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Vivienda cooperativa: antecedentes (I)

En los últimos años hemos asistido al ascenso de un nuevo modelo de vivienda colectiva: la vivienda cooperativa en cesión de uso, una alternativa al modelo tradicional basado en la propiedad privada que se presenta como una propuesta que puede paliar el problema de acceso a la vivienda.

 

Desde el punto de vista arquitectónico, la aportación más interesante de edificios colectivos basados en este modelo reside en su carácter comunitario. En estos edificios los vecinos no solo comparten espacios dedicados a la circulación (rellano, escaleras, ascensor), sino que el programa del proyecto arquitectónico busca la creación de espacios compartidos, que ayuden a fomentar las relaciones y los cuidados comunitarios. Proyectos como el de La Borda, diseñados por Lacol, redefinen así el programa de la vivienda colectiva a través de espacios comunes que potencian la vida vecinal: lavandería, cocina comedor común, sala polivalente, espacio para salud y cuidados, diversos espacios dedicados al almacenaje en cada planta, así como espacios exteriores y semiexteriores comunitarios. El conjunto, además, se articula en torno a un gran espacio central de relación: un patio inspirado en las “corralas” tradicionales.

 

Este guiño a modelos antiguos de vivienda como las corralas es un indicativo de que este tipo de proyectos no suponen solo una mirada hacia delante, sino también hacia atrás, a estructuras sociales de apoyo mutuo que fueron perdiéndose con el desarrollo urbano, y que ya preocupaba a los urbanistas del s.XIX, que veían cómo la inmigración masiva a las ciudades comportaba a menudo la pérdida del sentimiento de comunidad.

 

En este sentido podría ser interesante revisar las propuestas de los urbanistas utópicos del s. XIX como punto de partida de reflexión arquitectónica sobre la vivienda colectiva.  Éstos fueron una serie de pensadores que, buscando mejorar la vida en la nueva sociedad industrializada, se replantearon la vida comunitaria.

 

Si bien el primer precedente lo constituye la colonia obrera New Lanark (Reino Unido) de Owen, que intentaba dignificar la vida de los obreros, creando espacios públicos como una escuela para niños o la mejora de condiciones de las viviendas (diferentes habitaciones, lavabo dentro de casa…), fue su proyecto en New Harmony, el primero que pretendía resolver todos los aspectos de una comunidad a través de un gran edificio colectivo. El edificio, en forma de cuadrilátero, estaba distribuido por secciones, donde tres lados del rectángulo estarían formados por habitaciones, y donde el cuarto lado acogía un gran dormitorio para los niños de más de tres años o aquellos de familias con más de dos hijos. En el interior, y a lo largo de las alas, se encontrarían espacios y edificaciones anexas con los equipamientos públicos: biblioteca, locales, cocinas, escuela, y exteriormente se situaban los huertos de autoabastecimiento y construcciones agrícolas.

Proyecto New Harmony, 1825. Indiana (EEUU)

El proyecto de New Harmony fracasó, pero inspiraría el Falansterio de Fourier: un edificio para más de 1000 personas que decidirían vivir juntas, basado en la copropiedad y la cogestión. En este caso, las actividades se distribuían en la zona central y las alas laterales de un edificio de planta versallesca, dependiendo del nivel de ruido de las actividades. El programa contaba con servicios  como guardería, restaurantes y salones comunes, pero  nunca llegó a materializarse.

Proyecto Falansterio, 1829.

El siguiente paso lo daría Godin, quien sí llegaría a construir su propuesta: el Familisterio, un conjunto de edificios situados en un parque, que contaban con grandes patios centrales acristalados para el encuentro vecinal y el juego de los más pequeños, donde las familias tenían a su alcance educación, ocio, sanidad…

Proyecto Familisterio, 1858.

En resumen, sendos ejemplos se replantearon la vida comunitaria, y al igual que las nuevas propuestas actuales, miraron al futuro con cierta nostalgia del pasado. Sus mayores problemas fueron su excesivo  idealismo y cierto rechazo al mundo exterior. Proyectos posteriores intentarían aprender de estos errores, pero la inquietud sobre cómo vivir mejor en comunidad, perduraría hasta nuestros días.

Por:
arquitecta (ETSAG), y compagina la actividad profesional con la divulgación, la investigación y la docencia. Es máster en Teoría y Práctica del Proyecto Arquitectónico (ETSAB) y en la actualidad realiza el doctorado en el grupo de investigación Habitar (UPC). Corresponsal de La Ciudad Viva, desde noviembre de 2013 forma parte de Re-cooperar, colectivo de jóvenes arquitectos de Barcelona, con el que ha participado en varios proyectos y ha sido docente de diversos talleres en la ETSA La Salle (Barcelona) y ESARQ UIC (Barcelona).

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