Por Natalia Matesanz Ventura, ganadora de la Beca Investigación en Nueva York 2019.
En general, el Katz´s Delicatessen, el neoyorkino local en la esquina de las calles Ludlow y Houston, es más recordado por el orgasmo que Meg Ryan fingió con maestría en una de sus mesas que por sus sandwiches de pastrami.1 En su escaparate, la foto de la actriz preside, entre embutidos, un bodegón de variopintos souvenirs. Justo en frente del Katz´s, las inscripciones en hebreo grabadas en la fachada de una humilde sinagoga insisten en recordar el origen judío de la zona.
A tan solo un bloque de distancia, la Avenue A demarca el límite occidental de Alphabet city.2 Este barrio, conocido por los habitantes de toda la vida como Loisaida3 estaba, durante la crisis financiera de los 70, totalmente abandonado por la administración y sufría altos grados de pobreza y criminalidad. Tras el desplazamiento de la población judía a barrios mejores, residentes okupas e inmigrantes activistas, mayormente de origen portorriqueño, reivindicaron su derecho a la ciudad organizando cooperativas de vivienda en los edificios abandonados y construyendo jardines entre las medianeras de los solares en ruinas.
El paseante se pregunta cómo sería Loisaida durante los 80 y 90, cuando aún no se habían demolido los más de 40 jardines4 y otros tantos edificios ocupados que no pudieron resistir la presión inmobiliaria. Sorprendentemente numerosos y próximos entre sí, estos jardines populares están a veces separados por tan sólo un edificio. En ellos, no sólo se cultivan y suministran alimentos frescos a los vecinos, también, pueden verse artefactos auto-construidos para producir energía eléctrica5 o recoger agua de lluvia. Estas arquitecturas, populares y optimizadas, son herederas de las tradiciones y costumbres de sus usuarios, que importaron sus símbolos culturales. Cisnes, vírgenes, cocinas al aire libre y casitas6 salpican la red otorgando nuevos significados a la trama neoyorquina. En ella, los activistas volcaron sus ideales políticos, y los artistas e intelectuales su acervo creativo de pinturas, canciones y poemas, plasmados en los murales de Loisaida.
El know-how y las inteligentes soluciones de base ciudadana siguen hoy en día consolidando un tejido social que se identifica con sus espacios urbanos. Esta cohesión vecinal se traduce en una red subversiva de acción, autogestión y poder ciudadano.
En los tiempos actuales, estos jardines, que ocupan suelos ni totalmente privados ni públicos7, se convierten en espacios de supervivencia y sostén de la vida cotidiana. Sorprendentemente, la repentina supresión de las comodidades del establishment urbano derivada del COVID19 pone de manifiesto la importancia de esta red de espacios “otros” alternativos de cuidado, reproducción y desarrollo personal.
Aunque los jardines se mantienen cerrados al público general, sus miembros siguen accediendo para tareas de mantenimiento y suministro. Las verduras se reparten de casa en casa.8 Lxs vecinxs se organizan por turnos para cuidar los huertos y hacer bricolaje. Construyen o restauran mobiliario estropeado mientras sus hijxs juegan al aire libre.
© Natalia Matesanz
Es curioso como la visión que describe Lieven de Cauter9 de una ciudad “capsularizada” puede llegar a alinearse con el panorama actual. Su funcionamiento, basado en la existencia de entornos aislados pero conectados entre sí y desconectados de lo público, en su sentido más ligado a la herencia grecolatina de la “polis”. Paradójicamente, estas cápsulas o extensiones de los espacios domésticos en lo urbano, físicas o virtuales y mediadas por pantallas, que de Cauter critica, están sirviendo en tiempos de distanciamiento para fomentar la cohesión social y mantenernos unidxs.
De modo que la visión condescendiente de la tendencia milenial hacia un “hyper-individualismo post-capitalista” e inter-conectado en esa red “capsularizada” puede verse como una respuesta urbana resiliente. Su capacidad de funcionar como individuo, pero también disponer de las herramientas tecnológicas para funcionar como red, ofrece una infraestructura anisótropa que, a diferencia de la ciudad heredada del pensamiento marxista, puede seguir proveyendo y produciendo.
El carácter los pequeños espacios vallados de los jardines manifiesta una cierta identidad pública, al estar conectados a la ciudad hegemónica, a la par que constituyen una extensión de lo privado y doméstico.
Hoy en día ya no vemos el barrio que fue, sino una especie de ilusión gentrificada que falsea la realidad, como el orgasmo de Meg Ryan en el Katz´s. A pesar de ello, estos espacios de afecto y disidencia urbana siguen construyendo una infraestructura común y alternativa al estatus quo, centrada en el mantenimiento y reproducción de la vida cotidiana10. Una vez más los jardines y gentes de Loisaida demuestran una sorprendente resiliencia ante aquello a lo que la ciudad ortodoxa y el espacio público hegemónico son incapaces de responder.
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Natalia Matesanz Ventura, Mayo 2020