Building detox – ¿Son nuestros edificios saludables?
En mi último post hablaba de los aspectos a considerar para obtener soluciones circulares y completamente sostenibles. Uno de ellos es la toxicidad de los materiales. ¿Y por qué es tan importante? Porque es evidente que si queremos conservar el valor de los materiales, productos y edificios construidos y mantenerlos en uso, es vital asegurarse de que todos ellos están libres de sustancias tóxicas para las personas y el medio ambiente.
Todos conocemos el peligro del amianto, y la necesidad de realizar una gestión de residuos especial cuando nos lo encontramos en edificios existentes. Pero existen otros productos con componentes potencialmente tóxicos que no conocemos tanto. No obstante, los seguimos utilizando porque, a excepción de normativas específicas para ciertos productos de construcción (amianto, sustancias y residuos peligrosos, etc.), las normativas de edificación (CTE, normativas autonómicas) no tienen en cuenta la toxicidad de los materiales utilizados en la construcción de edificios. Además, generalmente son más económicos.
Para analizar esta toxicidad, es necesario tomar referencias de certificaciones o estándares específicos. Las grandes certificaciones (LEED, BREAM, Verde, etc.) tocan el tema ligeramente, mientras que el estándar WELL profundiza un poco más.
La certificación WELL pretende mejorar los espacios en los que vivimos, trabajamos y nos relajamos, en los cuales pasamos más del 90% de nuestro tiempo. Además de analizar aspectos relacionados con el uso del agua, la calidad del aire y el confort térmico y lumínico en los edificios, entre otros, promueve la identificación de las sustancias peligrosas en los materiales de construcción, además de los productos de limpieza, residuos, etc. No permite la utilización de plomo, amianto y mercurio, y obliga a reducir la cantidad de COVs (Compuestos Orgánicos Volátiles), presentes sobre todo en pinturas, barnices, revestimientos de suelos, adhesivos, etc. Estos compuestos se evaporan o volatilizan en condiciones normales de presión y temperatura (20ºC) y pueden llegar a producir desde alergias a irritaciones, pasando por dificultad para respirar, en función del tipo de sustancia y el tiempo de exposición. Es por ello que es importante controlarlas, además de facilitar una ventilación eficiente.
Pero cumplir el estándar WELL en un edificio no nos asegura que sea circular. Para tener este punto en cuenta, es necesario acudir al Cradle to Cradle (C2C), un marco de diseño (con programa de certificación) que se ocupa de desarrollar productos seguros, circulares y que están fabricados de manera responsable. Se basa en los principios del libro “Cradle to Cradle: Remaking the way we make things” (Michel Braumgart y William McDonough, 2002) y además de la no toxicidad de los materiales, considera la circularidad de los productos y su fabricación (emisiones producidas, tipo de energía utilizada, gestión del agua y respeto a los derechos humanos en el proceso). Por ejemplo, para este estándar, un producto tan común como el PVC, se considera prohibido en concentraciones superiores a 1000ppm (partes por millón), en parte porque su reciclaje es muy complejo y suele acabar en vertedero, con los problemas que conlleva. Por lo tanto, se trata de un estándar más completo y totalmente alineado con la economía circular, que es recomendable incorporar en el diseño y la elección de materiales, para conseguir “desintoxicar” nuestros edificios. Además, actúa con el principio de precaución, para evitar problemas de salud futuros por sustancias aún no analizadas en profundidad. A todos nos sonará algún caso de producto estrella que al tiempo ha resultado ser tóxico, y si no, os invito a ver la película Dark Waters y seguramente veréis los huevos fritos en sartenes de teflón con otros ojos.
Como decía Rob Bilott (abogado de “Dark Waters”): Nosotros nos protegemos. Solo nosotros, nadie más.