Imagen del autor
Hace tiempo que circula esa distinción entre turista y viajero en la que la mayoría queremos presumir de lo segundo. El turista, ese alocado visitador de lugares y edificios, recolector de experiencias más o menos breves y superficiales que le sirven para contar anécdotas y parecer interesante, frente al viajero, el reflexivo y concienciado flaneur baudeleriano que ha sido seducido por la introspección de los lugares y de sí mismo desde un tiempo detenido y casi infinito.1
Javier del Pino, periodista, hablaba del corresponsal de paella 2 en relación a su etapa en Washington desempeñando esa labor, un personaje parecido al del expatriado que habita el urbanismo de barbacoa, al que conozco bien, que siempre tiene una opinión 3 sobre el país que lo acoge, basada en una experiencia que muchas veces se reduce a su trabajo para una compañía internacional donde se ha rodeado de expatriados como él y a su incansable labor organizativa de paellas y barbacoas durante su tiempo libre, donde gusta celebrar con sus pares la grandeza de lo conseguido y lo heroico de su gesta.
Al expatriado urbanita de barbacoa también le gusta subrayar en esas reuniones lo bien que se ha adaptado a su país de acogida, al alimón que su capacidad para disfrutar de él y de sus gentes, a las que en un inglés magnífico se referirá siempre con un “my friend”, de tal forma que la barrera idiomática y cultural queda desbordada por una empatía basada en la evidente superioridad del que la ejerce con tal desparpajo.
En tiempos covid de confinamientos y reivindicaciones de ciudades de quince minutos , puede que sea necesario volver a pensar en cómo la ciudad también la hacemos nosotros con nuestros actos y decisiones. Al fin y al cabo, la eficiencia energética 4 no es más que el cociente entre la energía consumida y la diversidad y complejidad de usos y funciones de un entorno o ecosistema.
El debate entonces puede ser si un barrio como La Moraleja en Madrid encaja en esa definición de ciudad, del mismo modo que lo hace una gated community o un compound, un pueblo pequeño que se cruza andando en esos quince minutos o un residencial burgués grande o un barrio cualquiera. Pensando en las interacciones que en cada uno de ellos se pueden dar, parece que no.