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La revista como lugar común

Lina Bo Bardi leyendo en su butaca Bowl.

“Buenas palabras, cantar de cigarras” dice el refranero. Etimológicamente, el verbo comunicar viene del latín communicare (compartir información, impartir, difundir) y este de communis (común, mutuo, participado, entre varios). Es decir, comunicar significa crear una habitación propia entre dos elementos, un receptor y un emisor. Por antonomasia, la revista de arquitectura ha sido ese lugar por donde el emisor (el arquitecto) y el receptor (el público) lanzaban su mensaje (la arquitectura). Por esta razón, la revista de arquitectura es nuestro lugar común, nuestro refugio donde nos amparamos y que nos representa. Si es nuestro refugio, ¿cómo es que cada vez nos alejamos más de este lugar?

Por un lado, si analizamos de dónde venimos, no aparece esta necesidad de lanzar un mensaje hasta finales del siglo XIX con las tres primeras revistas de arquitectura: Architectural Review, Architectural Forum y Architectural Record. Estas revistas fueron creadas para representar los arquitectos, un sector elitista y reducido. El arquitecto formaba parte de una pirámide donde él se situaba en la punta.

Por otro lado, después de más de un siglo, la sociedad y el arquitecto del siglo XXI son totalmente diferentes. Aunque aún hay una gran parte que pertenece a este sector elitista, la figura del arquitecto aristocrático ha desaparecido y ya no tiene un papel decisivo como lo tenía antaño. Si antaño formaba parte de la punta de la pirámide, hoy en día forma parte de la base con otras figuras con las que se apoya. Si el arquitecto de finales del siglo XIX y el arquitecto del siglo XXI son totalmente antagónicos, ¿cómo es que seguimos empleando una comunicación basada en crear un mensaje para una comunidad elitista y endogámica?

Por consiguiente, la revista tiene que ser ese rincón colectivo entre emisor y receptor que abrace otros representantes de esa base ampliando sus intereses. Tan importante es el emisor como el receptor y, actualmente, no tenemos receptor. Como resultado de esta crisis de la figura del arquitecto, es necesario para nuestra resiliencia que se apoye en otras figuras. A partir de ensanchar sus cimientos, el arquitecto es capaz de absorber otros conocimientos no tan directamente relacionados con la arquitectura. ¿No es arquitectura todo aquello común? ¿Los talleres de los pocos artesanos que quedan? ¿El último bar de Barcelona con olor a puchero? ¿Los pueblos de la España vaciada? ¿O la escenografía de la última Super Bowl? Porque la arquitectura si quiere resistir tiene que echarse a un lado para abrazar otros ámbitos. Alejarse de la arquitectura como hecho exclusivo para acoger la arquitectura de lo común.

Desde la idea de lugar como espacio propio, Virginia Woolf plantea en A room of One’s Own que la mujer para autorrealizarse necesita dos cosas: dinero y una habitación. Siendo los dos tópicos totalmente trasladables, la arquitectura necesita estos dos elementos para volver a tener esa identidad y peso de antaño.

En conclusión, tal y como parafrasea Denisse Scott Brown y Robert Venturi en Learning from Las Vegas, observar lo ordinario puede resultar feo, pero es importante. Tenemos que reformular las revistas de arquitectura nutridas de imágenes vacías por y para una comunidad sectaria para revalorizar la arquitectura de lo común.

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