poco para saber —no sólo estas genéricas— sino investigar otras prácticas informales que dieran un poco al traste con esta visión subalternizada de ellos, a los que le atribuimos una serie de capacidades muy limitadas. Y ahí hablábamos desde hacer grafitis hasta ser activista o hasta autoconstruir, autogestionar, espacios deportivos abiertos al común, etc. Y por último, analizábamos un concepto que entendíamos que tenía mucho interés por el momento actual en el que se está cambiando su estatus social: el bar de viejos. Era una cuestión de lo antiguo, de lo sucio, de lo que ya no tenía sentido para nuestras generaciones, y cómo estamos ahora en un momento de revisitación de ese concepto en el que ya desde lo hipster se puede entender el bar de viejos como algo con una potencia cultural muy relevante.

En todas estas actividades que hemos ido trabajando finalmente muchas de ellas acaban en este tipo de espacios de los que hablábamos. Muchísimas de las huertas informales acaban siendo como las que estudió Pau Faus en Barcelona, en los bordes de los ríos, o sobre todo en los bordes infraestructurales, que son unos territorios con unas condiciones de gestión diferenciales a lo gestionado por los ayuntamientos y, por lo tanto, con más facilidades para que este tipo de actividades urbanas se consoliden. Pero también actividades que entran en conflicto directo con ideas que tenemos sobre la ciudad, por ejemplo, como lo de alimentar animales, y cómo existe un debate y un conflicto sobre lo que implica la gente que alimenta gatos, o que alimenta palomas, o cualquier otro tipo de aves. A nosotros eso nos interesa muchísimo, en el sentido de que, por ejemplo, en este caso de la relación con los animales, nos parece riquísimo lo que están aportando las personas mayores, en el sentido de que es una relación con unos animales que son independientes, y que por lo tanto nuestra relación humano-no humano para nosotros es mucho más rica que lo que puede implicar el mascotismo, o cualquier otro tipo de fórmula.

Para mi generación, por ejemplo, que funcionamos mucho con esto de los no humanos, con el mito, por ejemplo, de la taberna de la guerra de las galaxias, ese lugar donde nos imaginamos que finalmente muchísimas especies podremos acabar tomándonos un whisky en un bar juntas. Pues si alguien está trabajando en ese sentido, entiendo que son esas personas que están empezando a entablar una relación con los animales que no es de absoluta dependencia, de absoluta sumisión, sino que se están poniendo en otros grises esa escala. Y después, hablando de esto de la expulsión, otro de los trabajos que hicimos últimamente, en colaboración con Canica, analizamos veinte o treinta núcleos de dos comarcas extremeñas desde la perspectiva del envejecimiento, y una de las cosas que trabajamos con mayor profundidad fue el tema de los lugares para sentarse. Entendiendo el banco urbano como la célula mínima de accesibilidad a una ciudad, que ya no es una cuestión simplemente estancial de un espacio de reunión en la ciudad, sino que es un espacio a través del cual se vehicula la accesibilidad para las personas en cuanto vamos perdiendo movilidad. Que existan bancos cada X metros implica cuánta distancia vamos a poder recorrer de nuestras casas según vamos perdiendo facultades. Una cuestión relacionada con otro de estos usos de los que os hablaba, que es el banco en la puerta de casa.

Hay muchas partes de España en las que se sigue sacando la silla a la calle, para hablar con los vecinos en la puerta de casa, pero que aquí en Galicia y en muchas otras partes era una cuestión que era parte de la arquitectura. Según nuestro punto de vista —nuestro entendimiento de lo que es el urbanismo— es una locura que un elemento de la mayor radicalidad urbana, como que al lado de la puerta de casa haya un banco donde no solo están personas con movilidad reducida sino que cualquier otra se pueda sentar —que es un aporte de generosidad de la arquitectura hacia la calle—, haya quedado reducida a ese mundo que entendemos como rural. Y que esos treinta centímetros de cesión que le robamos al hacer el espacio público hayan sido expulsados completamente de la ciudad, eso ya no tiene que formar parte de la arquitectura y solo cuando vamos a los pueblos vemos esa maravilla de que la arquitectura y la ciudad estén tan puramente imbricadas, de una manera tan fuerte.

Y eso, por supuesto, cuando lo analizamos desde la perspectiva de la tercera edad tiene una importancia radical, ese último sitio donde salen las personas y si pueden mantener durante muchísimo más tiempo la conexión con el espacio público, no cuando ya te quedas recluido en casa, finalmente. 

A.G: Y sobre todo también quién usa esos bancos. Pienso, por ejemplo, en un caso muy bobo, que yo vivo en una casa en la que el escalón de acceso tiene la altura exacta de un sofá, porque lo comprobé al llegar.

I.C: Claro, ese escalón se convierte en un punto de reunión de gente, sobre todo de gente en situación de calle o gente que está cansada o gente que está esperando. 

A.G: Claro, justo enfrente tenemos una terraza de un bar y el conflicto es radical, o sea, es un conflicto muy duro y nosotros siempre apoyamos a las personas que están ahí sentadas porque, claro, de repente estás usando un espacio que incomoda, porque realmente las personas que usan ese espacio muchas veces o quienes usan los bancos son gente que tienen esa relación con el espacio urbano y que generalmente son subalternizadas. Entonces es muy interesante.

Te quería preguntar cuál sería la distancia mínima, que lo hablamos hace unas semanas, de cada banco. O sea, si sería posible poner un banco delante de cada edificio. 

I.C: Yo creo que sí, yo creo que igual que los hemos retirado, quiero decir, producimos normativas urbanísticas de cualquier tipo y si hemos visto aquí en Galicia cómo se ha llevado hasta la locura la cuestión de la normativización de hasta del color de las cosas, evidentemente que podríamos normativizar la arquitectura para decir “cada casa o cada edificio que hagamos en la ciudad tiene que tener un banco introducido en su parte de entrada, porque hemos llegado por este motivo a la conclusión de que eso es bueno, no solo para los usuarios y habitantes de ese edificio sino también por lo que aporta a la ciudad”. Y que hagamos que esta infraestructura se construya de forma colectiva, que no tengan por qué ser todos bancos estandarizados, sino que aparte de los bancos estandarizados que cumplan unas normativas públicas determinadas, que cada uno pueda construir su propio banco y que eso sea un aporte a la ciudad, como un regalo. Como los países que tienen normativas para que se saquen plantas y flores a la calle, nos contaba el otro día María Novas sobre Holanda, o cosas así.

Ahí no veo ningún problema, lo que no hay es voluntad política y lo que hay es una cosa muy rara de que —como decías y explicas muy claramente— parece que lo que nos ha llevado a eliminar ese banco de la entrada de casa es que ocupamos treinta centímetros de la acera, cuando son unos treinta centímetros ocupados que no solo van a utilizar quienes lo construyen y los habitantes de esa casa sino cualquiera que pase por ahí, y sin embargo es tan fácil ocuparlo por terrazas. Es extraño, pero se le puede dar la vuelta en cualquier momento. 

A.G: Mencionabas el hecho de mirar obras, que es como algo que todos creo que hemos hecho y supongo que cuando llegue una cierta edad hacemos de manera más habitual o tendremos el tiempo para poder hacerlo. Bajo esa práctica que detectabas hay también una investigación que has desarrollado hace poco en Barcelona. Quería preguntarte en qué consiste exactamente el proyecto y, sobre todo, de esas conversaciones, de ese trabajo de campo que habéis tenido en estos meses, ¿qué has sacado en limpio? 

I.C: De esas cinco prácticas generalizadas que empezamos a estudiar, presentamos para la Semana de Arquitectura de Barcelona esta cuestión de mirar obras. El proyecto Mirar obras. La otra arquitectura espectáculo, le llamábamos. Intentábamos analizar una de las actividades autónomas o informales más populares de entre todas las protagonizadas por las personas mayores en la ciudad contemporánea. A través de una serie de dos sesiones de investigación colectiva y de un día de conversación pública, intentábamos avanzar en la comprensión de un fenómeno que no ha sido teorizado desde la disciplina, a pesar de tener una relación directa con el hecho arquitectónico, con las prácticas que producen a su alrededor. Básicamente lo que buscábamos era enfrentarnos a este uso urbano desde cuatro perspectivas que nos interesaban muchísimo.

Por una parte, las obras como urbanidad, entender las obras casi como esa idea de la erupción del descampado en el medio de la ciudad consolidada, un tipo de espacio urbano que es siempre efímero, que es siempre de situación contingente, de duración indeterminada, pero que siempre está en la ciudad. En la ciudad siempre hay algún punto que está en obras y que de repente corta los flujos de un determinado momento, por lo tanto se reconfiguran todas las actividades que hay a su alrededor y empiezan a pasar cosas. Eso nos interesa muchísimo.

Después, las obras como arquitectura. Nos interesaba analizar materialmente una actividad que está determinada principalmente por su cierre, porque se habita el perímetro de la acción en función de la materialidad de ese límite, siempre apoyándose en vallas o verjas metálicas, subiéndose en barreras New Jersey, observando a través de ranuras de cierres textiles o de madera. Una situación muy singular en la que hay una serie de materiales y de formas que entran en funcionamiento para una actividad popular en la ciudad, que además son materiales que hace décadas que han entrado dentro de la arquitectura alternativa.

A nadie le sorprende que alguien haga una fachada con unas verjas metálicas de obra o que utilice barreras New Jersey para hacer un cerramiento, pero que, sin embargo, cuando forman parte de su funcionalidad original en las propias obras, solo se piensan en términos de seguridad y de estética. Nunca se piensa si podrían aportar algo más o no a toda esta comunidad de personas, casuales o comunidad o no, que simplemente miran las obras. Después nos interesaba el tema de las obras como espacio social, entender que el entorno de las obras funciona como una pieza dentro de las rutinas diarias de muchísimas personas, un lugar donde se entablan relaciones de amistad, donde se mantienen conversaciones casuales o donde simplemente se disfruta en soledad de mirar las obras, pero con compañía visual de saber que alguien más lo está haciendo.

Por supuesto, es una comunidad muy singular en la que la edad y el género tienen una importancia dramática y eso desvela también asimetrías de género. Por supuesto, a la mayoría de hombres mayores que están mirando obras alguien les está haciendo la comida en casa mientras están ahí, pero también nos habla mucho de las virtudes de nuestro modelo, por ejemplo, de pensiones, que hace que se tenga un tiempo de ocio y que se pueda practicar la ciudad en ese tiempo. Y nos habla, incluso, de la subversión despolitizada desde la improductividad capitalista, de ese tipo de actividades urbanas que no producen ni un euro, ni de gasto, ni de inversión, ni de nada, y que la gente las hace. Entonces eso hoy en día casi es una subversión, poder imaginar ese tipo de actividades dentro de la ciudad.

Y después estaba el tema de las obras como espectáculo. Hay que pensar que más allá de la mirada profesional, técnica, artística, o de casos populares en los que se dio esa relación con las obras muy extremas, viene muy rápido a la cabeza el caso de la pandemia, cuando todo el planeta estaba pendiente de una obra, que era la obra del nuevo hospital de Wuhan, cuando todas las televisiones y las webs del mundo estaban retransmitiendo en directo esas máquinas chinas funcionando 24 horas, construyendo un hospital a toda leche. O cuestiones mucho más comunes de los pocos momentos en los que muchos nos enfrentamos a algo parecido a una obra, que es cuando de repente en un entierro se genera ese momento de máxima extrañeza y máxima tensión, cuando de repente aparecen dos obreros y empiezan a tapar un nicho, y sacan el cemento y empiezan a hacer. Que, a parte de esas miradas, existía esa mirada popular sobre un proceso constructivo que además es más significativo porque el proceso constructivo es el santo grial de muchísimas corrientes intelectuales alrededor de la arquitectura, pero que sin embargo a nadie le importa quién lo mira.

Es lo más importante, pero a la vez nos importa exactamente de tres pimientos que haya una gente que ya lo está mirando y que por lo tanto se interpreta como un espectáculo. Y ahí por supuesto también surge la cuestión de por qué es un espectáculo, por qué llama tanto la atención en ese sentido. Nosotros pensamos que básicamente la posibilidad de contemplar la actividad y el cambio en la ciudad contemporánea, y sobre todo la posibilidad de contemplar el trabajo material, es algo que ha desaparecido.

Que todos estamos encerrados en oficinas produciendo bits o en fábricas alejadas en polígonos industriales en las periferias, pero que realmente el trabajo manual es algo que muy pocas veces podemos ver en la ciudad. En las obras lo vemos. Y solo desde una perspectiva clasista podemos interpretar que el trabajo manual de los obreros no es artesanía.

En realidad, fue un espectáculo —ahora ya sí metiéndonos en lo que nos sirvió haber podido tener el tiempo de dedicarle una semana a hacer trabajo de campo en Barcelona—ver cómo realmente es un espectáculo. El cómo ver manejar una pala casi con una precisión quirúrgica para hacer una demolición de una estructura es increíble. El cómo entender ese espacio donde los obreros se relacionan en un interior, dentro o fuera con la obra, y cómo una verja transparente es capaz de generar una sensación de intimidad hacia ellos, que de repente pueden descansar dentro de la obra y hacer una vida como si estuvieran en un sitio completamente cerrado, pero no a la vista del público. Solo ese filtro ya los protege de cualquier invasión de la gente que los miramos desde fuera.

Fue comprender también, desde luego, cómo no son solo los hombres y personas mayores quienes ven las obras, sino ver que es algo absolutamente transversal en género, como es de las pocas cosas que hacen que pares el paso. En la ciudad hay pocas cosas que están pensadas para que sea un sitio de tránsito y que vayamos de un sitio a otro. Hay muy pocas cosas que consiguen que paremos el paso.

“¿Qué ha pasado?” decía Manuel Delgado en la charla que teníamos. Cuando pasa algo y de repente alguien se acerca y, “¿qué ha pasado?”. O pararse en un escaparate. Pues las obras es uno de esos sitios donde pudimos observar cómo muchísima gente —por supuesto los niños, pero también chicas jóvenes, chicos jóvenes de mediana edad, de cualquier edad— generaba eso. Por supuesto, más en las obras que tienen un impacto social, porque representan la transformación de un punto importante en el barrio, o lo que sea. Pero en cualquier obra se puede producir ese momento de parar, de comentar, de interactuar.

Y después también nos sirvió mucho para comprender cómo esa mirada no es solo una mirada ociosa, sino también existen otras miradas más complejas. En el caso de Barcelona, por ejemplo, el caso de los recolectores de metal. De una comunidad que aparece en las obras media hora antes, a las cuatro y media, cuando cierran a las cinco ,y en cuanto se van los obreros dejan la puerta cerrada pero abierta, sabiendo que alguien va a entrar después.  A las cinco empieza otro turno de trabajo, que es el turno informal, en el que va todo el mundo a las demoliciones a intentar conseguir los mejores metales. Una comunidad increíble, formada principalmente por gente de origen migrante, pero que tiene un conocimiento de los metales increíble, en el que saben, por supuesto, cuáles son los metales que les va a ser más fácil transportar, por cuáles les van a pagar más, dónde tienen que ir a buscar determinados metales y no otros. Existe toda una comunidad y que son gente que está mirando las obras antes también para ver cuándo pueden entrar, si en esta obra iba a ser un buen día para entrar o no. Se juntan muchas miradas sobre este tema de las obras.

P.I: Saltando como otro proyecto que también mencionaste antes y que a nosotros nos parece que fue de una extraordinaria urgencia y de necesidad también, es que a raíz de la pandemia hicisteis una investigación bastante extensiva en torno a la situación de las residencias de ancianos. Específicamente, en vuestro caso, creo que empezasteis por el área metropolitana de A Coruña, pero creo que levantaba al final muchas cuestiones que tenían que ver con muchos territorios y que era una cuestión más universal que atravesaba muchos lugares. Quería preguntaros cómo esa infraestructura pública, esa infraestructura social para la que nace este tipo arquitectónico, se convirtió en esos espacios, esas arquitecturas con tantas violencias, en los últimos años. ¿Cómo ha sido la evolución de ese tipo arquitectónico a través de vuestra investigación? 

I.C: Bueno, ese proyecto sí lo empezamos nada más empezar el confinamiento de la pandemia y lo empezamos precisamente por ese aluvión de imágenes a las que nos empezamos a enfrentar todos día tras día, a cualquier hora empezábamos a ver imágenes de las residencias. Y las residencias eran, al menos para nosotros y nuestra ignorancia, como algo que había quedado fuera completamente del debate sobre las tipologías urbanas, arquitectónicas de la ciudad. Era algo muy lejano, en lo que de repente nos vimos obligados a poner los ojos. Y sí que, a través de esas imágenes, sin hacer un análisis previo, empezamos a detectar esas violencias que mencionas.

En realidad, lo que descubrimos muy rápidamente fue que no se trataba de ninguna manera de una infraestructura pública, en el sentido de lo que entendíamos nosotros lo público, sino que realmente era una cuestión (al igual que la vivienda) privatizada, fundamentalmente. La mayoría de las residencias existentes en el área metropolitana de A Coruña habían sido iniciativa privada y un porcentaje aún mayor eran gestionados de forma privada. Básicamente, sí, lo que hicimos fue trabajar sobre su condición urbana.

Esa fue la parte del análisis que, quizás, avanzamos más. Hicimos, por ejemplo, un análisis —aparte de producir una cartografía digital, donde se puede consultar todo y la web, como todos nuestros trabajos— de ocho servicios, la relación de todas las residencias con ocho servicios básicos que considerábamos. Desde la cafetería más cercana, hasta el centro de salud más cercano, la farmacia, la biblioteca, una serie de actividades que consideramos fundamentales si entendíamos que cualquier residente de una residencia no tiene por qué ser una persona que tenga que estar en un grado absoluto de incapacidad o inmovilidad, sino que pueden seguir manteniendo ciertas autonomías.

Claro, ahí empezaban a aparecer situaciones absolutamente dramáticas de residencias que se habían llevado a sitios absolutamente alejados de cualquier signo de civilización, simplemente por una cuestión del valor y la disponibilidad del suelo y que, por lo tanto, generaban una problemática muy radical en las personas que ahí habitaban. De repente eran completamente dependientes de que alguien fuera a buscarlas, a llevarlas para sacarlas de allí y llevarlas a algún sitio, y que no tenían prácticamente ninguna autonomía más que, a lo mejor, salir al monte, como mucho, porque estaban en el medio de la nada. Ahí sí que conseguimos llegar a alguna conclusión un poco más avanzada —porque este proyecto finalmente no conseguimos pasar mucho de ahí porque no conseguimos financiación— fue como también un golpe de realidad en el que por una vez entendíamos que un trabajo de Ergosfera no trataba sobre ninguna de nuestras frikadas particulares, sino que era un problema de absoluta actualidad y que podía ser de interés para muchas administraciones y fundaciones, pero finalmente no lo conseguimos. Y por eso, por ejemplo, desde el punto de vista arquitectónico, no llegamos a avanzar más que empezar a plantear las cuestiones que entendíamos que eran de interés.

¿Qué estaba en debate? Por ejemplo, el debate sobre la concepción del lujo desde la manipulabilidad o la concepción del lujo como estética. Nos interesaba mucho, a partir de esa frase mítica de Joãozinho Trinta de quepobre gosta de luxo, quem gosta de miséria é intelectual”, intentábamos comparar esas a lo mejor pequeñas residencias conformadas con espacios exteriores donde aparecen las sillas de plástico, las sombrillas de publicidad de Camy, la parrillada hecha con cuatro hierros y tal, con, por ejemplo, una macro residencia como la que financia la Fundación Amancio Ortega, la Padre Rubinos. Una arquitectura blanca, pulcra, perfecta, con todos los servicios, con iglesia, con diferentes actividades en el mismo edificio.

Pero, finalmente, un espacio en el que parecía que la manipulación era absolutamente imposible. ¿Qué puedes mover en un sitio que es perfecto, en el que todo está perfectamente pintado, blanco, etc.? Donde esa condición hospitalaria no parecía lo más habitable para unas personas que tienen que hacer ahí su vida, que probablemente vengan muchas veces de un entorno, de un origen, donde esa arquitectura no sea la más proclive a todas estas prácticas. Entonces, sí que dejamos planteadas determinadas cosas en cuestión arquitectónica, sobre todo la relación con la ciudad. Cómo son los límites de estos lugares es una cuestión increíble, cómo las verjas y los muros de las residencias son muchas veces casi una forma material militarizada y no un filtro, desde donde, como decíamos antes, igual que las viviendas, podríamos imaginarnos un banco. Si analizáramos los límites de las residencias, alucinaríais lo terribles y lo duros que son.

¿Por qué hace falta eso? ¿Quién va a saltar una residencia? ¿Qué problema han tenido las residencias en algún momento en España de que alguien, no sé, haya querido entrar a hacer un butrón? ¿Qué nos ha llevado a que todas tengan esa violencia en su límite? Eso es como algo que parece incomprensible, no parece haber ninguna motivación que lleve a eso, pero ha llevado a eso. Yo creo que simplemente es que no ha habido reflexión, que sencillamente se han hecho unos equipamientos para hacerlos, porque había que hacerlo, porque lo diría una ley o por lo que fuera, pero no se ha tenido ningún cariño en entender qué funcionalidad y qué relación con la ciudad debían tener estas piezas por sus condiciones especiales. 

A.G: Claro, volviendo a la informalidad, como muchas veces esa informalidad o esa falta de pulcritud o falta de perfección permite como otras prácticas, para mí hay un episodio o un proyecto, un informe que habéis elaborado que creo que merece la pena que nos detengamos y que creo que recogía con muchísimo cariño y con muchísimo cuidado como todos estos procesos urbanos que quedan fuera de la pulcritud, que quedan fuera de la planificación y por el que sufriste muchísima violencia. Para quien no lo conozca, el Concello de A Coruña os encarga un informe… 

I.C: No, saca una licitación y nos presentamos, sí…

A.G: Para desarrollar en torno a un paisaje infraestructural bien duro, bien violento, que divide la ciudad, como es el acceso de la avenida Alfonso Molina. Y planteáis una alternativa, una mirada que plantea una alternativa a ese vehículo motorizado, a esa ciudad productiva del siglo XX y también planteáis una alternativa que va más allá de eso y precisamente por eso llegáis a sufrir muchísima violencia mediática. ¿Cuál es ese proceso para convertirse en la diana mediática de buena parte de los medios de comunicación gallegos? Simplemente por proponer una humanización de una infraestructura agresiva o una infraestructura fundamentalmente violenta que dividía la ciudad. ¿Qué había realmente en ese informe para levantar tantísimas ampollas? 

I.C: Este fue quizás nuestro trabajo que nos deja, de alguna manera, con peor sabor de boca, en el sentido de que no logramos acabarlo bien por esta presión de la que hablas, tanto de La Voz de Galicia como del PP, que hacía imposible extender el plazo de entrega. Fue una infamia total. No supimos, o yo personalmente tampoco supe soportar la presión y acabamos entregando un informe incompleto con un montón de errores y cuestiones sin tratar de detallar.

Fue una oportunidad perdida, de alguna manera, de haber hecho un buen proyecto con el que pudiéramos haber tenido más ganas, después, de defenderlo contra todo este tipo de ataques. A pesar de eso, las críticas, tras su publicación, no fueron por ahí, por los posibles errores que podía tener en términos técnicos —que los tenía, y gordos— sino fue por plantear cuestiones que para nosotros eran muy sencillas y básicas, como por ejemplo plantear que las personas que viven debajo de los puentes son los primeros vecinos de una avenida. Si de repente estás pensando en transformar los bordes de una infraestructura y vas a pensar en todos los vecinos de los barrios que viven a su alrededor y en su relación con ella, la gente que habita, desgraciadamente, sus espacios debajo del puente son unos vecinos más con los que hay que hablar y los que, por supuesto, tienen que estar incluidos en el trabajo.

O plantear que los no humanos que habitan alrededor de esta avenida también son vecinos de la misma y también se puede trabajar de alguna manera con ellos. Que entre estas cosas y otras cuestiones, ya de la clásica manipulación más sutil de La Voz de Galicia de titular una entrevista con una opinión mía sobre el cierre-sommier y que de repente haya miles de personas pensando que el proyecto incluía acondicionar los cierres de la avenida con somieres y cosas así. Bueno, este tipo de majaderías. 

Que la oposición y la prensa en ese caso robaron un debate que yo creo que sabía que podían perder, en el sentido de que la idea que habla de intentar reconvertir una autopista en una avenida metropolitana y complejizar todos los usos de su alrededor, repensando este espacio central como algo mucho más que simplemente un vector de comunicación infraestructural, era algo con suficiente potencia que surja un debate y que pensemos entre todos por qué pasa eso. Son curiosas las cuestiones por las que se atacó este trabajo. Ya os digo, con el tema de los “debajo del puente”, se nos acusó de querer meter a personas que eran de la política social del ayuntamiento debajo del puente, cuando decíamos cosas tan sencillas como “oye, si hemos llegado al consenso social de que cualquier espacio público lo tenemos que mantener y que a los parques o los juegos infantiles o cualquier sitio le damos un mantenimiento y hacemos que las cosas funcionen y no se degraden en exceso, ¿por qué no pasa lo mismo con los puentes?”. O sea, un puente es una infraestructura que tiene que cumplir una función de movilidad, pero tampoco tiene por qué tener filtraciones para que siga cayendo agua a quien está debajo, su pavimento debajo puede estar en unas condiciones más o menos aceptables para que sea más fácil estar allí. Quiero decir que no pasa nada por entenderlo como un espacio público y que la única diferencia que lo difiere de ese parque o de ese jardín o de ese parque infantil es que quien lo habita normalmente son pobres. Es la única diferencia que tiene con respecto a todos los espacios públicos.

Tienen las mismas condiciones, la misma titularidad, tiene una arquitectura encima, tiene todo exactamente igual, solo que quien lo habita es una comunidad a la que no queremos hacerle caso y queremos hacer que no existe. Y lo mismo pasa cuando nos acusan de ser los arquitectos de los batracios y que nos interesaba más la vida de las ranas que la vida de los niños, como cuando decían en Matogrande [uno de los barrios colindantes] que no nos preocupábamos por los niños en Matogrande pero sí por las ranas que tenían que cruzar la avenida. Bueno, eso es un tema como el de siempre, por mucho greenwashing que se haga desde instituciones, medios, etc., finalmente, el tema de lo verde, el tema de los animalitos, es como siempre una cuestión muy importante para poder intentar ridiculizar un proyecto.

Y en este caso, nosotros habíamos hablado con expertos en los que estaban realizando en ese momento el mapa de la biodiversidad del Concello, y entonces, ¿en qué cabeza cabía hacer un proyecto sobre una vía que cruza completamente todo el municipio y no ponerlo en diálogo con lo que estaban haciendo en el mapa de la biodiversidad? En cuanto nos dicen que había una serie de colonias de pequeños mamíferos y de batracios y de animales, y que no estaría de más dejar simplemente un paso de fauna bajo la autopista, pues claro, eso se utilizó como el gran elemento ridiculizador, de, “¿cómo se iban a gastar —ya se ponían hasta cifras, ya se ponían cien mil euros— cien mil euros en un paso para ranas en Alfonso Molina?”.  Era algo incomprensible que hacía chipear completamente la mente. O cuestiones como que intentáramos analizar la comunicación en una gran avenida. 

En cuanto empiezas a intentar entender que una avenida no es solo un lugar por donde circulan coches, que también lo es, y nadie lo quiere negar, y desde luego nuestro proyecto no lo negaba, pero que es muchas más cosas aparte de eso. Es, por ejemplo, un sitio de comunicación, es un sitio donde aparecen graffitis gigantes, donde la gente en las pasarelas cuelga desde un anuncio de una boda hasta un anuncio de una manifestación, una crítica, lo que sea, donde los grandes tótems publicitarios se colocan porque tienen una situación estratégica de comunicación con la gente que pasa, etc. ¿En qué cabeza cabe no analizar eso? ¿Cómo vamos a trabajar sobre una avenida y no pensar que es un elemento semiótico donde la comunicación urbana se está produciendo? En cuanto mencionas palabras como capitalismo, por ejemplo, parece que ya estás hablando del gulag, que parece que es una palabra que va en contra de lo técnico, que si haces un informe técnico y está la palabra capitalismo en alguna parte de eso, ya está completamente desacreditado, como si no fuera parte completa de cómo funciona la ciudad, y que da igual que esté a favor o en contra. La cuestión es que es parte de lo que hay, entonces hay que analizarlo en esos términos.

Pensar y decir cosas tan sencillas como que había que reequilibrar la capacidad comunicativa de la avenida, en el sentido de que la comunicación popular quizás debiera tener un peso mayor que la comunicación comercial, ya parecía como una cosa super radical de un comunismo bananero o cualquier cosa así. Yo creo que en cualquiera de los pasos que dimos en el intentar entender que una gran avenida es mucho más que un espacio de tránsito, sino que también es un espacio urbano con todas las letras y con todas las mayúsculas, ahí algo entraba en crisis. Algo en todos los resortes de lo administrativo, lo mediático, etcétera, entraba en alguna crisis.

A.G: ¿Y qué herramientas hay para incluir como todas estas voces o todos estos seres precisamente en esas lógicas de lo administrativo y de la planificación urbana? ¿Es posible? 

I.C: Pues no lo sé. Creo que cada vez seremos más las personas, los colectivos, que estamos teniendo en cuenta estas cosas. Llegará a un punto de saturación en el que entiendo que alguien llegará a ese tipo de puestos como para que no le llamara la atención y diga: “¡Ah, bueno, claro! Pues menos mal que alguien piensa esto por fin, ¿no? Después de tantos años, ahora empezamos a pensar en eso”.

Y que en realidad ya está pasando. Que esta cuestión de los pasos de fauna, por ejemplo, se ha hecho en mil autopistas en toda Europa. Es una cosa que si estuviéramos en otro contexto, alguien podría atacar a alguien por no hacerlo.

En otro contexto político pasaría eso, que sería algo completamente normalizado. Simplemente que en cada territorio funcionamos en nuestros tiempos y nuestros espacios y con nuestros temas y los conflictos políticos que haya en ese espacio. Este proyecto se quería tirar principalmente porque era el proyecto de una administración o de un partido político al que no tenía ningún contacto con los poderes ni económico ni mediático.

Entonces, daba igual, en realidad, lo que hiciéramos. Iban a encontrar cualquier tipo de excusa para poderlo tirar. En realidad yo creo que todas estas cosas son cosas que en cuanto a nuestra generación y nuestras formas de hacer, empiecen a poder participar en todo este tipo de licitaciones, concursos, informes técnicos, que no sean simplemente, que no queden restringidos al plano cultural, sino también al plano de acción técnica, por supuesto que se acabarán incluyendo, no tengo ninguna duda.

P.I: Estoy pensando en pueblos de Asturias, en valles hiper rurales que tienen pasos de anfibios entre una charca de renacuajos y un prao. Que son lugares poco sospechosos de pertenecer a ninguna república bananera ni ninguna vanguardia intelectual de ningún tipo. Han formado parte durante muchas décadas de todo esto.

Ya, por ir cerrando, nos gustaría también preguntarte por, más allá de ese binarismo público-privado que a todos nos han heredado en la escuela, ese plano de llenos y vacíos, blancos y negros, tan famoso, vosotros habéis encontrado también muchas condiciones públicas en muchos espacios privados y muchos espacios vinculados a lo genérico. Pensaba en aquel texto tan bonito que había escrito hace muchos años César Losada que se llamaba algo así como “Historia de amor en los escaparates de un Zara”…

I.C: “Cruces de miradas en el escaparate de un Zara”.

P.I: Que se ponía un poco en la piel de todas estas generaciones jóvenes que encontraban en aquellos centros comerciales espacios con muchas cualidades urbanas, con muchas prácticas gratuitas que se pueden llevar a cabo, espacios calefactados, etc. En vuestro caso habéis hecho una investigación también muy extensiva sobre muchos espacios genéricos, en este caso como los McDonald’s y estos establecimientos de comida rápida y las condiciones urbanas, públicas, que plantean. ¿Nos cuentas un poco también esa investigación? 

I.C: Sí, este proyecto se llama McDonald’s, el lugar frente a la metáfora.

Llevamos muchísimo tiempo, desde 2008, desarrollándolo de forma intermitente, porque nos interesa desde varios puntos de vista. Uno es la condición del hecho McDonald’s. Cuando hablamos de McDonald’s hablamos de un espacio global que a veces estará materializado en forma de McDonald’s o de Burger King o de cualquier tipo de estas franquicias.

Nos interesa McDonald’s porque es el caso más global y sobre todo el que se ha utilizado como metáfora para hablar de muchas otras cosas. Nosotros partimos, por supuesto, de todas las críticas que se hacen a McDonald’s en términos laborales, en términos medioambientales, en términos de la forma de producción de la comida, de maltrato animal, de un montón de cosas en las que estamos completamente de acuerdo. Lo que pasa es que hay un determinado momento en el que empezamos a pensar que cuando esto se extrapola a muchas otras cosas y se empieza a hablar de “mcdonaldización” y se empieza a utilizar el término “Mc” para añadirlo a muchas cosas de las que estamos en contra, empezamos a ver quiebras.

Empezamos a ver que en realidad en los McDonald’s estaban pasando —igual que veíamos en todo este tipo de espacios de los que hablábamos antes, más informales— prácticas que no sucedían ahí. Entonces, empezando a trabajar sobre ello, pues lo primero que nos dimos cuenta es que era un experimento primitivo de espacio global y que era algo absolutamente increíble que desde la disciplina arquitectónico-urbanística no hayamos mirado para ello, que hay entre 37.000 o 39.000 locales en el mundo, que es una cuestión que sólo es comparable a las grandes religiones. Es decir, que es un espacio estancial tan distribuido por todo el planeta que sólo el cristianismo, el islam y a lo mejor alguna religión más puede ser comparable a eso. En el momento en que empezábamos este trabajo había habido tres McDonald’s que habían sido publicados en alguna revista de arquitectura, porque los había hecho algún arquitecto con algún tipo de renombre. Recuerdo, en nuestra generación fue muy mítico aquel McDonald’s de nijric and nijric [njiric plus arhitekti] que tenía una pista de baloncesto en la cubierta y que era como la primera vez que veíamos un McDonald’s en una revista y que nos llamaba la atención y decir, ostras, pero “¿cómo es posible esto?”. Es imposible que entre 37.000 cosas, primero no hay un pensamiento urbano que diga, “¿qué está pasando aquí? ¿Cómo se ha empezado a experimentar esto? ¿Qué está implicando esta condición de un espacio reconocible en cualquier lugar del planeta?”. Esto nos interesaba muchísimo.

Y después nos interesaba entender el fenómeno como un conjunto de arquitecturas genéricas, de piezas urbanas, de lugares sociales que cuando lo abordábamos desde el análisis de los usos populares que eran capaces de acoger, tanto formales como informales, se revelaban como espacios que tenían un máximo interés público. Y de ahí empezamos a estudiar, estructuramos un proyecto en el que empezamos a analizar todas esas críticas y prejuicios ante el fenómeno. Críticas que, claro, aparte de todas estas que decíamos, también empezamos a ver cómo surgían las críticas del otro lado.

Jorge Buxadé, el ideólogo del partido protofascista Vox, tiene una conferencia en la que habla en unos términos increíbles de cómo va Roma y cómo su hijo se da cuenta de que allí no hay McDonald’s y la maravilla que es el patriotismo italiano de que allí no tiene McDonald’s. Por supuesto, una absoluta trola y una mentira. Italia está llena de McDonald’s, pero da igual.

En su reflexión, estaba la idea de que un verdadero patriota español estaría en contra de esa idea. Y a partir de ahí empezamos a ver que sí que realmente era una cuestión que también desde el fascismo se veía como una afrenta. Y también veíamos cómo había organizaciones de las asociaciones de familias americanas que protestaban porque McDonald’s apoyaba la causa LGTBI o contrataba homosexuales o permitía que se dieran besos homosexuales dentro de los locales.

Veíamos cómo no sólo existía la crítica desde nuestro lado, sino también desde el otro, y por las prácticas sociales que había dentro. Entonces empezamos a analizar eso desde el punto de vista arquitectónico, histórico… Como pieza urbana nos interesaba muchísimo porque veíamos que el papel que desempeñaba en centros urbanos turistificados no era el mismo que desempeñaba en periferias, donde se convertía casi en una actividad pionera a partir de la cual empezaban a surgir otras a su alrededor. 

Eso en el caso de Carabanchel nos sirvió muchísimo para avanzar en esta investigación. El papel que tiene allí una pieza urbana en el sur de Carabanchel, alrededor del cementerio sur, los únicos sitios de hotelería que hay de acceso desde la calle son ocho locales de franquicias. Hay dos McDonald’s, tres Burger King, un Popeye’s, solo ocho sitios. Y ver el papel de funcionamiento que tienen es increíble.

Ver cómo de repente una pieza pegada a la A-42 hace que de repente aparezcan chavales en bici de Orcasitas que cruzan la autopista a las tantas de la madrugada para ir a comprarse una hamburguesa, que de repente todas las reuniones que hacen los taxistas bangladesíes —que se juntan a lo mejor cuarenta taxis— también funcionan en esa misma lógica. Que de repente su papel pionero como un nodo simplemente por el hecho de que permitieran a través de la ventanilla de tu servicio, no sólo ir en coche, sino vender también a gente que va en bici, andando, en bicicleta, lo que sea, pues era una pieza muy importante. Y que a lo mejor no funcionaba igual que en los nodos de movilidad, o con un centro comercial, etc.

Y después también nos interesaba analizarlo desde el punto de vista teórico, y ahí trabajamos un poco, sobre todo con Mark Fisher, con Jameson, a través de pensarlo desde el punto de vista del comunismo. De pensar, ¿y si todo lo que nos hemos quejado, o lo que se quejaba teóricamente sobre el comunismo, de esa homogenización, de todos querernos iguales…? ¿y si en realidad es un poco lo que al final estamos llegando con todos querernos el mismo Iphone, todos querernos el mismo McDonald’s, etc.? Que nos parece imposible no querer reflexionar sobre la condición de la necesidad de un espacio global.

Esa funcionalidad como embajada, como que un suizo reconozca como propio en un lugar perdido de la India que el McDonald’s es su casa es, de alguna manera, un milagro. Es algo que tenemos que investigar. Sobre lo que alguien ha experimentado y tenemos que intentar entenderlo en términos urbanos el porqué se genera eso.

Y bueno, pues esto por ahora lo hemos ido, ya te digo, analizando muy intermitentemente en los casos que hemos tenido. Por supuesto hemos estudiado el área metropolitana de A Coruña, pero si vamos a Bilbao, pues hemos estudiado el caso de Bilbao. En Barcelona, pues pudimos hacer un trabajo el año pasado, también en la Semana de la Arquitectura, sobre los ocho locales que hay alrededor de la Sagrada Familia, el papel que estaban teniendo. También pudimos hacerlo en Los Ángeles.

Por ejemplo, en Estados Unidos el papel que tienen es increíble, porque es el único sitio donde todas las personas sin hogar —que en Estados Unidos no tiene nada que ver con Europa, es una cuestión absolutamente radical el número de personas que están en esta situación— pueden entrar a hacer una vida completamente normal, donde por supuesto van a utilizar el wifi, van a utilizar sus aseos, su calefacción o su aire acondicionado, donde alguien les puede invitar y comprar algo, donde si consiguen un dólar por una consumición mínima pueden acceder a comida caliente, donde de repente se generan comunidades, y ya ha habido muchos fotógrafos que se han preocupado de retratar la increíble diversidad de la fauna que puebla estos lugares. Su condición de ser de los pocos lugares donde se produce la mezcla social, donde pueden ir diferentes clases y encontrarse y mirarse a la cara, tanto para alguien que está en la calle, verse en un sitio en normalidad…

Allí en Estados Unidos hay una cosa que es como la sospecha o el sentirse de menos cuando te sientes subsidiado por lo público. Para alguien de la calle le resulta muchísimo más humano y atractivo poder ir a un McDonald’s y sentir que eres uno más, que nadie te está subsidiando, sino que tú decides ir allí libremente, que no ir a un centro cívico o ir a un espacio pensado exclusivamente para ti, donde solo te vas a encontrar con los tuyos y vas a estar en lo más alejado de la normalidad posible. Allí tú estás en contacto con esa normalidad.

Entonces vemos que es un trabajo con el que vamos a seguir mucho tiempo porque vemos muchas líneas de investigación con un interés muy importante. 

A.G: Antes de terminar, hay una cosa que igual no hemos hablado tanto, que es de las metodologías de trabajo, de tus herramientas de trabajo. Creo que hay —como decías, la metáfora frente al lugar— una condición situada muy importante. Y para hablarlo un poco más o para que nos cuentes, sabemos que el trabajo de campo es fundamental. Entonces, ¿cómo procedéis con los proyectos, con los diferentes tipos de proyectos? Creo que hay una lógica común, que es de trabajar en el lugar y hacer el trabajo de campo. ¿Qué hay de fértil? En un momento en el que muchas veces hay una abstracción, yo creo, como muy interesada de no bajar a lo concreto, de quedarnos en unos planos discursivos muchas veces, ¿qué te encuentras en el trabajo de campo? 

Para nosotros es absolutamente fundamental desde siempre. Yo creo que nos encontramos todo aquello que no está en el punto de comunicación básico de nuestra generación, que es ahora mismo la bibliografía, Internet y cualquier otro medio de búsqueda de información. En el campo, todo lo que nos han enseñado en la Escuela de Arquitectura está ahí. Y además creo que es algo que se aprende muy rápido, en cuanto empiezas a hacer visitas de campo, a empezar a detectar y empezar a ver cosas que antes no veías, a fijarte en las huellas que deja cualquier actividad humana o casi cualquiera en los espacios que analizamos.

En el poder hablar con gente, en el poder ver de tú a tú, también poder tener miradas distantes pero sobre personas reales que están actuando en un sitio. Nos interesa muchísimo el volver también, el intentar entender que los sitios no son sólo espacios sino tiempo y que por lo tanto hay que volver muchas veces al mismo sitio para poder entender las cosas. La primera vez que se va a un sitio se entiende una capa de la realidad, pero solo cuando se vuelve varias veces se empieza a entender qué fue lo casual y qué es lo intermitente, qué pasa de vez en cuando, qué es lo que es continuo y pasa siempre.

Y ahí es donde está la absoluta necesidad del trabajo de campo y que es muy difícil desde cualquier otro mecanismo entenderlo. Este último trabajo que os comentaba de Carabanchel sería imposible sin el trabajo de campo. Porque el trabajo de campo incluyó descubrir dónde hacen las necesidades la gente cuando no existen baños públicos o privados a los que acceder.

Y eso hace falta ir trazando las huellas de por dónde va la gente. O dónde se practica el sexo en la ciudad. ¿Dónde se producen espacios con suficiente intimidad en la ciudad como para que se produzcan estas prácticas? Para eso hay que hacer un trabajo de campo.

Y verlo en movimiento, en el sentido de que incluso ahora que nuestras herramientas se han expandido muchísimo y ahora tenemos cosas como el Google Street View, que es una herramienta increíble, que al menos ya nos da una imagen por año desde 2008 de muchísimos lugares. Y eso, por supuesto, ha ampliado las posibilidades que tenemos de conocer la ciudad. Y ya la ciudad no sólo como objetos estables, arquitectónicos, sino también sus prácticas, porque aparecemos las personas en esas imágenes.

Pero el trabajo de campo sí que lo consideramos fundamental. A partir de ahí, elaborar cartografías es otra de las herramientas que quizás más hemos hecho desde siempre. Cartografías que pueden ser estáticas, y que últimamente ya nos hemos metido en el tema digital, de intentar pasar del tema de poner puntos en Google Maps, y empezar a intentar complejizar un poco las cartografías para que sean dinámicas.

En el caso de que sean necesarios, hay otras que no. Pero sí que ese trabajo de ida y venida, desde el trabajo de campo hacia la cartografía, lo vemos como muy productivo, y necesario en el sentido de que es un trabajo, como hablábamos antes, que no se ha hecho, porque no se nos enseña en la carrera, o porque no es una práctica que tenga interés para la carrera. 

Recordad lo que significaba hacer un plano de situación en la carrera. Era simplemente poner el sitio donde íbamos a hacer el proyecto y dibujar un poco los alrededores, quien le pusiera un poco más de cariño bien, pero que no tenía ninguna importancia. Era como una burocracia dentro de un espacio no burocrático como la universidad. Nosotros siempre le dimos muchísima importancia a esa cuestión del plano de situación y qué significa.

Y en estos trabajos de análisis urbano es fundamental esa ida y venida entre trabajo de campo y cartografía. 

P.I: Y colectivizarlos muchas veces, porque no los hacéis en solitario, sino que muchas veces forman parte de metodologías para colectivizar proyectos, hacerlo de forma conjunta, esa conversación caminada, esos descensos que recordábamos que organizabas también en la escuela, como bajar desde la escuela a la ciudad y entender una realidad que muchas veces en el plano no estaba. 

I.C: Claro, es que todos estos matices y desde luego todas estas cuestiones de los intereses que acabamos teniendo en la ciudad y de los que hemos venido hablando en esta conversación, muchas veces, o casi siempre, viene del trabajo de campo.

Hay pocas veces que el debate surja de una cuestión teórica. Las cuestiones teóricas yo creo que se materializan en la mente una vez descubres algo fascinante en la realidad que te rememora a esa cuestión teórica que has tenido la suerte de acceder, aprender, etc. Pero solo el detalle, solo las caras de la gente, solo estas repeticiones de las que hablaba, de entender las cosas que se repiten y que por lo tanto tienen un sentido para la sociedad y que solo las podemos ver teniendo los ojos preparados para querer ver la ciudad, que es un poco la lucha como el colectivo de escribir.

Ese intento de desaprender, de escribir, al final es mirando la ciudad. 

A.G: Y preguntando precisamente cómo es mirar la ciudad y por vuestra obsesión o vuestros focos en la escala urbana y sabiendo un poco que también detrás del nombre de Ergosfera también está el de “partidarios de la ciudad” y un poco a modo de cierre y con buen sabor de boca —que yo creo que hay muchas cosas a lo largo de esta conversación que nos dejan buen sabor de boca para imaginar otras ciudades posibles más allá de las que podemos vivir— es preguntarte qué esperanzas podemos encontrar en la ciudad. 

I.C: Sí, “partidarios de la ciudad” viene de un texto que nos había gustado muchísimo de Koolhaas, aquel de “Qué fue del urbanismo”, que acababa viniendo a proponer la redefinición de nuestra relación con la ciudad, no tanto como los constructores sino como simples sujetos, como sus partidarios. Entender ese cambio de paradigma que supuso el trabajo de Gilles Clément cuando no se trata de construir el jardín, sino que se trata de caminar con el jardín, ir viendo por dónde fluye y trabajar con él en el tiempo y no solo con una idea espacial predefinida.

Nos gusta mucho esa idea. Nos gusta mucho para la ciudad, la ciudad parece un buen lugar para un concepto que nos gusta mucho de Donna Haraway, el de seguir con el problema. Como nos interesa tanto la perspectiva moderna como la posmoderna sobre la ciudad y entendemos que la ciudad solo puede ser un sitio donde estas dos cosmovisiones convivan. Y tenemos la convicción de que una ciudad rica es una ciudad donde conviven lo formal y lo informal, el orden y el desorden, lo público y lo común, lo privado y lo autónomo, etc. Es ahí donde queremos entender qué nos puede aportar la ciudad. 

Benidorm, por ejemplo, que salió en algún momento, es otro de los proyectos que tenemos desde hace años, Lo urbano y lo urbanístico, por Benidorm, y en ese sentido nos da como un par de claves. Una es el valor que tuvo la planificación urbanística, y sobre todo en su humildad de saberse unir a lo largo del tiempo con unos determinados procesos informales, que no voy a explicar, pero que han tenido mucha relevancia en el posterior desarrollo de la ciudad. Es decir, la creencia en que aún se puede pensar algo desde el urbanismo. Una vez ya se ha perdido toda esperanza, yo creo que Benidorm es un sitio donde podemos aprender que aún no podemos romper la cuerda del todo y que esa herramienta podemos hacerla nuestra para algo productivo y deseable, sobre todo.

Y después la idea de que una ciudad construida por nosotros, quiero decir, por nuestra generación, por los vivos, una ciudad que no depende del patrimonio, que no depende de la historia, de lo antiguo, etc., es capaz de producir atractivo y deseo. Que en realidad un tipo tan poco sospechoso de capitalista como Lefebvre acabó diciendo que Benidorm era la única ciudad que merecía ser habitada de las construidas en el siglo XX, que había algo ahí… Creo que Benidorm es uno de los sitios donde estamos intentando trabajar esta pregunta, ¿de qué nos habla la ciudad? Porque nos permite ver con optimismo la ciudad construida por nosotros, no la ciudad del pasado que cualquiera hoy en día puede valorar. Y nos permite que la herramienta para construirla, que es el urbanismo, puede tener que decir algo. Por supuesto, no en solitario, va a tener que trabajar también con lo informal. Y ahí está la pregunta de la que hablábamos antes. Aún tenemos que averiguar si ahí tenemos algún papel los arquitectos o si simplemente tenemos que desaparecer de algunos lugares para que la riqueza de la ciudad sea la máxima. 

Después, no hemos hablado como de muchos otros temas, ni de vivienda, ni de la crisis climática, o otros grandes temas de actualidad, pero para nosotros el tema del control urbano es como uno de los temas importantes, uno de los peligros que acechan, sobre todo en la deriva ultratecnológica y que aumenta exponencialmente las posibilidades de control, pues es uno de los temas que nos preocupan. Y por eso hemos trabajado también sobre todo este tipo de sitios, porque eso es lo que nos lleva a fascinarnos por las periferias y por todas aquellas condiciones urbanas que, de alguna manera, permiten encontrarse con lo otro, encontrarse con la sorpresa, encontrarse con lo no pensado.

Eso también forma parte de la ciudad. Y ahí es lo que decía que vamos a tener que pensar cuál es nuestro papel en eso. Por poner ejemplos sencillos, ahora mismo estamos absolutamente fascinados por el tema de las estaciones de servicio. Cómo las gasolineras se han convertido dentro de la cultura del automóvil en un lugar de reunión para un montón de culturas juveniles que trabajan con esa condición periférica de aislamiento, de estar en unos determinados espacios de la ciudad, pero que son capaces de producir cultura y realidad. Y en ese sentido nos interesa mucho pensar en una arqueología del futuro. Si realmente tenemos fe en que el criterio razonable de lo medioambiental va a triunfar y por lo tanto vamos a hacer frente al cambio climático y vamos a tomar las medidas oportunas —todo lo que pasa, por ejemplo, con la industria de lo fósil— es probable que desaparezcan. Pero la cuestión es que toda esa industria lleva más de un siglo produciendo unos tipos de espacios, unos tipos de ciudad donde pasan cosas diferentes.

Cualquier utopía que nos imaginemos para producir esa ciudad que no se base en lo fósil, creemos que hay que hacer esa arqueología del futuro de pensar qué es lo que queremos guardar. ¿Qué significa que existan unos sitios dispersos por la metrópolis donde sus condiciones urbanas, donde las condiciones de los usos que puedan pasar sean diferentes y que dependan de esa máquina que es el automóvil? Eso, en caso de que desaparezca, tenemos que salvarlo como sea, porque eso está produciendo unas condiciones y una riqueza diferentes, con unas formas de vida diferentes, con unas posibilidades de socialización, de interactuación con el territorio, completamente diferentes. Y que en cualquier Arcadia que nos imaginemos —vale que salvemos el planeta, desde luego— tenemos que imaginar cómo también salvamos lo humano de todo eso que nos hemos inventado y que va a tener sentido. O sea, que tenemos que darle sentido. En realidad casi nos gustaría vivir en ese contexto donde ya haya triunfado la razón, hayamos bajado todos nuestros consumos, contaminaciones, injusticias sociales, etc., y convertirnos en unos frikis que estén luchando por pensar qué nos daban esos “debajo del puente”, debajo de esas grandes infraestructuras como espacios sublimes dentro de las ciudades, qué nos aportaban las gasolineras como una de las arquitecturas más increíbles del siglo XX en su capacidad de esa apertura a la ciudad, de esa simple cubierta, de ese simple refugio mitológico, prehistórico casi, de simplemente algo que cubre un espacio pero que deja pasar todo por debajo.

Ahí, Koolhaas, cuando hablaba de los centros comerciales y que había que ser “cazurro” para solo imaginárselos como gérmenes del capitalismo y no imaginarnos todos los usos que podían pasar ahí y si nos imagináramos otras condiciones espaciales, a nosotros nos pasa con las estaciones de servicio. Ya vemos cómo se empiezan a reconfigurar algunas como cafetería o como lo que sea y de repente se convierten en otra cosa. De repente ahí ya cambia nuestro chip y ya no vemos solo la gasolinera sino que vemos otra cosa, que es muy significativo.

¿Cómo hemos visto las gasolineras en la arquitectura? Si pensamos en la gasolina más famosa de la arquitectura nos viene de Foster a la cabeza, que es el único que no entendió que la cubierta gigante era lo único importante que había que salvar de la gasolinera y fue lo único que se “cargó”. Quiero decir, convirtió un espacio en algo fragmentado que no tenía el mayor recorrido arquitectónico posible, pero que era bonito y que era significativo simbólicamente para la marca. Pero no quiso entender qué era lo que aportaba arquitectónicamente la gasolinera como un espacio urbano con todas las de la ley. No quiso imaginarse un futuro con otros usos, de alguna manera. 

Entonces eso, nos gustaría poder llegar a este punto de simplemente poder preocuparnos no de los problemas gruesos, importantes, sino de reivindicar el “debajo del puente”, reivindicar el descampado, reivindicar la ruina, el callejón, reivindicar todos estos lugares donde pueden pasar cosas. 

Y no sé, para acabar hay dos citas que pueden servir para pensar en esa esperanza sobre la ciudad. Una desde el punto de vista casi negativo, que es como acaba ese texto de “Qué fue del urbanismo” Koolhaas, que es cuando dice que más que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos. O sea que más nos vale pensar en ella para ver cuál es nuestro futuro como humanidad. Y la última es la de otro de nuestros referentes fundamentales, que es Solá-Morales, cuando dice que la ciudad contemporánea no es más fea de cada día, es cada día más rica. Y lo único que tenemos es que aprender a mirarla, nada más.

P.I: Pues mil gracias, Iago. Yo creo que ha sido un recorrido muy intenso también por muchos proyectos, muchas sensibilidades, muchos temas que yo creo que también harán explotar la cabeza a quien escuche este podcast. Agradecerte de nuevo la disponibilidad, también la generosidad con todo, contarnos todas estas investigaciones y proyectos. Y nada, muchas gracias. 

I.C: Gracias a vosotros, chicos, por vuestro trabajo.

Por:
Bartlebooth es una plataforma de edición e investigación que examina la práctica espacial contemporánea, fundada en 2013 y desarrollada en la actualidad por Antonio Giráldez López y Pablo Ibáñez Ferrera. Bartlebooth ha sido expuesto y reconocido en diferentes espacios y contextos. Ha sido premiado en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo BIAU (2019, 2022), en la Muestra de Investigación de la XIV Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (2018), el Foro Arquia/Próxima “Prácticas Relevantes” (2018), con el Premio Arquia/Innova, y seleccionado en los Premis FAD de Pensamiento y Crítica (2016, 2019). Ha sido expuesto en espacios y contextos como el Pabellón Español en la 16ª Bienal de Venecia (2018), el Pabellón Portugués en la 17ª Bienal de Venecia (2021), el Het Nieuwe Instituut de Rotterdam y el Netherlands Institute for Sound and Vision de Hilversum (Países Bajos), la Porto Design Biennale (Portugal), la Bienal de Pensamiento de Barcelona, el Museo de Arquitectura y Diseño MAO de Ljubljana (Eslovenia), Museo Reina Sofía, Matadero (Madrid), la Architectural Association (Reino Unido) o The Berlage (Países Bajos), entre otros.

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