Un mandril de papel higiénico. Estructura, repetición y electricidad
Eres una niña pequeña que después de unas pruebas traumáticas – de las que poco recuerdas más que el pestazo a perfume del jurado – es aceptada en la escuela de música como violinista. Comienzas esos estudios que son como una personalidad a golpe de secta: una forma de aprendizaje militar en la que tienes que atravesar las pruebas de Ulises del Aburrimiento, la Repetición y el Dolor Físico. El violín tiene lo mismo de fascinante que de herramienta de tortura. Todo comienza con un año entero aprendiendo a descomponer los movimientos de tus extremidades con un mandril de papel higiénico: descomponer el movimiento de muñeca, de brazo, de antebrazo. La clave es la estructura. La estructura lo es todo: la estructura de tu cuerpo, del instrumento, de tu instrumento con tu cuerpo, de ese sistema sobre la partitura y de este último sobre la ejecución a la que le debes obediencia y emoción. ¿Cómo podemos pasar de estructura a emoción y que eso se traslade tanto a un público como a la mirada inquisidora de profesores que son jueces en el sentido más bíblico de la palabra? Entra Bach en escena. Es indiscutible la herencia del compositor, del arquitecto por excelencia, en palabras de Douglas Adams “el que muestra qué es ser el Universo”, pero eso vale vergas para esos niños-soldado que van a tocar su primera obra. Tras el cartón llega la infamia del Cuaderno de Anna Magdalena Bach, muy concretamente el Minuet en sol mayor. Para entender la obediencia estructural tocarás el jodido Minuet, que al final es de Petzold pero ya da igual, la violencia ha sido ejercida, una y otra vez, hasta la repulsión. Tú deseas poder dejarte llevar, pasar de la estructura a la electricidad. A esa fuerza magnífica de la belleza que te atraviesa cuando disfrutas del Arte o de una Revolución. Pero cuando atraviesas el Arte como una estructura a la que le debes obediencia la electricidad no llega, no para quién ejecuta. La electricidad es para el creador, y sobretodo, para el público.
Para el aprendizaje desde la estructura la clave es la repetición, tienes que practicar 8 o 6 horas diarias, memorizar las partituras, romperte el alma. Cuando estudias una partitura la descompones, y en esa descomposición la magia del Arte desaparece. Todo se convierte en átomos racionalizados, nunca podrás volver a escuchar esa pieza sin ser consciente de todos los átomos que la forman. Aprendes rápidamente que tienes que escapar de la estructura para sobrevivir al Sistema, no vas a practicar 6 horas, vas a memorizar la partitura un rato antes de la clase porque sabes que el resultado será similar: habrá días que te echarán una bronca porque no te esfuerzas y habrá otros en los que el profesor llamará a otros profesores para que te vean y se vanaglorien de lo bien que lo están haciendo ellos. Tú sobrevivirás y podrás seguir disfrutando de la electricidad de la belleza.
Gracias a la vida como violinista no te tocó estropear la electricidad de las Fugas de Bach, que son sistema y ruptura. La estructura de una fuga está pensada para transmitirse como un virus de tal forma que es quien las oye quien las ensambla pero no quien las ejecuta. Sigues año tras año por un lado odiando el violín y por otro anhelando la electricidad. Llega un momento clave, una culminación. Es uno de los conciertos con la orquesta anual. Estás tocando con tu cuarto violín hecho a mano en Rumanía. Meses ensayando una pieza repetitiva hasta la saciedad, el Bolero de Ravel. De negro como el resto de soldados comienza el concierto, los músicos van repitiendo el tema que siempre es el mismo. Domina el viento, fagot, flauta, oboe, y empiezas a sentir algo que no estaba presente antes, va subiendo la intensidad. Los segundos violines se preparan, y todo empieza a estallar. La energía de los músicos en repetición te atraviesa el cuerpo y te dejas llevar por primera vez en diez años. La partitura cae y escuchas sin escuchar, tu cuerpo se convierte en un conductor de energía irracional y sabes lo que tienes que hacer porque lo sientes, los átomos están estallando, es simplemente el placer más grande jamás experimentado. El sonido va rompiendo hasta que llega el abrupto final que se ensambla perfectamente con los aplausos del auditorio. Ese sería el momento en que sabrás que la ruptura es completa. Vas a dejar el violín, has entendido cómo romper la estructura hacia la electricidad. Muchos años después estás haciendo una performance y en el público ves una cara familiar, es ese último director de la orquesta que se acerca a ti al terminar. Te mira con una sonrisa y los ojos iluminados de emoción: no tocaste nunca una Fuga pero te has fugado.