“Di (ya que eres tan sensible a los efectos de la arquitectura), ¿no has observado al pasear esta ciudad que entre los edificios que la pueblan algunos son mudos; que otros hablan, y que otros, en fin, los más raros, cantan?” (Valery, 2019, p. 29)
Todos los arquitectos aspiramos a diseñar edificios que canten, es algo que aprendes en la escuela. No de un modo directo, sino que flota en el ambiente, te envuelve como una melodía. La belleza es la gran aspiración. Pero ¿cómo hacer edificios que canten?
Aquí es donde comienzan las dificultades. Y es que ya lo decía Paul Valery “decir de un objeto que es bello es darle valor de enigma” (Valery, 2018, p.44). Lo bello es un enigma, pero hemos de perseguirlo y sacrificar lo que haga falta para conseguirlo. Con esta idea en la cabeza sale de la escuela todo arquitecto comprometido con la profesión.
Buscar el enigma de lo bello, pero ¿Con qué imaginario sales de la escuela? ¿Cuál es el concepto de belleza? ¿Cuáles consideras que son edificios que cantan? Una vez más esto no es claro, ni directo, es otro de las cosas que flota por las escuelas. Mies, Le Corbusier, OMA, Barragán y tantísimos otros forman este imaginario que para cada profesor es diferente y al que has de adaptarte para ir superando cursos.
Pero llega un momento que te enfrentas con la sociedad, y entre ellos los clientes que te pagan por realizar un diseño. Y estos, algunas veces, no tiene el mismo imaginario. Para ellos los edificios que cantan son otros. Gran drama.
Como puedes comprobar este artículo bebe mucho de Valery y a él acudo en búsqueda de salvación.
“La simple proposición de una ” Ciencia de lo Bello” debía ser fatalmente invadida por la diversidad de las bellezas producidas o admitidas en el mundo y en la duración.” (Valery, 2018, p.46)
Valery nos dice que, en cuanto a estética y valoración de lo bello, existe una multiplicidad. Tanta como seres vivientes hay y han pasado por la tierra. Cada individuo, cada sociedad, en cada época han tenido, y tendrán, un concepto de lo bello. En otro post te describo “Cómo evaluamos los edificios”.
Existen, por lo tanto, una multiplicidad de edificios que cantan, pero no para todas las personas serán los mismos. Algunas veces coincidirán y un grupo social, como los arquitectos, damos premios y valoramos positivamente la estética de un edificio. Pero no tiene que ser esos y solo esos los edificios que canten.
La diversidad vegetal, animal, geográfica, en definitiva, la diversidad que nos rodea son la esencia del mundo, e incluso me atrevería a decir que del cosmos. Esto también es bello.
Hay que aspirar a hacer edificios que canten, de hecho, todos deberían catar, pero no para todos. Como hemos dicho los gustos estéticos cambian, las experiencias estéticas varían con el tiempo y las personas. Como arquitectos quedan dos opciones quedarse en silencio o buscar el enigma de la belleza en cada caso. Lo importante, quizás sea que los edificios canten para las personas que los van a utilizar.
Y aquí llega otra gran dificultad, no siempre el usuario final está implicado en el proceso. Podríamos decir que la gran mayoría de las veces, ya sea en edificios públicos o privados, el usuario final está ausente.
La arquitectura es un hacer humano que ordena el mundo, un hacer en comunidad. Un arquitecto solo no puede llevar a cabo la gran tarea de edificar, por mucho que nos quieran hacer creer. Se necesita una organización social y económica conjunta. Hacer edificios que canten es una tarea de todos, aunque luego no canten para todos.
Referencias bibliográficas:
Valery, P. 2019. Eupalinos o el arquitecto. El alma y la danza. Madrid: Machado Libros.
Valery, P. 2018. La invención estética. Madrid: Casimiro Libros.