To see a World in a Grain of Sand
And a Heaven in a Wild Flower
Hold Infinity in the palm of your hand
And Eternity in an hour
William Blake
agregado y vaciado.
El poeta afirma que somos capaces de ver un mundo en un grano de arena. Tratemos de desgranar el nuestro a partir de uno de ellos.
Los granos de arena del Cantábrico son cuarzo acompañado por otros minerales, principalmente feldespatos y carbonatos, junto con fragmentos de conchas y caparazones de organismos marinos. En la playa de Gorrondatxe (Bizkaia), sin embargo, destaca una asociación de elementos macroscópicos de origen antrópico. Escorias de fundición, ladrillos refractarios y otros escombros colonizados por gusanos tubícolas, bellotas de mar y algas se engloban en una matriz arenosa muy llamativa a primera vista, llamada beachrock o playa cementada.
El origen de este sedimento está en la actividad industrial de la ría de Bilbao. Pero para que hoy exista este aglomerado, hubo que excavar un vacío primero. La materia prima para las metalúrgicas provenía de minas como la Concha II, a 37 metros por debajo del nivel del mar. Su riqueza en carbonatos forzó a que doscientas familias de Gallarta —un pueblo que nació y creció por la actividad minera del siglo XIX y de donde era natural La Pasionaria, tuvieran que desplazarse a otro lugar para liberar los terrenos y que la corta se convirtiera en la segunda explotación de hierro más grande de Europa, extrayendo 14 millones de m³ de tierra en menos de veinte años. Hoy, existe un nuevo pueblo de Gallarta construido desde cero unos metros más allá, y en su antiguo emplazamiento los carbonatos acentúan la imparable erosión de los taludes en Concha II.
De vuelta en la playa, la arena del lugar se ha cementado y convertido en roca, formando veloz unos sedimentos horizontales sobre la secuencia vertical del flysch depositada a lo largo de millones de años. Una capa de ladrillos, hierro y otros agregados nos cuenta la historia de los últimos cien años del lugar.
materia vibrante.
A mediados del siglo XIX, Bizkaia agotó en veinte años su mineral vena. La incesante demanda de hierro obligó a emplear sideritas y limonitas. Como su ley de hierro era más baja, había que procesarlas en hornos de calcinación. Y ese proceso generaba enormes cantidades de escorias de fundición.
Destinada a la producción de acero, la metalúrgica Altos Hornos de Vizcaya se estableció en 1902, situada en la margen izquierda de la ría del Nervión. Desde entonces y hasta 1966, vertió al mar cerca de 30 millones de toneladas de residuos. La mayor parte se recogían en el lecho marino. El grueso de la escombrera permanece aún bajo el agua y se denomina “Mina San José”, ya que hubo durante los años ochenta del siglo pasado un proyecto para su explotación.
Arrojadas lejos de la costa, pero no lo suficiente, cerca de un millón de esas treinta toneladas fueron arrastradas por el oleaje y regresaron de nuevo a la playa. Estos residuos se fueron acumulando poco a poco en Gorrondatxe, convirtiéndose en el beachrock que antes mencionábamos. La arena de la costa vizcaína, por tanto, está hoy formada principalmente por granos de cuarzo pero también por muchos vertidos industriales.
Lamentablemente, la desaparición de esta huella antropocena parece inexorable. Existe por un lado la tendencia, como ya sucedió en la vecina playa de Arrigunaga, de querer tapar esta realidad realizando aportes de arena traída de Bakio vistiendo la superficie arenosa para el turismo. Por otro, el nivel del mar está subiendo y las olas azotan con fuerza las formaciones de tecnofósiles. No parece, por tanto, que podamos utilizar la geología como herramienta con la que leer unos estratos horizontales que desaparecen tan rápido como se aglomeraron.
¿Cómo hacerlo entonces? Aunque no resulte tan llamativa como las aglomeraciones de mayor tamaño, la arena negra de Gorrondatxe brilla por su alta concentración férrica. Si acercamos un imán al suelo, las escorias de fundición se adhieren irremediablemente atraídas por su magnetismo. Es lo que Jane Bennett nombra materia vibrante: una materialidad que suspende la distinción entre lo humano y lo no-humano, entre lo orgánico y lo que no lo es. Un materialismo con capacidad de acción que crea nuevas implicaciones ecológicas, políticas y afectivas.
una nube bajo la arqueta.
Durante el siglo XX, los gánguiles que transportaban los deshechos producidos por los Altos Hornos nunca llegaban hasta la zona de vertido autorizada cinco kilómetros mar adentro y a una profundidad de ochenta metros, sino que abrían sus compuertas mientras navegaban saliendo del Abra hasta vaciar por completo sus depósitos.
Esconder los efectos de nuestras actividades fuera de la vista, tanto bajo la alfombra como lejos de la costa, ha sido una estrategia recurrente ayer y hoy. La reacción NIMBY [Not In My Back Yard] arrojó el vertido de la actividad industrial al lecho marino durante el siglo XX. Hoy, sobre ese mismo lecho marino se disponen los cables submarinos sin los que nuestra actividad digital del siglo XXI sería imposible.
El desarrollo de las rutas de cables submarinos refleja la penetración del capital, como antes lo hicieran las líneas de ferrocarril que transportaban el mineral. Bordeando la costa hacia el este, la siguiente playa es la de Arrietara. Allí llegan MAREA y Grace Hopper, dos cables que unen Virginia Beach —elegido punto de arranque por ser uno de los principales hubs de centros de datos de Internet del mundo, con Sopela.
Una vez más, el impacto de la actividad se mantiene invisible a los ojos del ciudadano y ajena al debate público. En la playa, la arena cubre el desembarco de MAREA y Grace Hopper. Una arqueta es el único indicio visible de su llegada a Sopela. En ese punto, los cables conectan con la estación de amarre de Sopela, situada a pocos kilómetros de la costa. A partir de ahí, los datos se distribuyen a través de cables terrestres de banda ancha, proporcionando la ruta de latencia más baja entre EEUU y el sur de Europa.
Podríamos preguntarnos, ¿por qué a Sopela? Los cables submarinos discurren por la Zona Económica Exclusiva española, es decir, por una franja de 200 millas náuticas en la plataforma continental adyacente a la costa, en la que el estado posee derechos de explotación sobre los fondos marinos, aunque no tenga soberanía en superficie. Esta ventaja se aplica principalmente a derechos de pesca y minería. Pero también influye en la ubicación de cables, lo cual significa que el gobierno que facilite las cosas a las empresas privadas se llevará la palma. Los gobiernos otorgan así concesiones —un derecho a utilizar una propiedad pública, a las compañías. Los acuerdos que ahora se firman con las multinacionales estadounidenses han sustituido a los que se alcanzaron con los holdings mineros británicos. El derecho de uso sustituye al derecho de propiedad, eliminando así molestas barreras administrativas. Lejos de la costa, la ciencia y la política se alían para incluir la naturaleza en los circuitos del capital.
arena que se pega mucho a los pies.
Los pies de mi hija rebozados en la arena negra de Gorrondatxe hacen que reflexione sobre los tiempos que atraviesan este lugar costero. Está el tiempo lento de la formación del mineral. Hace millones de años, cuando este lugar se encontraba bajo un mar cálido, sus aguas tranquilas y poco profundas favorecían el desarrollo de moluscos. Al morir estos animales, sus partes duras —carbonato cálcico, se depositaban en espesos estratos. Lo orgánico se fosilizó convirtiéndose en una piedra roja cuya riqueza y facilidad de extracción transformaron radicalmente este territorio. Sin la distribución específica de rocas, fallas y minerales que afloran en la ría del Nervión, la geografía, la historia, la economía e incluso la idiosincrasia de los habitantes del Gran Bilbao serían hoy muy diferentes.
Se solapan así al tiempo de formación del mineral medido en millones de años, su salvaje extracción durante más de un siglo, la calcinación y vertido al mar durante décadas y su vuelta a la costa en los últimos tiempos. Y por último está el tiempo más breve de las personas que vivieron y vivimos este paisaje. Mi tiempo propio se une en la arena al de una generación posterior que no ha conocido un Bilbao con la ría verde y el cielo gris y que recibe así —de la única manera posible, un retrato material de lo que aquí aconteció. El saber práctico, la techne del espacio contemporáneo, no es solo un instrumento tecnológico, sino que incluye colonización, mapas, infraestructuras, concesiones mineras y arena negra que se pega mucho a los pies.
El poema de Blake enumera visiones aparentemente imposibles para un ojo experimentado; el mundo en un grano de arena o el cielo en una flor silvestre, que los inocentes perciben de forma rutinaria. Recuperemos esa capacidad de extrañeza. El asombro nos permite a todxs nosotrxs reconocer la inmensidad de significados e interconexiones de una pequeña parte del mundo que habitamos. Cada grano de arena contribuye de manera única a construir un todo mayor. Os espero, entonces, con los pies hundidos en la orilla para aportar a este relato que contaremos juntxs mi pequeño grano de arena negra.