La arquitectura ya no es lo que era: una perspectiva ampliada de la disciplina a propósito de la Ley
Hace algunos meses, en este mismo medio, nos aventurábamos a imaginar algunas ideas y propuestas sobre la que, por entonces, aún era la “futura” Ley de Calidad de la Arquitectura.
En aquella ocasión, enunciamos la necesidad de pensar y desarrollar una Ley que diera cabida a una visión de la disciplina amplia y caleidoscópica, capaz de acoger una diversidad de formas de hacer y ejercer; una ley que hablara de arquitecturas, más que de Arquitectura. Poco antes que eso, habíamos apuntado lo mismo en uno de los debates abiertos que desde la Dirección general de Agenda Urbana y Arquitectura del MITMA se propusieron.
Paisaje Transversal defendemos que no existe una única manera de ejercer la profesión. Las actuales crisis superpuestas (social, económica, climática, política, energética) definen un escenario complejo y lleno de aristas que no podrá ser abordado si no es desde lugares diversos. La disciplina debería plantearse desde una lógica transversal, aceptando la dificultad y la virtud que implica entenderse como parte de un proceso abierto, rescatando los lazos que conectan lo bello con lo bueno —lo bueno para la vida: los entornos amables, vivos, inclusivos, diversos—, asumiendo que el valor estético de las intervenciones urbano-arquitectónicas va mucho más allá de los diseños de autor. La arquitectura, la ciudad, el territorio, el paisaje, son siempre constructo colectivo, que afecta y se ve atravesado por fuerzas entrecruzadas: diseños, políticas, estrategias, presupuestos… pero también vivencias, recuerdos, expectativas, deseos.
Las primeras versiones de la Ley de Calidad de la Arquitectura incluían también en su título la referencia al “Entorno Construido”. Algo que, si bien (aparentemente) ha desaparecido de su cabecera, permite precisar sus pretensiones de cara a la sociedad, y enmarcar el papel de la disciplina en un contexto espacial, temporal y cultural concreto. Parece pertinente recalcar el carácter situado del que tiene que partir nuestra práctica, y el enriquecimiento de incorporar en ella distintas subjetividades, vinculadas a los distintos territorios desde los que se debe configurar.
Trabajemos por y desde la diversidad de territorios, por y desde perspectivas ampliadas. Porque arquitectura no es solo edificación; esta Ley no la define así, en ningún caso. Puede entenderse, por ejemplo, y sin ir más lejos, como un hecho cultural, tal y como expone su voluntad de construir espacios para la comunicación, el archivo o la divulgación de la arquitectura y sus valores.
La nuestra es una disciplina expandida y fluida que puede articularse desde varios frentes: desde el ejercicio profesional, desde el entorno contextual, desde la heterodoxia disciplinar o desde su definición espacial. Una combinación de documentos, materias, planes, leyes, escenarios, performatividades, identidades; un proceso nunca acotado y siempre común, en construcción por parte de la sociedad, en el que nos integramos como una parte más.
En este contexto, tenemos una responsabilidad con el presente: se deben favorecer nuevas formas de pensar y hacer que además de impulsar la calidad arquitectónica, refuercen valores profesionales también de calidad, y ello nos lleva a poner en cuestión los propios espacios y programas de formación. ¿Están las escuelas de arquitectura dando respuesta a las nuevas realidades disciplinares y a las aspiraciones profesionales? Lamentablemente, salvo honrosas excepciones, la mayoría de los planes de estudio y másteres habilitantes siguen anclados en un pasado que ya no volverá. Por eso esta Ley debería constituirse como un catalizador para transformar cómo hacemos y pensamos la profesión, en todos sus ámbitos: la calidad de nuestra arquitectura y nuestros entornos construidos depende de ello.