Por aquello de las referencias, Auggie Wren, que interpreta Harvey Keitel, es el protagonista de Smoke, una excepcional película de 1995 dirigida por Wayne Wang y escrita por Paul Auster. El personaje de Paul (Benjamin), claramente inspirado en sí mismo, está interpretado por el malogrado William Hurt.
Tan sólo recordar que el mismo equipo rodó, para destensarse, la excepcional Blue in the face durante el rodaje de la primera y virtualmente sin presupuesto.
Sin vacaciones
Hace más de veinte años que Auggie Wren no tiene vacaciones. No puede tenerlas. Cada día a la misma hora tiene que estar en la puerta de su estanco haciendo exactamente la misma fotografía exactamente a la misma hora. Cuando su amigo Paul le reprocha la inutilidad de su gesto, Auggie se limita a sentarlo ante una mesa y sacar el álbum que contiene todas las versiones de la misma fotografía para que las mire. Para que las mire de verdad.
A la media hora, Paul está llorando de pura emoción.
Pienso a menudo en que esto es lo que hacen los arquitectos que difícilmente van a publicar una obra, sumidos como están en un día a día de pequeñas reformas, legalizaciones, certificados, a veces un bloquecito de viviendas de esos que crean tejido y que por ello jamás lo miras dos veces, aquellos arquitectos alejados de los fastos y la singularidad y la excepción -de todo aquello que parece que publiquemos por los loles y los puntos académicos: aquellos arquitectos normales. Los que ven el día a día, los sumergidos en el paisaje urbano. Los que posibilitan la vida. Los de trayectoria secreta e ingrata, literalmente ingrata porque ni se los reconoce ni se considera que su obra participe de ninguna vida cultural ni van a ver su archivo custodiado por algún colegio de arquitectos. Pero no nos engañemos: ellos son el pastel. Los arquitectos conocidos sólo son la guinda.
Si hablamos de observar y no queremos ver sólo el dedo que señala, mejor hablamos del pastel, y no de esa guinda que algunos dejamos de lado disimuladamente en el plato cuando nos la sirven sin que la hayamos pedido. De esto va esta tercera entrega: de qué somos los arquitectos. Para explorarlo tenemos dos voces nuevas: Nuria Prieto, preguntada por la utilidad, ha contestado con la inutilidad y nos recuerda sin recordarlo ese libro fantástico de Nuccio Ordine que se titula como su artículo. A Donacio Cejas Acosta le pregunté sobre la belleza pero él me dijo que lo que realmente quería era escribir sobre LA FEALDAD. Llevo su artículo leído como 17 veces y me gusta más a cada relectura. Aprovecho para recordaros que su nueva novela, La ciudad prohibida, ya está en el mercado y que su podcast, Las Chicas del Volcán, es de lo mejorcito de toda la podcastfera. A Carlos Santamarina-Macho le interrogué sobre la sostenibilidad porque me interesa mucho la respuesta de alguien que está fuera del campo hiperespecializado que ésta implica, así como de esos campos de promoción que a veces rozan lo pseudocientífico. A José Ramón Hernández Correa le pedí que reflexionase sobre los destinatarios finales de la arquitectura: los habitantes. Que no los clientes. José Ramón, que se preocupa por su limonero y nos propone viajes cotidianos y nos ha enseñado a amar a Seseña, podría ser muy bien un fotógrafo como Auggie1. Siempre la misma foto, siempre diferente. Porque observar no es tanto ese mirar exógico como estar atento a todo lo que nos rodea. Y, por aquello de que nuestra profesión es lo uno, lo otro y todo lo contrario a la vez, Mili Sánchez Azcona nos recuerda a otro fotógrafo excepcional, Lucien Hervé.
De esto va, un poquito, esta selección. Espero que os interese.
Por aquello de las referencias, Auggie Wren, que interpreta Harvey Keitel, es el protagonista de Smoke, una excepcional película de 1995 dirigida por Wayne Wang y escrita por Paul Auster. El personaje de Paul (Benjamin), claramente inspirado en sí mismo, está interpretado por el malogrado William Hurt.
Tan sólo recordar que el mismo equipo rodó, para destensarse, la excepcional Blue in the face durante el rodaje de la primera y virtualmente sin presupuesto.