Imagen: Management Sciences University, Bordeaux. Anne Lacaton & Jean Philippe Vassal, architects.
Hace poco afirmaba Andrés Jaque que estamos en un momento en el que se hace muy necesario renovar los nombres, herramientas y técnicas para describir la realidad del día a día, para así estar en condiciones de describir y producir nuestras prácticas. Suscribo completamente esta idea. Hoy día las producciones culturales y comunicativas llegan a adquirir el mismo peso y consistencia que la realidad, al punto de alterarla: lo descriptivo puede llegar a ser normativo. De ahí que tenga sentido que no sólo la totalidad del entorno habitado, sino también sus representaciones y descripciones, sean objeto de curiosidad y proyecto en arquitectura. Es este un tema que daría para mucho; me quedaré por ahora con esta idea: la importancia de las palabras que usamos en arquitectura. En mi opinión, la renovación de los nombres que reclama Jaque podría nutrirse de la disección de algunas palabras que, desgastadas por su rodaje, han dejado de encarnar sus conflictos inherentes. “Apertura”, “transparencia”, “participación” y “usuario” estarían a la cabeza de mi lista. Voy a detenerme en esta última.
La noción de usuario, tan cara para las exploraciones participativas de la arquitectura de los 60-70, ha cambiado su connotación social y política para convertirse en epítome de una pasividad dinámica: la del consumidor que sacrifica la genuina posibilidad de decidir en favor de la elección sobre un menú de opciones u oferta diversificada. Siguiendo a Sloterdijk, el “user” contemporáneo no es sujeto activo sino descargado de exigencias: un mero “downloader”1. Esta pasividad dinámica —en la que los agregados de informaciones acumuladas sustituyen al saber personalmente integrado y narrativamente ordenado— es el caldo de cultivo de lo que Byung-Chul Han define como psicopolítica: el condicionamiento pre-reflexivo de nuestras formas de vida mediante la explotación de una libertad sólo ilusoria2. Enfocando en la arquitectura, esto sugiere que involucrarse en cualquier forma de producción del hábitat no ya con acierto, sino simplemente con libertad, requiere de un proceso reflexivo, constructivo y formativo cuya desaparición es —mucho más que la activación de roles pasivos— el asunto crítico con el que la práctica arquitectónica tiene que vérselas.
Emplear otros términos (agente, actor, intérprete, traductor) para designar a los destinatarios/cómplices de nuestro trabajo, y entender de forma idéntica nuestra labor, ha sido una importante forma de denunciar la “comodificación” del reparto habitual de la actividad arquitectónica —idea, representación, ejecución y puesta en uso—, un reparto estanco sobre cuyo fondo nos hemos acostumbrado a pensar los métodos de diseño o proyecto. Pero una vez liberados del “usuario”, y del corsé del servicio profesional, quizás podamos explorar nuevos modos de cuestionar lo normativo. Probemos a dejar en blanco el “hueco” que deja la eliminación del término usuario: enseguida surgirá la pregunta por el destino y sentido de las actividades y producciones arquitectónicas en un contexto más amplio y a largo plazo. Una arquitectura libre de usuarios desplazaría su foco hacia los procesos “constructivos”, “formativos”, “reflexivos” y a la vez “especulativos”, dilatados y decantados en el tiempo, para reclamar el gran potencial que estos tienen para convocar dimensiones radicales de discusión y trabajo, más allá de la experiencia inmediata del “nosotros” directamente implicado. En mi opinión estos procesos ofrecen un nudo idóneo desde el que entender, describir y reformular los presupuestos que condicionan nuestras prácticas. Pasando de lo abstracto a lo concreto, uno de los ejemplos recientes más hermosos de este tipo de procesos lo ofrece la Facultad de Ciencias de la gestión de la Universidad de Burdeos, de Lacaton y Vassal. Un grupo de habitantes de la zona comenzaron a fabricar (y vender) una mermelada con las rosas con la que los arquitectos “fabricaron” la materialidad y atmósfera del edificio, que a su vez evoca los pequeños jardines con rosales característicos de las viviendas de los alrededores3.
No se si estoy de acuerdo o no en el fondo del artículo, pero en el argumento y en la propuesta de acción, creo que no.
Creo que las palabras limitan, de-limitan y precisan, pero también construyen.
Necesitamos más formas de hacer arquitectura, pero creo que no necesitamos otras palabras, que antes o después podrán acabar pervertidas o vaciadas de contenido. Creo que no es lo que nos hace falta y que incluso esto puede llegar a ser perjudicial como bien apunta Fredy Massad en su último artículo http://bit.ly/13d0NDZ cuando el discurso se llega a convertir en charlatanería, cuando se construye una verdad artificiosa y paralela, creo que vamos mal.
Y te lo dice uno que constantemente está buscando palabras en nuestra preciosa lengua para tratar de explicar lo que hace…
Miguel, muchas gracias por compartir tu opinión y tu disenso, y también por continuar el diálogo, que es algo siempre muy apreciado por todos. Yo también estoy de acuerdo contigo en que las palabras limitan y constuyen, este es el punto de partida de mi reflexión: ¿qué están construyendo realmente y cómo nos están condicionando ciertas palabras que circulan con un halo de «benevolencia»? Esta cuestión se hace importante en la era de los 140 caracteres y el hashtag, en el que las palabras a menudo son desprovistas de su negatividad para poder utilizarlas como «consignas» o lubricantes de los mensajes que circulan en las redes. Una vez deprovistas de su negatividad, las palabras pueden ser usadas como máscaras.
Ante esto, podemos buscar palabras capaces de convocar la complejidad de la realidad con la que trabajamos, como reclama Andrés Jaque y yo suscribo, o poner en crisis las palabras populares, que es en lo que yo he tratado de concetrarme aquí. En mi opinión, recuperar la negatividad de los términos es una forma dotar de profundidad al discurso, de elevar el nivel de exigencia de los argumentos que sustentan el proyecto, de recordar que hay poner a punto constantemente los argumentos teóricos (y en este caso sus implicaciones sociales o políticas).
Reivindicar la importancia de las palabras en arquitectura también es un modo de reclamar la relevancia cultural de nuestras prácticas, su dimensión como producciones culturales que perfilan valores sociales y que encarnan sus conflictos: considero esta dimensión como un importante campo de trabajo para la arquitectura —quizás es aquí donde no estamos de acuerdo…
Un abrazo.
De acuerdo con los dos, la verdad, y por qué no. La idea de Paula de desplazar el foco del usuario me parece hasta necesaria sobre todo cuando el discurso de la participación se ha enrarecido (antes de llegar a definirse y ser productivo y capaz de generar una arquitectura o al menos unos procesos de calidad) y me parece tan contemporáneo como cuando Tschumi hablaba de «events», algo que creo que aún no hemos superado igualmente y que está muy en la línea de la maravillosa idea de hacer mermelada con rosas que cuentas, Paula, del proyecto de Burdeos de Lacaton y Vassal, que si bien puede parecer algo pequeño o anecdótico, no deja de ser inteligente e interesante.
En cuanto a lo que dices, Miguel, estoy también de acuerdo en tus precauciones, aún sin renunciar como haces y practicas en la investigación, con respecto al lenguaje y sus ramificaciones perversas y, en último término y suscribiendo como tú lo haces el artículo de Fredy Massad en ABC sobre el concurso de arquia de este año, sus peligros y boutades.
Hola Paco, muchas gracias por el comentario, y por traer a colación la jugosa diferencia entre formas/eventos de Tschumi. Sí, poner en crisis el término «usuario» y la noción de “participación” van de la mano. Yo he optado por la primera porque la segunda me exaspera tanto que me entran ganas de abrir un libro de quejas !
Uno de mis intereses de investigación ha sido precisamente desmontar la red de presupuestos —el juego de oposiciones y equivalencias— que sostiene la posibilidad de la participación en arquitectura: esto pasaría por revisar las macro-estructuras tridimensionales y micro-estrucuras variables de la Ville Spatiale de Yona Friedman (1958); la combinación de macro-estructuras base y micro-ambientes variables de Constant en Nueva Babilonia (1959); la distinción hardware/software de Archigram (1964); la distinción vida/superficie y micro-evento macro-evento de Superstudio (1970); la distinción entre supports/fill-ins de Habraken (1972), etc., una tradición en la que también se inserta Tschumi y yo casi añadiría a Koolhaas en sus años mozos… ¿Alguna más?
En el término «participación» hay dos cosas que no me encajan. La primera es que asume como “natural” la brecha que en realidad está prefigurando o ayudando a construir (aquí podrían servir de apoyo las reflexiones filosóficas, y también «espaciales», de Rancière sobre la contradicción inherente a las distinciones maestro/ignorante y obra/espectador). La segunda es que la misma idea de “participación” me resulta jerárquica y autoritaria. La Bienal de Diseño de Estambul incluia un proyecto muy brillante del colectivo Sibling que se adentra en 7 modos de participación diferentes, sus contradicciones e implicaciones. De las propuestas seleccionadas en el foro Arquia Próxima me gustó en particular la «arquitecturización» de la participación (hasta el punto de hacer prescindible este término) que hacían Tallerde2, y con menores riesgos pero también brillantes, PKMN. Byung-Chul Han termina «Psicopolítica» con un capítulo dedicado a defender la “idiotez” de quien no participa ni comparte como la posición de compromiso político radical en nuestro tiempo, y que es al fin y al cabo una reivindicación del silencio en época de exceso de ruido.
Con la anécdota de la mermelada trataba de poner sobre la mesa dos cosas: reivindicar lo valioso del saber hacer acumulado de la profesión desde una perspectiva diferente a la del «oficio» y la «solvencia profesional», y reivindicar las prácticas socio-espaciales como materia (literamente materia) de trabajo del proyecto y como parte indisoluble de la arquiectura.
Gracias miles Paco por abrir el debate hacia la cuestión de la participación!
(disculpadme por la extensión de mis comentarios, y por detenerme en incluir fechas y eso… )
Un abrazo
P.S. Creo que no es casualidad que el juego de conceptos opuestos que comentamos pertenezcan a una tradición cultural occiental, sus raices en la filosofía alemana, y que no está en la cultura oriental, ni se refleja en la arquitectura japonesa. Quizás esto podría ser el punto de partida para una “caza” de conceptos o palabras alternativas cuya ambivalencia convoca otras formas de mirar y relacionarse con el entorno habitado, formas de vivir al fin y al cabo, que para mi han ganado vigencia en el cambio de siglo, pero esto es ya otra historia!
Para mi el problema está en que Jaque, y otros, precisamente están haciendo lo que tildas de peligroso.
Están utilizando las palabras como “consignas” o lubricantes de sus mensajes. Las usan como máscaras de novedad cuando la mayoría no hacen otra cosa distinta a la que muchos llevamos años tratando de hacer, dejándonos las pestañas bajo los flexos y picando puertas para que nos atiendan.
La arquitectura que defienden como política, colectiva o participativa no es nueva y muchísimo menos propiedad suya, porque Paula, el foro arquia fue un acto de apropiaciónal que, por desgracia, no podemos calificar de indebido para criminalizar sus consecuencias.
Los pétalos de rosa para hacer mermelada están muy bien, y son propositivos y abren participaciones, pero ¿pagan asemas? porque esa frivolidad es la que distingue a la arquitectura responsable, la que si se cae mata gente la que exige un compromiso legal que llega a lo penal y que va más allá de lo meramente político.
¿Pagan asemas «los disfrutistas»?
Mientras el marco legal, que rige lo social queramos o no, no se modifique, me seguirá enervando que personas en actitud pseudointelectual (citar a la casa de la pradera en una ponencia es un acto de pop-ulismo vulgar) se abroguen la capacidad de pervertir un término que implica muchas cosas, pero que lo primer que implica es responsabilidad.
Mientras la instalación de las sillas desobedientes no implique la misma responsabilidad legal, civil, social, penal que implica una ampliación por remonte de un chalet adosado, mientras eso no ocurra todo lo demás, me sobra.
Hola Miguel,
Centrándome en el tema de las «palabras» que es lo que aquí nos convoca: para nada estoy de acuerdo en que los términos e ideas propuestos por Jaque sean gratuitos, pero eso ya lo sabes. Recuerdo que Office for Political Innovation fue uno de los primeros estudios que visité mientras llevaba la revista Neutra, allá por el 2006, para solicitar a Andrés Jaque su visión en nuestro primer números sobre «Ciudad y Puertos». Guardo con cariño nuestra conversación de aquel día, que desbordó mis expectativas. Recuerdo que Andrés me pasó algunos textos suyos, publicados en Pasajes, que siguen plenamente vigentes, y varias referencias a textos filosóficos que para mi continúan siendo enormemente reveladores en relación con el estado actual de la profesión. Con el tiempo, y siguiendo su trabajo coincidimos en el interés de ciertas palabras para entender las posibilidades de nuestra práctica, de un potencial enorme y aun poco explorado, así la noción de «ensamblaje». Las suyas están entre las ideas y propuestas que sigo con interés, de las que siempre aprendo y me motivan. Te diré además que otras ideas y propuestas que sigo con interés van en dirección muy distinta.
Un abrazo.