Ilustración del texto “Las recetas urbanísticas” escrito por Luis Borobio. publicado en revista Proa número 88 de 1955, Bogotá Colombia.
El primer año de doctorado es un viaje de autodescubrimiento y exploración. Es un lugar lleno de animales silvestres que, como uno mismo, han llegado desde los senderos más inverosímiles. No todos están seguros de si hacer un doctorado merece la pena. Algunos llegan jóvenes, sin apoyos, y comienzan el doctorado sin saber bien cuando acaba. Otros llevan un tiempo luchando por su beca y, cuando la consiguen, pareciera que están mayores para la fiesta. Ya publicaron sus primeros artículos1 y han trabajado en las galeras de la academia, por lo que podría decirse que su doctorado empezó bastante antes de matricularse. Algunos son veteranos, profesores consagrados que buscan habilitarse para una carrera académica que llevan años ejerciendo. También están los arquitectos con oficina cuya tesis es un acto de vocación, que combinan con una rutina laboral de por sí inestable y exigente, y que difícilmente encajarán en los corsés de la academia. La mayoría de estos candidatos se han visto en la obligación de especializarse para seguir creciendo. Como estudiante de primer año, la parte más dura será ubicarse a uno mismo en medio de semejante laberinto de carreras y perfiles, para desde ahí desarrollar una propuesta de tesis al tiempo que se realizan los cursos de formación doctoral.
Los cursos suelen ser seminarios con más o menos carga que mezclan diferentes niveles, temas y actividades. Sus profesores suelen tratar a los estudiantes como si hubieran adquirido previamente todas las herramientas necesarias para el trabajo académico, y estuvieran allí solo para «ampliar conocimientos». Es cierto que comunican líneas de investigación interesantísimas, únicas de cada universidad, pero a menudo cojean en el aspecto formativo. En los cursos también se hace presente la estructura de áreas y departamentos, cada uno devoto de sus propios dioses. El doctorando deberá elegir entre ellos un director/a que le marcará para el resto de su vida. Al fin y al cabo, “sólo los que tienen padrino se bautizan”.
También conviene aprovechar el primer año para hacer las paces con la realidad. El Real Decreto 1393/2007 deja claro que el doctorado es el título que habilita al candidato para realizar investigación. La tesis es el primer trabajo de investigación real que coordina el doctorando, por eso cuenta con un director a su lado para pisar el freno si la cosa se desmadra. En conjunto, los doctorados están pensados para iniciar la carrera investigadora, no para validar o clausurar al investigador veterano. Los que busquen otra cosa, no deberían frustrarse cuando se encuentren con un olmo del que no nacen peras.
Durante este periodo inicial, los más veteranos sentirán que pierden el tiempo y deberían estar dedicándose a su propia investigación. Los más jóvenes recordarán ese día en clase de proyectos en el que descubrieron que la única forma de estar al nivel es ser autodidacta. Para poder planear una tesis consecuente y definir un plan de preguntas, objetivos y actividades; será clave comenzar por una etapa de aprendizaje independiente en la que cada tesista sitúe el papel de los estudios de doctorado dentro de su propia trayectoria profesional. Conviene tomarse el proceso con ánimo tranquilo para no caer ante las presiones académicas, profesionales y académicas. Si al final del primer año se tiene claro este plan y se han asegurado los recursos necesarios para cumplirlo, es que la cosa va por buen camino.
Links:
Real Decreto 1393/2007 que regula las enseñanzas universitarias oficiales, recogido por la Universidad de Alicante.