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Tema - Arquitectura y sociedad
Tema - Pensamiento y crítica
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Anécdota extraída del catálogo de Flor Hispania, exposición de David Bestué en el CA2M, p. 63.

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Reflexión de Mayte Góme Molina en su libro Circuito cerrado de vigilancia editado por cielo santo, p. 34.

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Esta conversación también forma parte del catálogo de Flor Hispania. Favid Bestue ha sido una gran inspiración y referencia para este texto. Su trabajo está íntimamente vinculado a la investigación artística de la anécdota, p. 87.

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Vacas y chabolas

El 20 de septiembre de 2016, el arquitecto Emilio Tuñón impartió una distendida conferencia ante los alumnos del Máster Habilitante en Arquitectura de la ETSAM. Durante su intervención, Tuñón presentó el edificio que junto a Luis Moreno Mansilla habían proyectado para la sede de la Galería de las Colecciones Reales. En la charla, el arquitecto explicó los cambios en el proceso de diseño, detalló las particularidades de la edificación y compartió algún chascarrillo anecdótico para hacer más amena su intervención.1

Entre risas, después de comentar la respetuosa relación del proyecto con la obra circundante de Sacchetti, Emilio Tuñón recordó brevemente una versión anterior del museo donde la puerta de entrada principal a la institución —lo único que se debía intuir de la Galería de las Colecciones Reales desde la Plaza de la Almudena— estaba completamente recubierta por una pletina de oro de dos centímetros de grosor. Unos segundos antes, el conferenciante había citado fugazmente a Rafael Moneo, recordando que «la buena arquitectura es pequeña por fuera y grande por dentro». Aquel capricho dorado pretendía compensar la austeridad de un edificio compuesto por hormigón blanco y granito de la sierra que, en origen, había sido diseñado para albergar las colecciones de joyas, carrozas y tesoros de los monarcas hispanos.  

Sin perder un instante, antes incluso de que una voz pudiera interrumpir su discurso críticamente, Emilio Tuñón se desmarcó de la pletina de oro diciendo que era una tontería y que no tenía muy claro «quién la puso ahí». El arquitecto contextualizó la decisión recordando que aquel «era el momento de vacas gordas en España». Entre los atropellados intentos del arquitecto por quitarle importancia al gesto de cubrir con kilos de oro la puerta de un museo público, Emilio Tuñón acabó reconociendo que la pletina era una estrategia de distracción: «Esto no lo debería decir en público —y más si está grabado—, pero es así: esto te sirve para tener al cliente entretenido con algo». Con una breve frase y mientras performa sus palabras, el arquitecto, entre aspavientos, intentaba aclarar a los estudiantes cómo ejecutar la escaramuza: «Te resistes. Dices: ¡no, no quiero perderlo! Pero, por dentro, piensas, ¡a mí qué más me da!» Finalmente, tras enumerar los buenos momentos que le hizo pasar la puerta de oro y reutilizando la metáfora bovina, Emilio Tuñón concluyó la historieta asegurando que «cuando llegaron las vacas flacas y no hubo dinero, la pletina de oro se quitó».

 

Fotografía de la vaca mutilada por Pfizer en la Feria de Campo de Madrid de 1962. Agradezco desde aquí a David Bestué su maravillosa investigación sobre la capital comprometida con el acto de dejar ver lo que antes era opaco.

Resulta oportuno recordar ahora lo ocurrido en Madrid durante la Feria del Campo de 1962. En este evento agropecuario, Pfizer presentó una res viva con un agujero de 12 centímetros de diámetro en mitad de su lomo. La farmaceútica argumentaba que esta práctica permitiría conocer con claridad y detalle lo que sucedía durante el proceso digestivo del mamífero. El animal se convirtió en la mayor atracción del evento. Lo que era opaco se había vuelto transparente a través de un boquete en el cuerpo de la vaca. Todos querían contemplar lo que antes no se podía ver. 

La confesión de Emilio Tuñón parece compartir las mismas lógicas que la herida de la res mutilada. Las palabras del arquitecto, las excusas desorganizadas durante su conferencia y la puerta de oro de la Galería de las Colecciones Reales generan una grieta en la estructura a través de la que los curiosos intentan contemplar lo que antes les estaba vedado. La similitud es ineludible. De hecho, el deseo constructivo y la posterior censura de la entrada dorada a un museo que propone una organización regia del relato nacional es justo eso: una vaca con ventanas capaz de revelar “el interior del cuerpo, el interior de la fábrica, el interior de la ciudad y el interior de la Historia”2. Casi por error, Emilio Tuñón desvela la esencia de lo que pretendía ocultar el edificio. Con forma rectangular y hecho en oro, el arquitecto abre un butrón en la pared —en el cuero de la institución— mostrando así la máquina digestiva que, a base de violencia y ácidos, discrimina el nutriente del desecho. Sin duda, cuando se aclara lo opaco, cuando se señala el camuflaje con el que se han maquillado las verdaderas intenciones, cuando kilos de metal precioso perfectamente pulido anuncian lo que se estaba intentando disimular, todo es más sencillo.

Felipe V, gran apasionado de la relojería inglesa, adquirió El reloj de las cuatro fachadas, realizado por el prestigioso Thomas Hildeyard que hoy forma parte de la Galería de las Colecciones Reales.

La Galería de las Colecciones Reales está llena de boquetes, de agujeros, de vacas gordas mutiladas. Es un museo vertebrado por elipsis históricas que olvida de forma comprometida e intencional otros tiempos, otros relatos y otras voces. Su arquitectura, o quizá su arquitecto, confiesa el vacío y evidencia la ausencia. Pienso ahora en Mayte Gómez Molina cuando escribe que solo “se hace visible la estructura cuando falla. Solo recuerdo que empuño el bolígrafo cuando se acaba la tinta, solo recuerdo el aparato cuando no funciona”3. Pienso también en Alfredo González-Ruibal, responsable del proyecto arqueológico del Valle de Cuelgamuros que investiga los asentamientos de los destacamentos penales obligados a construir la cruz franquista. Pienso en la conversación que mantiene con el artista David Bestué –a quien debo la anécdota de la vaca perforada y muchas otras– y en la réplica que propone a estas ausencias del museo regio. El arqueólogo sugiere incluir entre las vitrinas que conservan armaduras, tapices y escopetas los hallazgos de las excavaciones en el Valle. Alfredo González-Ruibal recuerda que, al ser el monumento parte de patrimonio nacional, los descubrimientos realizados en la localización se tienen que asignar a un museo de titularidad pública. La institución receptora de los hallazgos suele ser la más cercana. En este caso, los resultados de la investigación deberían alojarse en la Galería de las Colecciones Reales, que también pertenece a Patrimonio Nacional. “Sería maravilloso tener los materiales de las chabolas del Valle de los Caídos en ese lugar”4. Sería maravilloso encontrar junto a las armas decoradas del arcabucero de la corte las suelas de caucho neumático de los trabajadores del Valle. Sería maravilloso encontrar junto al reloj astronómico de Thomas Hildeyard, propiedad de Felipe V, la pequeña manivela del juguete de cuerda encontrada en una casa del destacamento de San Román. Sin embargo, lo excavado se acumula hoy en una sala mal habilitada en las inmediaciones del monumento franquista. 

Pequeña manivela de un reloj o de un juguete encontrada en el destacamento de San Roman durante la investigación arqueológica del Valle de Cuelgamuros. Esta imagen ha sido extraída de las memorias del propio proyecto.

Junto a los elementos encontrados, la memoria final de la investigación histórica y arqueológica realizada en los destacamentos penales de Cuelgamuros en 2021 también lleva a cabo un análisis de la fauna documentada en las excavaciones. Los restos bovinos son escasos y los pocos huesos de res que aparecen en la zona corresponden a partes distales de las extremidades del animal, secciones sin carne verdaderamente aprovechable.

Vacas flacas mutiladas. Asimismo, en la memoria también categorizan las estructuras donde residían los obreros. Estas son agrupadas en tres secciones: chabolas  (construcciones efímeras, de dimensiones muy reducidas y materiales perecederos o de descarte), casitas (estructuras cuadrangulares de un solo espacio y dimensiones máximas de 3×3 metros) y casas (edificaciones más amplias, con dos o más habitaciones y elementos propios de una vivienda estándar). Ante una arquitectura regia, que aún hoy considera necesario imaginar una puerta de oro macizo para narrar la memoria del monarca; ante una arquitectura que ofrece sus entresijos como máquina historiográfica del poder, quizá este es un buen criterio para reorganizar el relato. Ante el Palacio Real, el Escorial o el Valle de los Caídos es fundamental recordar las chabolas, las casitas y las casas de los obreros y presos que construyeron la terrible cruz. Ante los edificios diseñados para ordenar el relato histórico del país y fijar la memoria nacional es fundamental recordar la brecha, la grieta y la ventana. Recordar la anécdota. 

Llenar de vacas el Campo del Moro y los Jardines Sabatini. 

Notas de página
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Anécdota extraída del catálogo de Flor Hispania, exposición de David Bestué en el CA2M, p. 63.

3

Reflexión de Mayte Góme Molina en su libro Circuito cerrado de vigilancia editado por cielo santo, p. 34.

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Esta conversación también forma parte del catálogo de Flor Hispania. Favid Bestue ha sido una gran inspiración y referencia para este texto. Su trabajo está íntimamente vinculado a la investigación artística de la anécdota, p. 87.

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Por:
Claudio Hontana (1999). Graduado en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid, Máster de Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual. Tras ser investigador residente en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía cursa ahora el doctorado en la UCM investigando sobre monumentalidad, violencia y su intersección con el arte contemporáneo. Actualmente compagina este proceso con el comisariado, la escritura, la práctica editorial y la composición musical para otros artistas.

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