El tejido y la memoria
Texto: Andrés Patiño.
Probablemente pueda mencionarse el episodio de la creación de los pueblos de colonización como muy oportuno para hablar de la elaboración de una memoria colectiva concebida desde la arquitectura, al aunar en su raíz la novedosa génesis ex novo de un organismo histórico como un pueblo -concebido en esta ocasión como un infrecuente acto de voluntad fundacional- y la llegada instantánea de sus pobladores, con la consiguiente invención de una comunidad desde la nada. Los pueblos sin historia, como los califica acertadamente Fernando de Terán en una reciente conversación. Sin historia y también, porque así se los quiso, sin memoria.
La fotografía de las sillas en el patio de una casa colona de Esquivel (Sevilla, Alejandro de la Sota, 1955) nos habla de la vida de sus vecinos, de su necesidad de juntarse al abrigo de las edificaciones para conversar y saber unos de otros con la normalidad que esto supone en la existencia y afanes de las esforzadas labores de los agricultores. Puede decirse que ellos son y constituyen el pueblo, ahora ya con memoria, que ha pasado de ser un fondo moderno por estrenar, a algo ya vivido, usado, y asimilado por los moradores de las casas como suyo y propio. A algo habitado. Es en ese instante en el que cabe suponer la fundación y el origen de una memoria -en este caso colectiva- porque todos y cada uno de los nuevos habitantes del pueblo han debido reiniciar sus vidas de forma abrupta, dejando atrás su pasado y arropándose unos a otros para procurarse ayuda y consuelo frente las adversidades que, de una o de otra manera, siempre llegaban. Una memoria, por cierto, muy alejada de los deseos con los que fantaseaba el régimen, y que permitió a los colonos establecer vínculos de solidaridad y hermanamiento completamente distintos a los ideales pretendidos en el momento de su creación.
Así es como se edificó (nunca mejor dicho) y construyó esta historia común, con la argamasa intangible de los recuerdos compartidos, de las necesidades sufridas y del apoyo colectivo, que desembocó con el tiempo en el apego.
Sorprendida en un momento de distracción, la numerosa familia colona, sus vecinos o los visitantes y curiosos que se asomen por allí -generosamente invitados a compartir lo que tengan- se ausentan de la toma para alguna tarea o algún festejo, actos colectivos o hilos de la trama y la urdimbre que configuran el tejido de la memoria, inicios de la arquitectura en un sentido semperiano.