No he encontrado ningún informe que avale este porcentaje a nivel mundial. Algunas fuentes lo sitúan en un 98% y otras en torno al 95%, pero sin datos firmes ni estudios que permitan validarlo.
La arquitectura abierta ya es una realidad. Al 99 %.
A lo largo de toda esta serie de artículos hemos venido hablando de la arquitectura abierta como una tendencia reciente, innovadora y aún no muy extendida… y lo siento, pero en este artículo voy a echar por tierra todo eso.
¿Y si os dijera que la arquitectura abierta tiene siglos, milenios de antigüedad?
Pues sí. Ya era abierta, en cierto modo, aquella que Bernard Rudofsky llamaba «arquitectura sin arquitectos». Una arquitectura vernácula, tradicional, popular o con muchos otros nombres y variantes, creada a lo largo de mucho tiempo y con la participación de tantas personas que generalmente es imposible establecerle una genealogía e inevitable considerarla como el fruto de una inteligencia colectiva.
E inteligencia colectiva es lo que podemos identificar si miramos al presente. Porque al decir «sin arquitectos» hablamos también de fenómenos tan contemporáneos como la arquitectura informal. Desde viviendas evolutivas como tipología espontánea (que luego un arquitecto puede adoptar inteligentemente) hasta la utilización creativa y anónima de chapas o neumáticos en diferentes detalles constructivos. Todas ellas soluciones hijas de una eficiencia forzosa, realizadas con los materiales más disponibles y adaptadas a las condiciones del entorno.
Más allá del ingenio o el acierto en estas soluciones, lo que el sorprendente catálogo de inteligenciascolectivas.org pone en valor es cuando algunas pasan de lo singular a lo habitual y son adoptadas por un barrio, una ciudad o un territorio entero.
Es ahí donde una inteligencia individual se convierte en colectiva y aparece la arquitectura abierta, porque en su proceso de invención, construcción y replicación han debido intervenir muchas de las dinámicas que hemos ido identificando en la cultura libre, aunque no sea de forma explícita o consciente:
- Quizás no usen una licencia abierta, pero respetan las cuatro libertades y su desarrollo y adopción se basan en la copia, la mutación y la iteración más que en unos conocimientos bien definidos y gestionados por unos pocos.
- Aunque no vengan con manual de instrucciones, software de generación automática o kit precortado, se basan en soluciones sencillas, fáciles de identificar y reproducir o modificar a nivel local.
- Aunque no sean intencionalmente transparentes, se construyen en base a un conocimiento abierto, transmitido fuera de las academias: alguien ha tenido que conocer y entender cómo lo ha hecho el vecino para poder hacerlo igual o mejor.
Y no hablamos de algo marginal: estas construcciones, combinadas, representan ese 99%1 del que hablaba Alastair Parvin al presentar WikiHouse.
Pero entonces, si casi toda la arquitectura actual podría considerarse «abierta» en alguna medida, ¿por qué empeñarnos en que la pequeña proporción restante también lo sea?
Quizás porque hacer las cosas conscientemente es lo que nos permite dirigir el cambio hacia donde queremos, y la distribución del conocimiento arquitectónico no es una excepción. Porque necesitamos, tanto como siempre o más que nunca, que el conocimiento disciplinar de ese 1% se diluya y combine más fluidamente con el del 99% restante.
Quizás esto sea otra llamada, en exactamente 500 palabras, a abrir la Arquitectura para cambiar la arquitectura.
No he encontrado ningún informe que avale este porcentaje a nivel mundial. Algunas fuentes lo sitúan en un 98% y otras en torno al 95%, pero sin datos firmes ni estudios que permitan validarlo.