La arquitectura ha sido tradicionalmente un discurso del espacio: medida, escala, límite. Sin embargo, en un mundo estructurado por crisis climáticas y catástrofes imprevistas, emerge un giro fundamental: no solo diseñamos espacios, sino que activamos territorios bajo una lógica temporal de emergencia. La emergencia ya no es un acontecimiento aislado ni una excepción; se convierte en un régimen normativo que estructura el entorno construido y las formas de vida. En este nuevo marco, las arquitecturas de emergencia no son solo respuestas transitorias a catástrofes, sino infraestructuras que anticipan, modelan y prolongan estados de excepción, inscribiendo lo urgente en la planificación y la gestión del territorio.
Emergencia: coreografía de tiempos y espacios
La emergencia genera un ritmo estructurador específico: aceleración, suspensión, repetición. Nos instala en un presente de urgencia que parece ineludible. Pero esta inmediatez es, en realidad, una coreografía anticipada. Las arquitecturas de emergencia responden a lógicas de preparación, prefigurando futuros catastróficos que se materializan mediante simulaciones espaciales, protocolos de evacuación y estrategias de contención. No aparecen solo en el momento de crisis, sino que existen de antemano y continúan operando después del evento, manteniendo un estado de latencia que configura territorios y tiempos.1

Esquema: Reinterpretación del Fun Palace a través de la funcionalidad operativa del Centro de Gestión de Emergencias / Estefanía Mompean Botias.
El material que conforma las arquitecturas de emergencia se recompone y sincroniza con plataformas que monitorean, predicen y gestionan crisis mediante flujos de datos algorítmicos. Estas arquitecturas operan dentro de un material probabilístico, moldeado por la temporalidad y la lógica del evento.2
El arquitecto Cedric Price, con su Fun Palace (1962, nunca construido), anticipó una arquitectura cibernética y reconfigurable, no solo reactiva al cambio, sino diseñada para incorporarlo en su estructura operativa. Un espacio programable, capaz de negociar la incertidumbre de la posguerra donde la improvisación se codifica en un sistema altamente tecnificado.3 Esta forma virtual, operativa, activable según los procesos urbanos resuena en los actuales centros de gestión de emergencias, donde el evento se transforma en una secuencia de datos que puede ser simulada, modelizada, anticipada y ejecutada. En estos espacios—como los llamados watch center o centros de mando de crisis—la emergencia se vuelve un fenómeno que existe simultáneamente en lo físico y lo virtual, recomponiéndose en tiempo real a través de funciones algorítmicas que estructuran la respuesta.

Esquema: Reinterpretación del Fun Palace a través de la funcionalidad operativa del Centro de Gestión de Emergencias / Estefanía Mompean Botias.
Sin embargo, esta tecnologización arquitectónica no es neutral: define quién es protegido, y quién es excluido, quién es visible y quién queda fuera del centro mediático del evento. Como señalaba Guy Debord en La sociedad del espectáculo (1967), el capitalismo convierte todo en imagen. Hoy, la emergencia se ha convertido en un show continuo, donde la catástrofe es retransmitida en directo y la eficacia de la respuesta institucional se mide en el impacto mediático. La gestión de la emergencia se convierte en una puesta en escena planificada: se activan alarmas, se despliegan cuerpos de emergencia, se establecen zonas de exclusión y se difunden imágenes de rescate con sus respectivos héroes y heroínas.
Esta representación hace visibles las emergencias, pero a la vez las distancia, despolitizándolas y reduciéndolas a relatos de ayuda humanitaria, resiliencia nacional o soluciones tecnológicas. En este espectáculo, la arquitectura de la emergencia participa como un dispositivo mediático de la gestión del evento con sus refugios temporales, sus mapas de riesgo y su espectacular infraestructura de contención, encuadrando el desastre dentro de un guion predecible, donde la crisis se simula, se anticipa y se gestiona como parte de una maquinaria operativa que, lejos de ser neutral, reconfigura la política del evento mismo.4
Arquitecturas de emergencia: entre el control y la resistencia
El diseño de la emergencia institucionaliza la crisis dentro de un modelo de gestión territorial basado en la previsión, el control y la respuesta estructurada. Los Centros de Gestión de Emergencias se convierten en centros operativos funcionando en ciclos temporales que transmiten las temporalidades del evento a través de sus espacialidades. Desde la pandemia del COVID se convirtieron en telón de fondo del escenario de gobernanza de la emergencia. Tras la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) de la Horta Sud de Valencia, el CECOPI (Centro de Coordinación Operativa Integrado) se está volviendo en el centro de discusión para hablar de la temporalidad de la emergencia y de las responsabilidades que su activación conlleva.5
En este esquema teórico de funcionamiento el Centro de Gestión de Emergencias emerge como una tipología central, una infraestructura que no solo coordina, sino que también regula y escenifica el tiempo de la emergencia.

Temporalidad del Centro de Emergencias / Estefanía Mompean Botias.
Su diagrama temporal revela una coreografía de cinco fases. Primero, un periodo de detección y previsión de eventos con una incorporación de sistemas de monitoreo, sensores urbanos y modelización de escenarios de riesgo. Segundo, un proceso de activación con delimitación de zonas afectadas, tácticas de respuesta y planes de acción. Tercero, un proceso de ejecución, dando respuestas operativas al momento de la emergencia con activación de alarmas, evacuaciones y protocolos comunicación. Cuarto, un proceso de desactivación, retirada de recursos, restauración de servicios esenciales y reorganización del territorio post-emergencia. Y finalmente el punto cinco, de evaluación y simulación con la implementación de mejoras en los protocolos, simulaciones espaciales y entrenamiento para futuras emergencias.6
Cada fase soporta unas materialidades y configuraciones espaciales especificas: sensores urbanos, centros de control y mando, refugios temporales, zonas de sacrificio, refugios, red de sistemas de alerta. La emergencia, por tanto, no es un evento aislado, sino un ensamblaje espacial y temporal que se diseña, se anticipa, se escenifica y se archiva, siguiendo una lógica similar a la del planeamiento urbano y arquitectónico.
Emergencias como la DANA de la Horta Sur de Valencia en 2024 (el cinturón rojo de Valencia) puede entenderse dentro de los mecanismos del diseño de la emergencia. “En Valencia no llovía” remarcan para hablar de la falta de preparación hacia el evento. Sin embargo, la DANA reveló el mapa del complejo tejido de ramblas y humedales borrados por el desarrollo urbano: encauzamientos de ríos que se convirtieron en dique que perjudicaron gravemente los efectos de la DANA. Este episodio no puede entenderse como desastre climático si se atienden a los mecanismos de transformación territorial que se han dado en las zonas más afectadas.
Sin embargo, si miramos la emergencia desde las prácticas cotidianas, encontramos territorios que se reorganizan desde la auto-gestión y la solidaridad. Después de las inundaciones, las comunidades reconfiguran su entorno frente a la lentitud burocrática. Estas respuestas no fueron homogéneas ni centralizadas, sino fragmentadas y rizomáticas, desplegándose en un entramado de nodos de acción que emergieron y se reconfiguraron en tiempo real. Espacios comunitarios se convirtieron en puntos de distribución de ayuda7, universidades cedieron instalaciones para almacenamiento de alimentos y coordinación de voluntariado8, y asociaciones locales organizaron mapas colaborativos de ayuda9. Comités organizados locales de la emergencia y la reconstrucción se están organizando en varias de las municipalidades afectadas10. « Que no nos reconstruyan sin contar con nosotras » dice Rut Moyano en el poscad “Voces del Diluvio” donde Carlota Garrido intenta poner voz a los diversos tiempos y afectos de la DANA11. Una organización desde abajo, de activación política y espacial. La emergencia, lejos de ser un tiempo de suspensión, se convierte así en un tiempo de acción colectiva.
Recomponer la emergencia: otras arquitecturas posibles
Si la emergencia se ha conceptualizado como un problema de control y planificación, una figuración feminista permite imaginarla desde la vulnerabilidad, la interdependencia y la recomposición. Como plantea Rosi Braidotti, las figuraciones feministas desafían la separación entre cuerpos y territorios, entre tecnología y materialidad, entre planificación y experiencia vivida12. Frente a la arquitectura tecnocrática de la emergencia, que opera bajo modelos de previsión y comando, una lectura feminista nos invita a reconocer cómo las crisis no solo se distribuyen espacialmente, sino que también generan topologías afectivas: geografías de precariedad, de pérdida y de urgencia, donde las relaciones sociales y más que humanas se ven reconfiguradas13. En este sentido, una figuración feminista de la emergencia no solo documenta prácticas de resistencia, sino que también propone nuevas formas de organización territorial y social que parten de la interdependencia y el cuidado. Por ejemplo, desarrollando una lectura hidro-feminista nos lleva a entender las inundaciones como reconfiguradoras de cuerpos de agua en una condición de vulnerabilidad compartida.14
Las redes de apoyo mutuo que surgieron en Valencia tras la inundación mostraron que la emergencia no solo activa infraestructuras estatales, sino que también produce territorios de ayuda, cuidado y disputa. Estas prácticas desestabilizan la idea de la emergencia como un tiempo de suspensión y la convierten en un tiempo de acción colectiva, donde lo político, lo espacial y lo afectivo se entrelazan.
Del archivo de la emergencia a un Atlas de la recomposición
Las arquitecturas de emergencia dejan huellas espaciales que configuran archivos materiales de crisis. Desde los muros contra inundaciones en Manhattan tras el huracán Sandy hasta los campamentos de refugiados que devienen permanentes, la emergencia, entonces, no es solo un fenómeno transitorio, sino una condición que sedimenta formas de desigualdad espacial. Pero también genera memorias colectivas que pueden transformarse en infraestructuras de resistencia.
De esta manera, aparece necesario recomponer un Atlas de la Emergencia como un dispositivo que rastree, que recomponga estas prácticas como método y las archive, documentando cómo las comunidades reconfiguran sus espacios ante la gobernanza de la catástrofe15.
Frente a la arquitectura de la crisis como máquina de control, necesitamos imaginar arquitecturas de la emergencia como herramientas de recomposición: espacios que sostienen la vida más allá del desastre, que trabajan con la lentitud de la recuperación y que diseñan no solo para el instante de la catástrofe, sino para los tiempos prolongados del cuidado.
Pensar el tiempo de la emergencia es imaginar cómo habitamos el presente sin perder la capacidad de construir futuros diversos. No desde la nostalgia de lo perdido ni desde la parálisis del colapso, sino desde una arquitectura capaz de reclamar procesos, que abra caminos para otras formas de habitar y resistir más allá de las temporalidades del régimen de la emergencia.

Imagen: Julio 2024. El muro contra inundaciones del Bajo Manhattan, recubierto en plástico a la espera del día de su inauguración, se ha activado como una práctica de cuestionamiento sobre la infraestructura afectiva que produce: una barrera que no solo gestiona el riesgo, sino que también configura relaciones de exclusión, percepción y seguridad en la ciudad. / Estefanía Mompean Botias.