Contra la no-construcción: Una modesta apología de la construcción y lo construido.
La urgencia de un mundo mejor, o al menos un mundo habitable, exige estrategias efectivas y grandes sacrificios individuales. La arquitectura no permanece ajena y hace años, quizá décadas, que poco a poco hemos ido abrazando la agenda de sostenibilidad, pienso que con pocos disidentes y menos negacionistas que en otros campos, lo cual es algo muy positivo.
No obstante, nuestra militancia puede que a veces esté llevándonos a posturas extremas que deban revisarse para encontrar algunos grises entre tantas verdades absolutas. Muy recientemente, y cada vez con más frecuencia, se leen citas y se recuperan otras de hace años donde ya se nos advertía de la necesidad de parar la máquina, dejar de construir, rehabilitar, jamás demoler, etcétera, en distintos autores y con distintos contextos.
Quizá el más celebrado –nada que objetar, todo lo contrario por su actitud ejemplar- es el caso de Lacaton y Vassal, revisitados de nuevo –aunque nunca dejaron de ser visitados- a raíz de su premio Pritzker el año pasado. Sería ridículo hacer una lectura de su obra no a partir de una frase o un titular, y convertir la arquitectura en un asunto de reformas, desmontajes y rehabilitaciones, y nunca más en una actividad donde se crea algo nuevo. Cabe recordar que una de sus obras más celebradas es una vivienda en un monte frente al mar, un paraje estupendo donde ahora una familia disfruta aquello que sí se construyó, concretamente en Cap Ferret (Francia), en una zona donde la construcción de viviendas unifamiliares ya estaba más que consolidada.
El arquitecto ha abandonado –forzado por la necesidad- o explorado -empujado por la curiosidad- nuevos campos y territorios que no le fueron nunca del todo ajenos, y aquello que le era indiscutiblemente propio –el hecho constructivo- parece haber caído en desgracia y el que lo practica puede ser acusado de neoliberal o negacionista, cuando no algo peor.
No conozco a todos los arquitectos, pero de entre aquellos muchos que sí, me parece que no hay ni uno sólo que haya renunciado voluntariamente a construir. No importa lo profundos, extraños, arriesgados o en materia de sostenibilidad o de cualquier otra de las sensibilidades que florean la agenda del arquitecto en el siglo XXI. Bien al contrario, todos ellos –como parece razonable- continúan presentándose a concursos –cuantos más grandes mejor- donde el objetivo de los mismos es siempre construir algo, ya sea una dotación, un edificio de viviendas, un pabellón o un aeropuerto. No hacerlo sería como pedirle a un director de cine que dejara de hacer películas.
Las ideas de Serge Latouche, aún bien conocidas, no han calado tanto como para convertirnos a todos en objetores del crecimiento, si bien han ayudado mucho las teorías de algunas escuelas americanas (más bien del este) que han empujado de nuevo sus agendas hasta límites desconocidos hasta ahora, en una teorización hiperbólica de la arquitectura que la está despojando de lo que le era propio hasta hace poco. Paradójicamente, mientras estas soflamas afectan a nuestras ya culpabilizadas conciencias, la imparable máquina anglosajona (incluyo aquí a los británicos de rebote) inunda la industria de Project managers, procedimientos y controles miles con profesionales que piensan y respiran justo lo contrario, simplemente ejerciendo su obligación de defender al cliente.