El Cómic y la Arquitectura: aliados, amigos, hermanos
Nunca sé, cuando me piden que hable sobre Arquitectura y Cómic, si el lector al que me dirijo estará familiarizado con esas artes. Sospecho que siempre conocerá la primera, por ser la más común, la de la casa que le proporciona un techo bajo el que vivir, si tiene suerte en propiedad –después de haberla pagado o desembolsando su mensual hipoteca- o entrando en ese apasionante universo del alquiler, repleto de agujeros negros. Pero viniendo el encargo desde un medio como la Fundación Arquia, doy por supuesto con alivio que mi público sabrá mucha más teoría que yo, que me quedé en “la arquitectura comienza cuando se ponen dos ladrillos juntos”.
Sobre el tema del Cómic igual yo tampoco sé mucho, pero seguramente este mismo lector estará al cabo de la calle por el recuerdo de “aquellas” lecturas infantiles, puede que alargadas hasta su época juvenil. Mucho pedir sería su consumo en la edad adulta, incluso que existiese un punto de coleccionismo. Pero apostaría a que haberlo “haylo”.
Ahora relacionar ambos términos puede cortocircuitar a más de uno. Nada más lejos de la realidad. Arquitectura y Cómic navegan por aguas comunes y recalan en los mismos puertos.
ArquiCómic
Para empezar el término comic es un anglicismo. En nuestro país se conoce como tebeo –derivado de la revista periódica de historietas TBO, (1917-1998)- y que es lo mismo que la “gafapastil” expresión novela gráfica –o “tebeo gordo”, como diría el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca-. Según cada lengua la palabra cambia, llamándose quadrinhos en portugués, fumetti en italiano, bande dessineé (BD) en el mercado franco-belga o manga en Japón, además de hacer en este caso referencia al estilo de dibujo.
El cómic es un “arte secuencial”, como lo definió uno de sus artistas más reconocidos, el norteamericano Will Eisner.
Si el cine recoge en un único “recuadro”, la pantalla, una sucesión rápida de fotogramas que da lugar a la animación de la imagen en el tiempo, en el cómic ese encadenamiento de imágenes se desarrolla en diferentes viñetas, recuadros en los que generalmente –no es una norma- se “encierra” cada dibujo. Por lo general, y dependiendo de la pericia y voluntad de experimentación del autor, esas viñetas se disponen sucesivamente hasta conformar la página, siguiendo en el cómic occidental el sentido de lectura tradicional, de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Esos dibujos, acompañados en algunos casos por textos de apoyo, ya sean narrativos o configurando diálogos dentro de globos o bocadillos (técnicamente “filacterias”), van narrando la historia temporalmente.
Es decir, mientras que en literatura el lector a traduce los textos en imágenes en su cabeza, por el poder evocador que las palabras del escritor despiertan en la imaginación, en el cine todo resulta mucho más sencillo para el espectador: únicamente tiene que seguir el hilo temporal de lo que se proyecta en pantalla. Tampoco defino a los espectadores como público pasivo, puesto que las buenas películas dejan margen a la interpretación tras su visionado.
En el caso del cómic, espacio intermedio entre literatura y cine, el lector convierte una sucesión de imágenes que, acompañadas –o no- de textos, transforman el espacio tridimensional en una representación en dos dimensiones a la que se le añade una cuarta, el tiempo, siguiendo el recorrido marcado por el autor en la página. Se aúna de nuevo la traducción de la lectura, ya sea de texto e imágenes –o sólo de estas-, con la construcción de la historia mediante la sucesión temporal de cada viñeta con el fin de completar la historia que cuenta el autor o autores del cómic.
Esto último que he explicado ha servido para relatar a lo largo de la historia diferentes acontecimientos usando soportes de lo más variados. Así, por ejemplo, en la columna de Trajano, con ese recorrido helicoidal en relieve, encontramos la narración de la conquista de la Dacia –actual Rumanía-, por parte del emperador Trajano; en el tapiz de Bayeux, los casi setenta metros lineales de tela bordada cuentan la conquista de Inglaterra por los normandos; los pórticos de las iglesias románicas y góticas sirven para explicar a los fieles –generalmente analfabetos entonces- capítulos destacados de las Sagradas Escrituras mediante esculturas y relieves; o los diferentes códices con su arte miniado, como la Biblia de los Cruzados, adaptan pasajes bíblicos desde el prisma de la Francia del gótico. No es que sean cómics, pero sí repiten el canon básico de estos a la hora de contar sus relatos, usando su arte de manera secuencial. Son protocómics.
El lenguaje empleado por el cómic sirve para interpretar el espacio y que el mensaje resulte más fácilmente comprensible para el receptor. Y por eso resulta un recurso muy útil en la Arquitectura y su representación. No lo vieron venir, ¿verdad? Si digo que además los extremos se tocan, definiéndose la Arquitectura como el Primer Arte y el cómic como el Noveno tras la Fotografía, la relación cierra y complementa el círculo artístico.
Nombres como Bernard Tschumi, Archigram, Morphosis, MVRDV o Rem Koolhaas emplean el lenguaje del cómic en la ilustración de sus proyectos, ya sea como sucesión de imágenes –más o menos elaboradas, mudas o no- que invitan a recorrer las ideas esenciales sobre las que se levantan los mismos. O directamente contratan a dibujantes de historietas para la recreación de esos proyectos con los recursos propios del cómic, como es el caso del historietista y diseñador industrial Joost Swarte, que ha colaborado con el estudio Mecanoo. Otros hasta se inspiran en diferentes cómics clásicos para sus obras.
Incluso puede señalarse a Le Corbusier (1887-1965) como el precursor en el uso de este medio. El arquitecto y docente Koldo Lus Arana (Santurce, 1976) –también conocido por el sobrenombre de Klaus por su trabajo como dibujante de cómics de alto contenido arquitectónico- apunta que “Le Corbusier leía tebeos”. Concretamente el niño Jeanneret debía pasárselo piruleta con las tiras cómicas de Monsieur Pencil y Le Docteur Festus (ambas de mitades del siglo XIX) del dibujante Rodolphe Töpffer. Y es que ilustró con algunas de ellas un artículo escrito a dos manos con el pintor cubista Amédée Ozenfant y que fue publicado en L’Esprit Nouveau en noviembre de 1921, bajo el título “Töpffer, précurseur du cinema”.
Dicho esto, no es de extrañar que Le Corbusier emplease el lenguaje del tebeo para exponer algunos de sus proyectos, acompañándolos de textos atmosféricos y descriptivos, que daban una idea a sus clientes de lo que él pergeñaba en su cabeza.
Esto se ve claramente, aparte de la presentación de la Ville Contemporaine que haría en el número 28 de la revista L’Esprit Nouveau, en la conocida “Carta a la señora Meyer”, de 1925. En ella, usando una sucesión de perspectivas exteriores e interiores, a modo de recorrido completo, con una narrativa gráfica sencilla y efectiva, asistida por globos con textos explicativos, exponía su proyecto. Pero o no la entendió o no le gustó, ya que la señora Meyer finalmente no encargó su casa a Le Corbusier y Pierre Jeanneret.
Muchos son los arquitectos que coquetean, incluso hacen oficio por gusto más que por necesidad, con el mundo del cómic. Hasta llegar a ofrecernos obra propia, como los arquitectos Jiménez Lai, Bjarke Ingels, Wes Jones, o el mencionado Koldo “Klaus” Lus entre otros. Los hay que incluso, dejando a un lado la profesión, se dedican por completo al arte de la historieta, como Miguelanxo Prado, Daniel Torres, Mikel Janín, Milo Manara o Tanino Liberatore. Y, sin llegar a ser arquitectos, autores como François Schuiten, Richard McGuire o Chris Ware representan y juegan con el venustas vitruviano de manera sugerente, interpretativa y compositivamente, de manera que sus dibujos arquitectónicos se integran en sus páginas y ordenan la lectura. Son dignos sucesores de la fascinante estética de la obra de George Herriman con su Krazy Kat o el mundo onírico del Little Nemo de Winsor McCay. En todo caso, la arquitectura, la ciudad representada, ya no sólo sirve de marco a la historia que se cuenta en sus cómics, si no que es protagonista de estos.
Así que, en un momento en el que la arquitectura empieza a ser elemento comunicativo –aparte de obra vivible en su fin último-, y el cómic comparte ciertos elementos del lenguaje arquitectónico y los hace propios –cuando no los reinterpreta y transforma-, esta relación entre arquitectura y cómic se hace cada vez más frecuente. Bueno sería que en las facultades de Arquitectura el lenguaje del cómic fuese conocido entre sus docentes para poder ofrecer a su alumnado un modo de expresión sorprendentemente afín.
El arquitecto como héroe del cómic
He mencionado antes como, según Koldo Lus, Le Corbusier leía tebeos. Pero no sé qué hubiese pensado el aludido al verse cruzando al otro lado del espejo como la Alicia de Lewis Carroll, para, enmarcado entre viñetas, convertirse en protagonista de ellos. Y es que, de todos los arquitectos conocidos, estos que la modernidad ha encumbrado a la categoría de clásicos, es Le Corbusier quien acapara más títulos publicados sobre su vida y obra. Aparte de eso, también es protagonista tangencial de otras novelas gráficas relacionadas con la arquitectura.
Así tenemos títulos como L’enfance d’un architecte. Le Corbusier, (2008), Le Corbusier. La bâtisseur deu XXº siécle, (2015) –a modo de artículo en una revista- y Le Corbusier, architecte parmi les hommes, (2010) de Rébéna, Baudouï y Thévenet. Sin olvidar que formó parte, junto con Gaudí y Frank Lloyd Wright, de la serie de cómics de los años 60 “Vidas Ilustres”.
En el terreno de la ficción –e incluso el thriller-, Der Pavillon, Mord an der Promenade Le Corbusier, (2019), del autor Andreas Müller-Weiss, mezcla la figura del arquitecto y su última obra en Zurich, años después de su muerte, con un asesinato.
Haciendo protagonista también a otro edificio, en Swimming in darkness, (2019) Lucas Harari nos “sumerge” en un thriller psicológico en las termas suizas de Vals, de Peter Zumthor.
No conseguimos librarnos de la figura de Le Corbusier en Eileen Gray: A House under the Sun, (2019) de Charlotte Malterre-Barthes y Zosia Dzierzawska. Esta novela gráfica habla sobre la pionera del Movimiento Moderno en la Arquitectura, Eileen Gray y la casa que la hizo famosa, la E-1027. Incluso trata la vandalización de Le Corbu en sus paredes, así como el que nunca desmintiese el equívoco que le adjudicaba la autoría de la casa.
Por último, en Robert Moses: The Master Builder of New York City, (2014) Olivier Balez y Pierre Christin descubren al arquitecto, urbanista y político artífice de la imagen de la ciudad de Nueva York. Desde el metro a los rascacielos, pasando por viales, autopistas, jardines, parques, zonas de juego, piscinas… La imagen actual de NY se la debemos a un hombre que también se dejó llevar por la ambición y el lado deshumanizante del maquinismo industrial. Lo que provocó que muchas de sus iniciativas chocasen con la lucha de Jane Jacobs, una activista por un urbanismo más humano y que acabó eclipsando el nombre de Moses.
Robert Moses vuelve a aparecer en otra famosa saga de cómics, inspirándose en su figura para crear el personaje del constructor Lewis Solomon, villano sin escrúpulos, un halcón antropomorfizado en la nueva obra de Juanjo Garnido y Juan Díaz Canales, Todo cae, séptimo título de la serie noir Blacksad. Si Robert Moses levantase la cabeza…
Sin ser biografía, el dibujante David Mazzucchelli creó Asterios Polyp, (2009), una ficción cuyo protagonista, un arquitecto teórico sin obra construida, se busca a sí mismo encontrándose en un “meteórico” final. Sus composiciones de página, el simple uso de los colores y las geometrías para representar a los personajes, la arquitectura y el mobiliario hacen de él un título ya cásico.
Y llegamos al último título, una novela gráfica que versa sobre un arquitecto, MIES, (2019) de la que algo tendré que saber por ser yo su autor.
Una vida en viñetas
Cuando me planteé MIES, a comienzos de 2015, quería zanjar una deuda pendiente con la Arquitectura. Había estudiado cuatro cursos, abandonado la carrera, licenciado como arquitecto técnico y trabajado durante trece años y medio en un estudio (Capilla Vallejo Arquitectos). Acabada esa etapa, sabiendo contar historias y con mano para el dibujo arquitectónico –no así para proyectar, lo reconozco-, era más que razonable que alguna vez llegase a crear un cómic sobre Arquitectura. Y más concretamente, sobre un arquitecto.
Nombres tenía donde elegir –en ningún momento se me ocurrió ficcionar-, pero el que mejor creía conocer y encajaba en mi estilo de dibujo era Mies van der Rohe.
Podía haber hecho un libro que recogiese, a modo de catálogo, la obra de Mies. Seguramente hubiese despertado interés entre los profesionales relacionados con la Arquitectura, pero a mí me importaba más otra cosa: la vida del arquitecto.
Conocemos la obra de Mies, como la de tantos otros referentes de la Arquitectura. Incluso sabemos datos de sus trayectorias personales, sucesos, anécdotas… Y esa era la parte sobre la que quería trabajar. Esas vivencias que moldearon al personaje y que seguramente dieron forma a su arquitectura. Una arquitectura que sí, quería mostrar, pero únicamente como telón de fondo del relato, configurando muchas veces la dinámica de las páginas y su lectura.
Mies van der Rohe aplicó a su vida y a quienes le rodeaban la máxima que hizo famosa: “menos es más”. Y mientras que en su arquitectura depuró la forma al límite del diseño y el detalle, eliminando cualquier decoración que no proviniese de la estética de los materiales empleados –acero, ladrillo, piedra, madera, vidrio…-, en su proceder privado hizo lo mismo. Se desprendió de aquello que él consideraba una distracción para su libertad creativa.
Nunca pretendí hacer un relato amarillista sobre su persona. Solo basarme en lo mucho que ya se había escrito negro sobre blanco sobre su obra, pero también de su vida, y crear una historia con ciertas licencias en beneficio de la agilidad en la narración. Algo que ha permitido acercar al arquitecto y su obra, no solo a los interesados –casi devotos- de Mies, si no también a quienes lo desconocían. Creo que eso es lo que debe buscar el arte secuencial del cómic.
Me ha encantado el artículo, y anoto con ilusión un montón de referencias para leer. Soy un gran admirador del trabajo de Agustín, en especial de MIES, por supuesto, que considero una obra maestra. Espero con auténtica pasión su nueva obra, que me consta que va a dar mucho que hablar en el mundo del Arte. Mis felicitaciones y un cordial abrazo para Agustín