Gracias a los paisajes productivos
Probablemente a la pregunta sobre cuál es nuestro paisaje de referencia existan dos posiciones: la de un paraje eminentemente natural, aparentemente virgen, donde el ser humano adopta una posición de mero observador siendo, actualmente, incapaz de sobrevivir ante la hostilidad del mundo salvaje y, por otra parte, la de un territorio construido, transformado a lo largo del tiempo con una delicadeza y equilibrio tan sublime que la línea entre lo natural y lo transformado se desdibuja.
La primera posición, lejos de ser certera en su estricta sintaxis recuerda, sin embargo, aquel sentir romántico hacia el paisaje y su definición pictórica de inicios del S.XIX donde El caminante sobre el mar de nubes (Kaspar David Friedrich 1818) plasma la figura humana con cierta supremacía sobre el todo cósmico. Quizás sea esta posición dominante característica de occidente, creyéndose capaz de sobrepasar cualquier límite físico o natural. Si planteásemos la pregunta inicial a los nómadas o a cualquier etnia de una región agrícola probablemente refieran su pensamiento a un paisaje transformado puesto que todavía mantienen un respeto divino sobre la naturaleza y sus ritmos, sabiendo exactamente que su lugar no es más que una posición en la red trófica.
Precisamente por su relación con el sustrato que los alimenta se identifican con el segundo paisaje: el transformado, el construido…el productivo. Su código genético, el resultado de su trabajo sobre el medio, el vínculo que, universalmente, nos une como animales a la tierra.
La domesticidad del segundo paisaje, resultado del cambio de paradigma que en su día permitió al ser humano dejar de ser nómada para asentarse en un lugar concreto es la disposición de un cercado. El primer jardín es un cercado. Conviene proteger el bien preciado del jardín: las hortalizas, las frutas, luego las flores, los animales, el arte de vivir…todo aquello que a lo largo del tiempo se presentará siempre como “lo mejor”. (Giles Clement, Una breve historia del jardín GG,2019).
Gracias a ese cercado, clave en la historia de la humanidad, se domestican dos actividades: la caza y la recolección que pasan a ser pastoreo y agricultura modificando el medio físico y optimizando sus recursos para sublimar esta transformación. Por tanto, la acción del ser humano sobre el medio transforma un paisaje natural en un paisaje cultural.
¿Y qué es un paisaje cultural? Lo son las laderas plegadas para el cultivo de arroz, las montañas horadadas la producción de vid, los extensos y complejos sistemas de gestión hidráulica… es el resultado de la acción de un grupo social sobre un paisaje natural, siendo la cultura el agente, la naturaleza el medio y el paisaje cultural el resultado (La morfología del paisaje, Sauer, 1925)
Cuando Patrick Geddes estudia La sección del Valle (1909) confronta la sección física de un territorio en relación con las ocupaciones de quienes lo habitan, los tipos de asentamientos que se producen y cómo influyen entre sí, es decir, involucra a la población con una determinada región, la engalga al territorio. Se produce una relación de simbiosis que mantiene al medio natural vivo a través de su cultivo, una relación que mesura exquisitamente el recurso con su explotación pues, un desequilibrio, podría ocasionar consecuencias irreversibles.
Y, por si el cuidado de la madre tierra no fuese suficiente para posicionar al paisaje productivo como el vínculo afectivo que nos une con el territorio, éste, enaltece sus rasgos y nos ofrece parajes como la paleta de los mosaicos agroforestales, el trazo del picón sobre la Geria en Lanzarote, el cañón del río Sil y sus heroicas vendimias, los rojos márgenes de amapolas entre los dorados campos de Zamora o los extensos olivares que peinan las laderas del sur que, además de bellos, son la cultura que define una región, donde radica su ADN.
Superponiendo a los beneficios ecosistémicos la capa de la memoria – el ser humano se diferencia de otras especies por su excelente capacidad para transmitir el conocimiento que, con el paso de los años se consolida en una cultura-, seguramente a la pregunta inicial muchos estarán pensado en aquellos paisajes de la niñez, los construidos por el esfuerzo de nuestros ancestros, los que gratuitamente mantenían el equilibrio del medio natural, alejados de la posición de supremacía que denotaba el primer paisaje y con la cual también se sientan identificados.
Precisamente en el contexto actual de Crisis Climática con índices tan elevados de perturbaciones tales como incendios forestales o lluvias torrenciales reclamando una acción humana al respecto, el paisaje productivo y su condigno mosaico agroforestal sea donde radica nuestra oportunidad de cambio. En un mundo donde la globalización ha exterminado tantos paisajes, la intervención basada en la conservación de la identidad, la memoria y el código genético que determina una región es imprescindible. Por todo ello, gracias. Gracias a los paisajes productivos, por la belleza que nos ofrecen, por su abanico de soluciones, por su ingenio, por permanecer en el tiempo, por su respeto por el territorio y por vincularnos, todavía hoy, con la madre tierra.
Se barrunta la era hidráulica y neumática al igual que el corazón motor dinámico que tensiona los circuitos tubulares a presión con válvulas y albeolos hinchables de retención de la masa gravitatoria hidraulica con turbocompresor su distribución en cauces de regadío, transporte y recogida de colectores en la dinámica de transporte en tierra mar y aire.
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