Retrato de un paisaje andaluz: un laboratorio de tierra y cielo
Sanlúcar la Mayor es un municipio que pertenece a la comarca del Aljarafe, un área que conserva gran parte del paisaje agrícola tradicional de olivares, higueras y cultivo de secano principalmente, a la par que ha ido adquiriendo un mayor papel dentro del tejido metropolitano residencial de la ciudad de Sevilla. Situada 18km. al oeste de la capital, con unos 13.500 habitantes, los límites de la población se extienden hasta las 13.1350 Ha. La ciudad posee una historia singular producto de la sucesión de diferentes culturas que han ido ocupando estos fértiles territorios desde su fundación cuya fecha data de la Edad del Bronce en el 1500 a.c. El asentamiento adquiriría cierta importancia en época turtedana, siendo conocida entonces como Arae-Hesperi o Hesperia, homenaje a Héspero (dios del amanecer en la mitología romana), a cuyo culto se dedicaría uno de los templos de la ciudad. La ciudad turdetana fue destruida con la conquista romana. Sobre sus ruinas se fundaría Locus Solis que podríamos traducir como “Lugar del Sol”. Este asentamiento es hoy Sanlucar la Mayor, identificada en la imagen de dos esbeltas columnas que se erigen por encima de un frondoso y extenso manto verde de copas de árboles y un reluciente sol que brilla a sus espaldas. Al menos así es como presenta la heráldica a la ciudad a través de su escudo.
Este lugar de columnas y soles, de amaneceres y atardeceres sería el lugar elegido por la multinacional Abengoa en 2005 para instalar una de las más potentes instalaciones de energía solar en Europa en ese momento: la Plataforma de Solucar, un centro tecnológico comercial pionero a nivel mundial que se caracterizaría por las impactantes torres solares, la PS10 y PS20, convertidas a la postre en los poderosos símbolos y elementos más significativos de esta ciudad de la energía. Las monumentales torres solares se erigirían en extrañas protagonistas de todo un territorio no sólo por su escala y dimensión sino por el reflejo continuado del haz de luz en sus potentes espejos que abarcan una sorprendente cuenca visual de decenas de kms.
El aterrizaje de Abengoa Solar en Sanlúcar la Mayor vendría precedido, 7 años antes, de uno de los mayores impactos ecológicos de la zona y en general de toda Andalucía, el desastre de las minas de Aznalcollar (municipio limítrofe con Sanlúcar la Mayor) y que terminaría contaminando con vertidos tóxicos gran parte de la comarca del Aljarafe en el entorno de rio Guadiamar hasta alcanzar el Parque Nacional y Natural de Doñana. El golpe a la región fue devastador. Los daños a las tierras, a su sustrato produjeron cuantiosas pérdidas en años perdidos para el cultivo. No es de extrañar por tanto que la llegada de Abengoa fuese recibida con los brazos abiertos para alterar por completo el modelo económico de la localidad.
Sanlúcar la Mayor concentra, en su modesto ámbito territorial, un complejo sistema superpuesto de explotación a diferentes niveles que abarcan desde lo agrícola y cinegético a lo energético y mineral, de la extracción a la transformación pasando por el turístico dada su posición estratégica entre el centro sevillano y su destino favorito vacacional: Huelva-Portugal. El paisaje sanluqueño es en sí una fuente de recursos y fuentes varias: sol, tierra, geografía, aire, arqueología, historia…En su condición de municipio medio de provincia, una condición compartida con tantos otros términos del territorio andaluz y nacional, Sanlúcar la Mayor dibuja una clara imagen del paisaje de la contemporaneidad. Un paisaje en transformación que explora, como laboratorio eco-social, el rendimiento del territorio que nos rodea. Un paisaje que nos sirve, igualmente, de paradigmático modelo de un emergente, y deseado, escenario que esboza de forma pionera uno de los principales retos a los que se enfrenta el siglo XXI: la transición energética, un profundo cambio que está transformando por completo geografía, territorio y sociedad.
Este laboratorio con el que identificamos nuestra querida Sanlúcar la Mayor nos sirve igualmente para establecer que todo paisaje es, de una forma u otra, un paisaje productivo. Si bien esta afirmación puede parecer aventurada, podríamos decir que es así desde el establecimiento mismo de la noción de paisaje. La “extracción” de un modelo de referencia ideal de una naturaleza bucólica y pintoresca o arrebatadora y sublime para el pintor o poeta del proto-paisajismo artístico del XVII y XVIII tiene ahora una traslación en otros modos de expolio que definen el paisaje contemporáneo.
En este sentido, y desde el más absoluto punto de vista antropocentrista, véase, desde la consciencia de nuestra alteración del medio, podríamos decir que todo paisaje como, constructo socio cultural, deriva de una necesidad productiva. Nada escapa a la voraz contaminación de un aire que envuelve tierra, cielo y agua a todo lo largo y ancho de nuestro planeta. El paisaje que habitamos es resultado de una explotación, directa o indirecta, y la domesticación absoluta del medio habitado. Desde la extracción de recursos, fósiles o naturales, al alimenticio o al turístico, simbólico o cultural, el territorio es explotado, esquilmado en la mayoría de las ocasiones, para uso y disfrute de una sociedad insaciable y voraz. Paisaje cultural, paisaje de la energía, paisaje infraestructural, paisaje arqueológico, paisaje histórico, no dejan de ser formas diferentes de un paisaje-expolio socio-económico del territorio y, por lo tanto, de considerar, el paisaje desde una óptica productiva, sea la que sea.
Sostenibles o no, ahí están nuestros paisajes, entre la tierra y el cielo, listos para ser consumidos por nosotros, unos voraces dioses hambrientos de un festín interminable e inagotable… Todo ello, mientras salga el sol.