![](https://i0.wp.com/blogfundacion.arquia.es/wp-content/uploads/2021/09/blogfundacion.arquia.es-una-historia-europea-de-brillante-felicidad-basada-en-hechos-reales-entre-palacios-coreanos-y-la-teoria-del-pungsu-jiri-seol-play-estudio-seul.jpg?resize=900%2C318&ssl=1)
Estructura topográfica ideal según el Feng-Shui (Huang, 1999) // Modelo feng-shui y diagrama de Seúl (Choi, 1986)
En 2012 viví y trabajé en Seúl. Sin duda, una experiencia radical en cualquier sentido que te ayuda a entender qué significa ser occidental. Maria José Marcos, mi sucesora, dio fe de ello en una profusa entrevista.
A los pocos meses de convivir con los “otros” aprendí que la cultura arquitectónica coreana contemporánea poco tenía que ver con la japonesa de Toyo Ito, SANAA, etc. Conceptos como delgadez, transparencia y organicidad, por ejemplo, que están enraizados en una cultura muy particular de vivir en armonía con el medio, quedaban muy lejos. Desde luego, mis ansias por descubrir la nueva Senshintei de Bruno Taut en Seúl estaban lejos de satisfacerse. Más adelante aprendí que las anomalías culturales más bizarras (al menos desde un punto de vista europeo) eran habitualmente responsabilidad de un tal Confucio y su filosofía. Sin embargo, hubo un aprendizaje que se produjo años después y que me gustaría compartir.
Antes de nada, una aclaración: soy un gran aficionado a permanecer en los lugares. Así, los fines de semana de los últimos 5 meses de mi estancia en Seúl me dediqué a permanecer en los espacios públicos que más me fascinaban. Me pasaba todo el día sentado prácticamente en un mismo lugar observando. Esto ya lo hice antes, por cierto, en Primrose Hill, Londres. Entre mis preferidos: el canal Cheonggyecheon o la torre en Namsan. Sin embargo, y casi sin ser consciente, empecé a repetir una y otra vez, una y otra vez, el Palacio Gyeongbokgung. Los últimos 2 meses no fui a otro lugar. Consciente de mi conducta compulsiva pero incapaz de articular explicación racional decidí compartir mi desasosiego con Jungin Kim. Para mi sorpresa, el profesor coreano se rio ante la zozobra planteada y me respondió tajantemente: “claro, has descubierto el Ketsu.” Y a continuación me habló de la Tortuga Negra, el Dragón Verde, el Tigre Blanco y el Fénix Rojo. Me llevó mucho tiempo averiguar que estos cuatro animales celestes eran, en realidad, montañas. Las mismas montañas que rodeaban tanto la ciudad imperial de Seúl -Bugak, Nak, Inwang y Nam- como la metrópolis actual -Bukan, An, Yongma y Gwanak. Seúl fue planificada siguiendo los principios del pungsu-jiri-seol, que es una adaptación más ecológica del feng-shui. Literalmente significa la teoría de los principios del viento, el agua y la tierra. Y el Ketsu, término japonés, es el lugar central en donde convergen las energías positivas que inciden en la felicidad y bienestar. Frente al foro y la basílica romanos como centro de la ciudad, los planeadores de Seúl situaron el Palacio Real en el mejor “myeongdang” (sitio propicio).
Carlos Santamarina-Macho abogaba por una arquitectura homeopática liberada del limitante poder de la razón. En Corea, y Asia en general, uno se da cuenta de hasta qué punto somos víctimas de la filosofía racionalista de Descartes y de la idea de que todo lo que no puede ser laboratorizado debe descartarse. Fue en el Ketsu de Seúl donde pude vivir mis mejores momentos en soledad de aquel año. Pero es que los siguientes lugares en mi lista, estaban curiosamente situados en los ejes energéticos de la ciudad. Esta energía existe aunque no pueda ser medida científica y racionalmente todavía. ¿Acaso la gravedad no existía antes de ser descrita por Newton?
Ayer descubrí, por casualidad, que Gyeongbokgung significa “brillante felicidad.”