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Yo soy la justicia (arquitectónica)

Nota de un Charles Bronson nacional.

—Deseo su ayuda, hasta cierto punto. (cliente)

—Y yo deseo ayudarle, hasta cierto punto. (Paul Kersey, arquitecto)

 

La saga de películas Death Wish (en España “Yo soy la justicia”), iniciada en los setenta, cuenta las peripecias de Paul Kersey (Charles Bronson), un personaje que goza de una tranquila y acomodada posición. Sin embargo, esa quietud se ve perturbada por un acto de violencia extrema. A partir de ahí ocurre lo que ya todos sabemos: Bronson imparte su justicia callejera a diestro y siniestro. Este verano, los arquitectos que escribimos este post al alimón hablábamos sobre este personaje y la profesión hasta que uno le increpó al otro: pero, ¿tú realmente has visto la peli? Efectivamente, el increpado no la había visto y, por tanto, tampoco la saga.

 

Y es que, ¡oh, sorpresa! Paul Kersey es arquitecto. Nos encontrábamos ante un territorio improbable (a no ser que el compañero Pedro Torrijos diga lo contrario). Bueno, en realidad no es “un” arquitecto, sino que es el estereotipo del arquitecto de la época, y posiblemente el mismo que nos vendieron a los que estudiamos en los 80 o 90. Un personaje sofisticado, con grandes medios a su disposición y respetado por sus conocimientos técnicos. Unos conocimientos que le permitían desarrollar una especie de Broadacre city en Tucson para un promotor con cuernos en el capó de su coche, o encajar, en un nuevo edificio de aires posmodernos, el presupuesto y el gusto cuestionable de la mujer de su propietario. Como veis, los estereotipos en la saga no se reducen exclusivamente a los diálogos reaccionarios o a la raza de “buenos y malos”.

 

Pero… ¿y si el acto violento que transforma a Paul Kersey en la imagen que todos tenemos de Charles Bronson pasara en realidad en la obra? ¿Y si el escenario idílico de estas películas se pareciera lo más mínimo a la profesión real?

 

¿Qué haría Bronson si al llegar a una visita de obra en ese desarrollo suburbano le comunicaran que contrata y propiedad han decidido cambiar los pavimentos y entonces él tuviera que justificar que cumplen normativa? ¿Y si la fachada de acero y vidrio reflectante (literal) de ese edificio posmoderno no se hubiera ejecutado según proyecto y ahora tuviera filtraciones?

 

Un cliente, una obra y leyes. Un fuego cruzado en el que el arquitecto se ve envuelto en su día a día y que, en muchas ocasiones, provoca que las ideas que proyectamos y las imágenes que producimos se queden atrapadas en un mundo de ficción y se alejen cada vez más de la realidad que finalmente acaba construyéndose. Una posición en el alambre mezclada azarosamente de omnipotencia e impotencia que, por un lado, tiene que satisfacer al cliente, y en ocasiones a sus ocurrencias, ajustándolas en precio y tiempo; por otro, cumplir las exigencias de una normativa cada vez más farragosa y enrevesada; y por último, hacer converger todo lo anterior hacia un artefacto acabado que se aproxime a lo proyectado.

 

Lo dicho… en ocasiones dan ganas de ser Paul Kersey, o que, al menos, sea tu socio en el estudio.

 

Nota: Este post, consecuencia de la comida anual en el Pinet, ha sido escrito codo con codo con el arquitecto y cineasta Siro Morcillo.

Por:
Arquitecto, doctor, profesor en la Universidad de Alicante y ganador de 4 primeros premios en EUROPAN. Apasionado de la ciudad y los fenómenos urbanos, trabaja, investiga y reflexiona sobre un futuro sostenible desde el Mediterráneo.

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