Localizar
Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles, dirigida por Chantal Akerman, fue recientemente escogida como mejor película de la historia por la revista Sight and Sound. Una película de más de tres horas con pocos personajes y prácticamente una sola localización: un piso de poco más de 60 m2. La directora acompaña durante tres días a una señora de clase media, entrando en la intimidad de su vida cotidiana: cómo prepara la cena, cómo hace la cama, cómo pone la mesa. Monótonas acciones, vinculadas a espacios plenamente conocidos por el espectador, que, por acumulación, acaban generando una profunda reflexión sobre las tareas de la mujer en el espacio doméstico. Tres horas de planos rodados con una cámara fija que observa, situándose siempre frontalmente y nunca acercándose más allá de un plano medio.
Akerman basa toda la trama de la película en la relación entre un personaje y un lugar, el espacio doméstico, para contarnos la realidad de tantas generaciones de mujeres. La casa se convierte en un personaje fundamental del film, un contenedor de situaciones, un observador de momentos. Pero ¿podría haberse filmado esta película en cualquier otro sitio? Akerman no solo toma decisiones a través de la dirección de arte (de los muebles y los objetos que aparecen en plano) sino, en gran medida, a partir de la propia localización. En este caso se trata de una casa donde prácticamente nunca entra la luz natural. Los personajes encienden y apagan las luces, o dejan las habitaciones en plena oscuridad. Un lugar claustrofóbico, aislado, que se convierte en una cárcel para la protagonista. Por otro lado, también el tamaño de los espacios juega un papel narrativo. Una cocina de poco más de 4m2, una habitación donde no cabe más que la cama de matrimonio, un comedor que al caer la noche funciona también como dormitorio del hijo . Es el espacio quien delimita las acciones de los personajes, él es quien los guía en su cotidianidad.
La directora belga lleva hasta el título mismo de la película (23 Quai du Commerce) una de las primeras decisiones de cualquier puesta en escena, previa a la planificación de los planos, a los ensayos, al rodaje: la selección de la localización. Y es que, cómo revela la propia palabra, “localizar” nos habla de descubrir, encontrar, situar. Nos lleva a buscar cuál es el mejor lugar para contar nuestra historia. Directores, productores, directores de fotografía, sonidistas… todos los miembros del equipo deben encontrar qué lugar contiene todo aquello que la historia necesita. Los jóvenes cineastas de la Nouvelle Vague abandonaron los platós y empezaron a rodar en la calle, buscando frescura, bajando presupuestos y acercando el cine a los espacios reales, a la gente real. Desde entonces, en una época en la que los estudios de cine son cada vez más escasos y prácticamente nadie rueda en un plató, la selección de las localizaciones de la película se ha vuelto un factor clave en la industria audiovisual. Sin embargo, no es necesario buscar que los espacios sean especialmente llamativos o diferentes, sino simplemente preguntarse por qué cualquier espacio (absolutamente cualquiera) representado a través de la cámara es una decisión clave. Los raíles del traveling usados por tantos directores no cabrían en los pasillos del 23 Quai du Commerce; son el trípode y los planos fijos los que marcan el tono de la película. Las puertas del apartamento que cierra la protagonista dejan fuera de campo todas las escenas que la directora no nos quiere mostrar, en lugar de apartar la cámara como harían Bresson o Antonioni. La ventana sin vistas de la habitación elimina cualquier relación con el exterior, en una apuesta contraria a la de Hitchcock en “La ventana indiscreta” de relacionar a sus personajes con sus vecinos.
Cada recurso es una apuesta, porque el cine escoge un espacio a favor de una historia. Así pues, localizar es descubrir la esencia arquitectónica de un locus, de un lugar, sus posibilidades narrativas, lumínicas y espaciales. Y poner en escena es situar, representar y cuestionar las posibilidades de un espacio al que toda la atención de la cámara se enfrenta.