Hace un par de años conversaba con un buen amigo alrededor de un café sobre la pertinencia o no de que los arquitectos aprendiéramos alguno de los nuevos lenguajes de programación con los que la informática comenzaba a adueñarse de todo cuanto nos rodeaba. Sin duda, mi contraparte, adelantaba que las sinergias que se derivan del desarrollo del software y la ubicuidad de la información permitirían, combinadas con otras ramas del conocimiento, la generación de todo un universo nuevo.
Mi postura, en aquel momento, era menos entusiasta hacia la tecnología, y lo sigue siendo ahora, y me decantaba más bien por hacer una apropiación arquitectónica e inteligente de la tecnología que nos permitiera, a partir de la utilización de medios tecnológicos, centrarnos en el conocimiento de los procesos que influyen en la construcción del espacio arquitectónico. Lo importante no es la tecnología sino tener buenas ideas donde aplicarla. Por entonces, me valía del mismo ejemplo que me servirá ahora para referirme a la realidad aumentada. La exhibición Glimpses of the USA de Charles y Ray Eames en la Exposición Universal de Moscú en 1959.
N. Wiener, Cybernetics: or Control and Communication in the Animal and the Machine. (Cambridge: MIT Press, 1948)
Charles y Ray Eames combinaron las posibilidades que le ofrecía la tecnología de finales de los cincuenta – cine, televisión, teoría de la comunicación o cibernética – junto a sus conocimientos en los procesos fisiológicos – teoría de sistemas, escenografía, psicología de la forma, etc – con el fin de influir en la percepción espacial y cognitiva de los espectadores de la muestra. El resultado final fue un impresionante conjunto de siete pantallas cuyo tamaño y disposición envolvía al espectador que parecía incapaz de escapar al mensaje que se le quería hacer llegar.
Los Eames sabían que los seres humanos percibimos visualmente gracias al estímulo sensorial de las retinas cuya información es descodificada en nuestro cerebro gracias a un complejo procesamiento cognitivo. Gracias a la psicología de la forma, que estudia la manera en la que la mente configura los elementos que llegan a través de nuestros sentidos, sabemos que nuestra mente percibe mucha más información de la que llega a nuestros sentidos aunque estos estén concentrados únicamente en aquello que reconocemos. Por tanto ¿qué ocurriría si añadiésemos a nuestra visión analógica una capa de información virtual que apoyase y reconstruyese nuestra apreciación de la realidad? Nuestra visión “aumentaría” ganando nuevos poderes en forma de capas sucesivas de información digital. Esto es, básicamente, lo que parece lograr la realidad aumentada, una tecnología que nos permite superponer información digital a escenarios reales de tal manera que se genera una nueva percepción híbrida del espacio arquitectónico.
La mezcla de ambos mundos se sustenta en el desarrollo de diferentes tecnologías y dispositivos como el GPS, las cámaras digitales, los Smartphones o las Google Glasses; que permiten fijar y desvelar las capas de información digital alrededor del usuario. Un ejemplo que profundiza en el concepto de cibernética apuntado por Norbert Wiener1 casi llegando a la década de 1950 y del que también se valieron Charles y Ray Eames en 1959. A partir del control de las funciones y la comunicación de sistemas complejos, la propuesta de cibernética de Wiener proponía la colaboración entre máquinas y humanos que permitan incrementar las potencialidades de ambos.
A mi entender la arquitectura no puede mirar sólo hacia un futuro que se presume tecnológico; debe afrontar las nuevas posibilidades tecnológicas considerando también su pasado. Sólo de la comprensión de lo que ha sido y sobre todo tratando de entender cómo podría ser posible, tal vez, podremos recuperar el sosiego para mirar al futuro con libertad. Como decía el filósofo italiano Giorgio Agamben “arqueología y no futurología – es el único camino hacia el presente”.