La mayoría de los estudiantes de arquitectura que he conocido en Arabia Saudí han viajado en sus apenas veinte años de vida bastante más que yo que a muchos doblo la edad. Uno de ellos me contaba antes de verano que tenía planeado visitar París, Londres, Mykonos y Los Angeles durante el periodo estival, no sé muy bien en qué orden ni con qué objetivo, no quise preguntar. Cuando uno oye eso, puede pensar que la globalización existe y sólo hace falta viajar en avión para ser partícipe de ello, pero no es cierto.
Es verdad que, yo nunca tuve demasiado interés en acumular viajes en forma de obras visitadas (por falta de interés, también de tiempo y dinero) y me confié a los muchos libros y fotografías contenidas en ellos para acumular un cierto bagaje, si bien luego envidié los carros de diapositivas de fotos hechas ad hoc por algunos profesores en sus vacaciones a muchas obras que no aparecían tanto o tan profusamente en los libros a los que los estudiantes teníamos acceso.
En todo caso, hay una notable diferencia entre estos estudiantes y, por ejemplo, mis compañeros de curso; si en España era habitual viajar a los países nórdicos o hacer un inter-rail para ver arquitectura moderna o contemporánea por toda Europa, ellos se manejan en otros registros mucho menos eruditos, para qué negarlo y todo ello porque en las escuelas de arquitectura (empiezo a pensar que del mundo entero) el nivel no puede ser más desigual. A pesar de acreditaciones y sistemas copiados de universidades americanas que se empeñan en homogeneizar programas y el mínimo exigible a un estudiante para ser considerado arquitecto, la tozuda realidad es que no sólo nos separan unas cuantas horas de avión en el mejor de los casos, la distancia cultural es un abismo. De nuevo, la globalización no ha servido para mucho.
Lo cierto es que oímos hablar de movilidad laboral, ese eufemismo que sirve para explicar la emigración por falta de oportunidades, pero no basta con empaquetar tus cosas y legalizar tu título de master para irte. Algo tan simple como las telecomunicaciones, la punta de lanza de nuestra civilización, o internet, basta con salir de tu país y tu hiperconectada realidad se desvanece y sólo la recuperas gracias a wi-fis limosna aquí o allá o a unas tarifas de roaming carísimas con operadores internacionales que en realidad son locales. Un espejismo, una desilusión, la desazón.
Si todo aquello que uno pensaba global, apenas lo es, sólo queda lo que no cabe en una maleta ni en un teléfono móvil, y es aquello que, finalmente, nos hace valiosos. Lo reconozco. Ahora pienso que llevaban razón. Al principio no entendía nada, después tampoco; ahora, por fin, entiendo parte del sufrimiento y la exigencia, la enorme dedicación y una parte de la juventud perdida sobre un tablero escuchando la radio o el mismo cd de manera ininterrumpida durante horas. Así que ahora así, quiero dar las gracias a todos esos profesores y al denostado sistema de educación universitaria de nuestro país. Gracias a él, y a ellos, a nuestros profesores, muchos tenemos un trabajo, aunque un poco alejado de donde nos gustaría. A esos profesores y a muchos de nuestros amigos que lo son ahora os digo: bien hecho y seguid así, a veces merece la pena.
¡Qué precioso artículo, Paco y Bea! Y qué gran reflexión sobre lo realmente global, que al final somos nosotros mismos y nuestro bagaje cultural y emocional.
Hola, Raquel, gracias por tu comentario. Bueno, como hablamos ayer, jajajaja, qué más decir, sólo animaros mucho a seguir haciendo el estupendo trabajo que hacéis muchos de vosotros en la Universidad Rey Juan Carlos con los estudiantes de arquitectura y animarles también ya que, aunque el panorama nacional siga siendo difícil, tienen todo un mundo de oportunidades ahí fuera esperándoles si seguimos formando buenos arquitectos como hasta ahora. Un beso grande.